domingo, 28 de diciembre de 2008

La mejor puja de la Historia

Al ángel de la guarda, a la flor más especial y al tesoro más preciado,

soy el tercero de cuatro hermanos. Mis padres tuvieron buen ojo para los niños. No lo digo por mí, precisamente. De peque pensaba que los padres elegían a sus hijos al más puro estilo subasta de Sotheby’s. Ante una audiencia repleta de progenitores forrados de dinero y ansiosos por llevarse un crío a su casa, un director de orquesta (que en mi mente se parecía descaradamente a Jordi Estadella) iba presentando uno por uno a los niños candidatos para formar parte de una nueva familia.

Mientras los pequeños monstruitos se daban un paseo por una pasarela central de la sala, el amigo Jordi describía las peculiaridades de cada uno de ellos. Era mi película y, lógicamente, yo era el que elegía qué características sumaban puntos (encarecían el precio del chaval), y cuáles restaban (el enano acababa siendo una auténtica baratija).

Llegar a tocar con los dedos de la mano el marco superior de las puertas; ser el más rápido de la clase; saber imitar al pato Donald; dar más de cinco toques al balón sin que cayera al suelo; beberse un vaso de leche del tirón, sin respirar; tener fuerza para poder abrir una nuez con el cascanueces; conducir un coche de scalextric sin que se saliera; ser capaz de acabar los puzzles; dominar el piedra-papel-tijera-papelera; sobresalir en las guerras de almohadas; tener un máster en construcción del fuerte de playmobil; saber cortar un filete sin la ayuda de nadie; destacar en el manejo de los columpios; dirigir el Cinexin cual Kubrik… quien reuniera todas estas cualidades era el niño perfecto.

Por el contrario, llorar a moco tendido cada tres minutos; hacerse pis en la cama; tener pecas; llevar gafas; no haber visto la peli de Fantasía; desconocer quiénes eran Tod y Toby; gustarte la leche sola (sin Cola Cao ni Nesquik); dormir con un oso amoroso; o zamparse las ceras de pintar o la plastilina eran signos inequívocos de que a ese chico le darían casi regalado.

A todo esto, los padres, a la hora de pujar por cada churumbel, en vez de levantar la típica paleta de plástico con un número en el círculo, lo que levantaban era una enorme piruleta de fresa, de esas que te dejan la lengua como una frambuesa y el palito blanco acaba casi por deshacerse de tanto chuparlo.

A lo que iba, que mis padres no podrían haber pujado mejor. El primero, quitando el detalle de las gafas, era el hijo 10. Creo que la definición de hermano mayor que ofrece la RAE se basa íntegramente en su vida. Fue el primer vástago en nacer (de los 21 primos que somos), con todo lo que eso conlleva, para lo bueno y para lo malo. Dicen que de canijo él ha sido el más travieso de toda la familia (en dura pugna con el gran Dani). Inquieto, curioso, vivaracho y juguetón. Encerrarse solo en casa, arrancar el coche de mi padre, alimentarse a base de alcayatas, destrozar no sé cuantos televisores, echar un pulso crítico a una neumonía mortal,… Estas fueron algunas de sus andanzas infantiles. Yo no he conocido esa faceta suya. De hecho, me resultaría casi imposible de creerla hoy en día si no fuera porque hay fotos y una versión idéntica de todos mis tíos acerca de lo sucedido.

Aúna, a partes iguales, cerebro y corazón. Economista y atlético. Es el “sherpa” al que tratas de imitar en todos sus movimientos en la ascensión al Himalaya de la vida. Referente en un millón de situaciones. Templanza, pasión, cordura, espontaneidad,… parecen cualidades incompatibles, pero en el Clark Kent arroyomorteño conviven y se entienden a la perfección. Esta ensalada, sazonada con grandes dosis de tenacidad y constancia, enaltece su esfuerzo y le define como espíritu voluntarioso.

Me falta espacio para relatar los innumerables juegos que hemos compartido: cromos, videojuegos, baloncesto, dardos, chapas, cartas, ping-pong, minibillar,… son sólo algunos ejemplos. El 90% de las veces yo acababa tarifando y tú ganabas, y cuando el que se imponía era Pabbles (esto también te lo debo a ti, como lo de Helechitos) lo hacía con tu consentimiento. Me enfadaba mucho cuando perdía, o sea, casi siempre, pero con mi pataleo emergían millones de toneladas de admiración, respeto y orgullo hacia tí.

Compartir cuarto contigo, aparte de la chula rivalidad en las paredes por tus bufandas rojiblancas y las mías sin el roji, suponía aprender cientos de cosas a diario. Qué grupo era ese que cantaba aquello de Bitter Sweet Simphony; o quién era ese actor que protagonizaba con Sandra Bullock una peli de autobuses; o qué buscaban aquellos dos agentes del FBI que perseguían OVNI’s; o qué hacía un doctor perdido en una minúscula aldea de Alaska; y las aventuras de Tintín, y de Asterix y Obélix, y de Peter Parker, y de tantos otros. El Tentaciones de los viernes, el gusto por el periodismo, dormir con la persiana entreabierta, el primer afeitado, no levantarse antes de las 7 la noche de Reyes…

El Breogán, el Valdeluz, Económicas,… seguir tus pasos, hermano, es imposible. Me conformo con haberte visto darlos a ti. Pasos seguros y decididos. Pisando con fuerza, siempre hacia delante. Bueno, siempre no, alguno hacia atrás para recoger al enano con algún kalimotxo de más. Protector, abanderado, iniciador, ejemplo y ayuda de los tres pequeños. Te debemos mucho. Te debo casi todo.

Nuestra habitación le ganaba por goleada en orden y limpieza al de las chicas, y no exactamente por mi aportación. Barrías el suelo sobre el que disputábamos apasionantes partidos de chapas; hacías las camas, inquilinas de ambos en noches de pesadilla; ordenabas el armario con la ropa que hoy era tuya y mañana sería mía… Tengo grabada la imagen de una noche (que fueron muchas) en la que yo, con unos 10 años y ya acostado en la cama, luchaba titánicamente contra el sueño por no cerrar los ojos y quedarme embelesado observándote ahí sentado, delante del escritorio, con la luz de un flexo, estudiando no se qué asignatura de bachillerato.

Así eres, responsable y divertido a más no poder. El aburrimiento a tu lado es una quimera. Desde tus imitaciones del pato Donald, que nos servían como acicate para comer las papillas que no nos gustaban, pasando por las incontables anécdotas de las que eras testigo y nos relatabas, con la expresividad de un mimo de Preciados, entre plato y plato aderezando las sobremesas. Esa ironía, tan suave y tan certera, siempre con la palabra exacta, con la frase definitiva. En situaciones de clima tenso, las palabras que invitan a la cordura y a la calma salen de tu boca. A la hora de empezar el cachondeo y de romper en hielo, la llave siempre está en tu bolsillo.

Conciertos, partidos de fútbol, fiestas, fiestas y más fiestas… Si la gente quería divertirse, quería escuchar expresiones ingeniosas, historias alucinantes que jamás creerían, pasarlo bien en definitiva, se acercaban al hincha del Estu para disfrutar de un buen rato de risas. Doscientos millones de amigos, desde los de la infancia del barrio hasta los del trabajo, dan fe de ello.

Llevas dentro el coraje de papá y el sentido común de mamá. Sin duda, su primera elección no pudo ser mejor. Eso sí, contigo se debieron endeudar hasta las cejas, hermano mayor.

La sonrisa hecha persona. De ti dicen que de peque pasabas 23 horas y 45 minutos al día riéndote a carcajadas, y los 15 minutos restantes eran los que tardabas en comer. La segunda. El brío, el ímpetu, la raza. El primero había dejado el listón muy, muy alto. Tú lo igualaste, pero con otra técnica de salto. Owy es la sinceridad, es el fuera complejos, es el vivir la vida en sentido más literal. En la subasta, un diamante en bruto.

El mayor dejó pronto el Breogán, así que las carreras de casa al cole y del cole a casa se convirtieron en un duelo de sexos entre tú y yo. ¡Dios, qué rabia me daba que me ganara una chica! El consuelo es que eras tú, bueno y que además no te conocías los nombres de los atletas que escogía, jeje. En el comedor del colegio me lo pasaba en grande contigo. Mi hermana mayor, la jefa de mesa, que además siempre le daba a su hermano canijo su petit suisse de fresa y su Concha Codan (creo que hoy en día esta última no me la darías, joia, jeje).

La más inteligente de los cuatro. Quizá, la más perezosa también. Según ibas avanzando en los grados educativos, lo que en un principio eran dudas dominadas por la vagancia se acabaron convirtiendo en una licenciatura sacada con la gorra segoviana-complutense. Y no podía ser otra carrera. La reina de la sociabilidad, del trato, de la simpatía, del contacto con la gente,… así veo a mi hermana mayor.

También compartí cuarto contigo durante algunos años. Por compartir, compartimos hasta varicela. Vaya cuadro de habitación era aquel. Cada enfermo en un extremo. Cada enfermo con un panel del ¿Quién es Quién? jugando horas y horas. Es mujer, con una sonrisa que eclipsa al mundo y con unas ganas de vivir que secan los océanos. ¿Quién es? Sí, eres tú.

En más de una ocasión ese descaro por disfrutar te reportó alguna bronca paterna y/o materna que otra. Tú y el mayor hacíais una vida social muy parecida, pero a ti te perdían las formas. Él se iba de rositas y las charlas se las llevaba la flor original del jardín. Con el tiempo te encontraste con la serenidad. Agarró las riendas de ese caballo pletórico y te convirtió en la persona más amante del mundo. Amante, que se hace amar, a la que es imposible no querer.

Contigo he compartido mil y un juegos de mesa: Cluedo, Tragabolas, Operación, Tozudo, Detector de mentiras, Pirindola, Palé, Hotel,… tú cedías con los Gijoe’s y yo con los pony’s (al menos me dejabas el azul…). Las horas volaban disfrutando a tu lado. Y aprendiendo. Gran profesora de la vida, pionera en muchas cosas, casi siempre para bien.

Y más caminatas juntos. Miércoles, viernes y sábados de casa a la escuela de música y de la escuela de música a casa. Y más carreras entre géneros. Y más victorias para el femenino (grrr, jaja). Porque esa era otra, en tus años mozos, tus preferencias musicales distaban un abismo de las del hermano mayor. Yo, en un principio, me decanté por ti; al final a ambos nos convenció el primero.

Se dice que somos nosotros mismos los que le damos sentido a nuestro nombre de pila, con nuestra propia personalidad. Alegre, natural, fascinante, fresca, tierna, viva, colorista, libre, amigable, intensa, deliciosa, vitalista, flamante,… así es una flor. Otra atlética. Con carácter del sur, la que más enraizado lo tiene de los cuatro. Con raíces en Arganzuela, en Virgen del Puerto, pero con ramas que casi rozan el firmamento. La viva imagen (y el espíritu) del carabanchelero. Nuestra segunda madre.

Los soporíferos viajes a Salamanca y a Gijón se pasaban en un suspiro intentando encontrar en los páramos de Castilla el paisaje más parecido a los valles austríacos donde vivía Heidi. Tú en una ventana del coche, yo en otra, y en el centro el mayor y la pequeña, soportando nuestras discusiones en busca del paisaje heidiano.

Francamente, haber crecido a tu lado, viéndote feliz con el sol, con la lluvia, con la nieve, en primavera, en invierno, de noche, de día,… es imposible no esbozar una sonrisa y que el corazón no se desate con la fuerza de un huracán. La frescura del rocío por la mañana impregnada en las flores. Tenías mal levantar ¿eh?, pobre del que le tocara darte una voz para despertarte…jaja. Auténtica las 24 horas del día. Increíble.

Definitivamente, papá y mamá se llevaron la flor de la vida como segunda elección. Bancarrota total en casa.

Y para el final, el mayor tesoro de la casa. Al hablar de la canija se me encoje el corazón. Haberla visto crecer, desde que era un retaco gordito con unos ojos que helarían al mismísimo demonio, hasta verla hecha toda una mujer con unos ojos que derretirían hasta al mismísimo Yeti. Me acuerdo de ponerme de puntillas para poder asomarme a la cuna y verte ahí, durmiendo como un ángel, acurrucada cual oso mimosín. La verdad es que no recuerdo haber sufrido ese típico sentimiento de celos que tienen los niños pequeños al recibir a un hermano menor. Más bien al contrario. ¡Una hermana peque! Alguien a la que poder ganar a los juegos, a la que poder echar la bronca, a la que poder mandar, a la que poder hacer de rabiar… ufff que gran panorama se me presentaba por delante.

Verte alegre es inundar la casa de felicidad. Verte sufrir es convertir la casa en un velatorio. La Uka, bautizada, como no, por el mayor. Eso sí, el tópico de que la última en nacer es la más mimada, contigo se ha cumplido con creces. Pero hay que decir que nadie se lo merece más que tú. Esa carita redonda, con su inconfundible sonrisa picarona de “yo no he hecho nada”. Si la cara es el reflejo del alma, el tuyo es la bondad personificada, la pillería en carne viva, el sentimiento a flor de piel.

Contigo es la única con la que no he compartido habitación. Aunque quizá debería decir compartido habitación para dormir, porque casi he convivido más tiempo contigo que con los otros dos. Horas y horas he pasado en tu cuarto y tú en el mío, hablando, escuchando música, escribiendo, viviendo. Al cole con la enana, ahora el jefe de mesa en el comedor era el tercero. Emmm, lo siento peque pero es que a mí sí me gustan los petit suisse de fresa y las Conchas…jaja. Además te perdonaba el pescado y la verdura, joia. Y si te obligaba a comerlo era para enseñarte que hay que comer de todo…ejem ejem, ¿ha colado? Jaja.

Supongo que precisamente ésta es la razón por la que todo lo que le ocurre a tus hermanos pequeños te afecta de forma especial: por el sentimiento de responsabilidad. En cierta medida, aunque sea en una porción minúscula, ejercemos de ejemplo sobre nuestros canijos y cualquier éxito o fracaso suyo nos incumbe.

Grease y Mary Poppins. Vaya paliza nos diste con estas dos películas. A todas horas, todos los días. Pero eras la pequeña, y por ver a la niña contenta, por verla sonreír, por verla feliz le habríamos bajado la Luna con un lazo. ¡Es que te sabías los diálogos y las coreografías al dedillo! Se me pone la piel de gallina recordando la pasión con la que vivías no sólo esas dos pelis, sino cualquier mínimo detalle que despertara curiosidad en ti (algo que no es muy difícil). Eras capaz de tirarte horas y horas mirando mariquitas en el parque, o chapoteando en la piscina del pueblo con la burbuja heredada del mayor, o haciendo montañas en el plato con el arroz con tomate.

Bajar a buscarte al portal en plena madrugada, porque acababas de ver alguna peli de terror; ayudarte a comprender la Revolución Francesa para el examen de Historia; bajar a Volga en tu turno porque tú estabas demasiado ocupada hablando por teléfono;… imposible negarse a la Uka. Es mirar atrás y venírseme encima un alud de fotografías. En la cocina, con una camiseta heredada de la segunda que en ti hacía las veces de camisón, desayunando un vaso de leche mientras te partes de risa por los bigotes blancos que te acaban de salir. En salón del pueblo, viendo Los Autos Locos mientras papá te da de cenar tus queridos huevos fritos con patatas. A mediodía, sentada en un banco del puerto de Santander sobre las rodillas de Mamá, con una expresión de seguridad y optimismo que supera cualquier preocupación.

Pasadas las 4 de la madrugada y tras 200 peticiones de jóvenes borrachos, la banda de la verbena se decidía a tocar “Necesito Respirar” de Medina Azahara. Y todo Arroyomuerto se volvía loco coreando su versión extraoficial. Y el tercero te subía a sus hombros. Y no desentonabas tan cerca de las estrellas en el cielo del verano salmantino, con tu mini de kalimotxo y mora. Que no falte la mora, moraya. Pero pórtate bien.

Fan incondicional de Punky Brewster, Sabrina y Parker Lewis, entre otros muchísimos. No sé si es bueno que nos conozcamos tan bien. Así es imposible fingir momentos de duda o de cansancio o de angustia. Con un cruce de miradas nos lo decimos todo. Una sonrisa, un gesto, una palabra… pueden ser la llave para abrir el baúl de las gracias y el cachondeo, o el toque de queda para abandonar la casa y dejarte tranquila. Además con gustos parecidos: a ambos nos “apasiona” la cebolla, el pimiento y el ajo; los dos sentimos verdadera “devoción” por Espe, Mariano y demás miembros del gaviotismo; a ambos nos encanta quedarnos hasta las mil de la madrugada partiéndonos de risa con los bailes de Boney M y las mejores canciones de los 60’s y 70’s, jaja… Eso sí, otra india colchonera seguidora del Kun y Torres. Demasiados para una casa…

Conocerte es quererte. Después de 20 años juntos se me hizo raro sólo poder verte cada 15 días por tu destierro universitario salmantino. Se echaban de menos tus alocadas entradas en la casa y tus huidas anónimas. ¡Grandes Tigretón y Snoopy! (Aunque yo soy más de Charlie Brown, Linus y Lucy). Sólo puedo ir de compras contigo. Sabes lo que me gusta, lo que odio y lo que temo mejor que yo mismo. Bajar la basura a las 3 de la mañana no es lo mismo sin tu “no tardes, hasta ahora”. Igual que irme a la cama sin una última risotada tuya al verme balbucear “buenas noches” con la boca llena de agua.

Eres mi ojo derecho. El de toda la familia. Lo eres de todo el que te conoce y lo serías del mundo entero si te conocieran. Ya no me hace falta ponerme de puntillas y asomarme a la cuna para verte dormida. Echas una última lectura en la cama al libro de turno antes de que el sueño te arrope. Tus ojos se cierran, pero el flexo se niega a apagarse y permanece iluminando a la canija, que reluce como el tesoro más preciado del mundo y parte de Fragel Rock.

La valía de cada persona no se reduce únicamente a sus capacidades propias. De hecho, gran parte de nuestro verdadero valor tiene que ver con el tipo de sentimiento que despertamos en otras personas. Estoy seguro que nuestros padres, a ti, pequeñaja, te robaron. No se ha creado suficiente dinero con el que se pueda pujar por ti.

Soy el tercero de cuatro hermanos. Ellos me han ayudado a vivir feliz. Comidas, viajes, sueños,… juntos. Echar carreras en la comida para ver a quién de los cuatro se le disolvía antes la vitamina-C efervescente en el vaso de agua era todo un acontecimiento a diario. Igual que inventarnos canciones parodiando a las chicas que venían a cuidarnos, o jugar a adivinar la marca del anuncio de televisión, o ver los sábados por la mañana la Familia Munster, o los jueves por la noche Documentos TV alrededor de un bol con Crema Quilama.

Tan diferentes pero necesarios. Tan distintos pero inseparables. Al mayor le apasionan las manzanas amarillas, a la segunda no le gustan las manzanas, al tercero sólo las rojas, y a la pequeña sólo las verdes. Y esto sólo con las manzanas… Así somos. ¡Lo que ha debido sufrir nuestra madre! jaja. La diversidad es lo que nos hace más cercanos, más activos, nada aburridos. Si no es uno, es la otra, y así siempre.

Hemos pasado momentos muy amargos. Pero también hemos vivido episodios de felicidad infinita. Es apasionante observaros desde fuera tanto en unas situaciones como en otras. Colas para entrar en el baño por las mañanas, un color identificativo para cada vaso, un sitio reservado en la mesa y en el coche, un sofá para los regalos de Reyes… Fotos de familia numerosa, reuniones en el tendedero, tardes de verano en la Playa de Madrid, viajes a Covadonga y a la Peña, fiestas en el pueblo…

Enfadarse con un hermano es enfadarse consigo mismo. Disfrutar con un hermano es disfrutar sin límites. Ambas situaciones son inevitables, pero la primera dura un minuto, la segunda eternamente. Con vosotros todo es posible. Os quiero.

¡Qué gran puja hicisteis!

… y me quedo muy corto.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Si en aquel momento yo hubiera...

A Marion Jones,

me arrepiento de muchas cosas. El arrepentimiento es el consuelo que nos queda después de haber cometido un error. Es como cuando, estando reunido con varias personas, alguien lanza una pregunta de cultura general. Tú crees saber la respuesta, te suena cuál es la contestación correcta, pero no te atreves a decirla por temor a equivocarte y ser marcado de por vida como el que la cagó queriendo hacerse el listo. Entonces otro del grupo, de repente, dice la respuesta que tú tenías en la mente y… voilà, efectivamente estabas en lo cierto.

Así es. Tú te dices, “mierda, eres el campeón de las respuestas mudas, tío”. Te queda ese premio de consolación. No es un mal menor. No es un mal, es un bien menor. El error es la primera premisa del arrepentimiento. El error o la equivocación sí es un mal, es no abrirle la puerta a la respuesta que llama con insistencia.

La vida es una sucesión de decisiones. Vivir es decidir. Casi en cada segundo nos plantea una nueva disyuntiva, y otra más, y otra,… Siempre hay varias opciones. Mejores y peores, acertadas y erróneas. No creo, como dicen muchos, que lo que hoy es correcto mañana puede ser equivocado, y viceversa. Las decisiones son lo que son en el momento en el que se toman. Sus consecuencias inmediatas marcan su naturaleza acertada o desacertada. Lo que sucede después es fruto del azar y puede derivar en consecuencias buenas o malas, pero la decisión original fue buena o mala en el instante mismo en el que se adoptó, con independencia de sus efectos más a posteriori.

Por eso creo que las personas que dicen que no se arrepienten de nada de lo que han hecho porque ahora son felices, que piensan que la única forma de haber llegado a su presente ha sido gracias a todas las decisiones tomadas en el pasado, se equivocan. En primer lugar, me parece una postura bastante atrevida y arrogante el creer que nunca se ha tomado una decisión incorrecta. ¿Hemos tomado 20.000.000 decisiones a lo largo de nuestra vida y nunca nos hemos confundido? No lo creo.

En segundo lugar, me niego a pensar que hay un único camino para llegar a nuestro presente. ¿Sólo viviendo mi vida tal y como la he vivido hasta hoy podría llegar a mi presente actual? ¿Si en vez de haber hecho Derecho en la Autónoma lo hubiera hecho en la Complutense no estaría trabajando donde estoy hoy? ¿Sólo puedo haber conocido a mis amigos en las circunstancias en las que lo he hecho? No lo creo. Desde mi punto de vista, el presente que hoy vivo no es el resultado de una línea aislada. Estoy seguro de que podía haber llegado a lo que soy hoy por otro camino, tomando otras decisiones de las que he tomado en la vida real.

Y por último, los antiarrepentidos dicen que la felicidad que hoy tienen se debe a esas decisiones pretéritas, aunque entre ellas las haya habido erróneas. Siguiendo con su teoría determinista, y siendo un poco optimista (algo raro en mí), ¿quién les dice que habiendo tomado otras opciones, ahora no serían más felices todavía?

Muchos creen que de poco sirve arrepentirse, “a lo hecho, pecho”, suele ser su frase preferida. “Ya no se puede hacer nada, para qué pensar en el pasado”, y expresiones similares también aparecen en ocasiones. Mucha gente tiene especial reparo a mirar al pasado. Otros, como es mi caso, tenemos demasiada tendencia a hacerlo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

¿Qué? ¿Quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?

A Jordi Hurtado,

me encanta preguntar. No son cuestiones banales improvisadas para crear conversación. Simplemente tengo curiosidad por saber acerca de mi interlocutor. Lógicamente, mi interés por la otra persona determina en gran medida el tipo de pregunta, pero resulta rara la ocasión en la que no sienta ningún tipo de deseo por conocer algo de mi compañero de diálogo. Reconozco que iniciar conversaciones no es mi principal habilidad, pero, una vez dentro, la pregunta es inevitable.

Creo que la curiosidad por los demás es innata al ser humano. Somos seres que necesitamos relacionarnos, sentirnos queridos, sentirnos pertenecientes a algún grupo. Qué mejor forma de conseguir estos objetivos que conociendo a los que nos rodean. Saber lo que les inquieta, lo que les apasiona, sus aspiraciones, sus frustraciones… Su presente, su pasado y su futuro.

En mí, esta naturaleza curiosa en ocasiones roza la enfermedad. Escuchar las vivencias más excitantes de otros me apasiona. Pero no sólo los capítulos más felices, tristes, emocionantes o singulares, sino también los momentos más cotidianos, situaciones de la vida diaria por las que todos nosotros pasamos de lunes a domingo. No sólo episodios del pasado, sino también sus previsiones de vida para el futuro. Cuál sería su reacción ante la llegada de un determinado reto, qué temen, qué aman, qué odian, qué esperan… Sus opiniones sobre temas trascendentales o sobre cuestiones de lo más usual, desde el sentido de la vida hasta la forma de hacer la cama.

Sin embargo, el ánimo de conocer a la hora de cuestionar no siempre se cumple. En muchas ocasiones las personas preguntan sin ningún ánimo de saber. Su única pretensión es la de matar el silencio. No soportan los, para algunos incómodos, pero siempre necesarios, momentos de escuchar el mundo. Cómo habla una ráfaga de viento (American Beauty de nuevo, lo siento, jeje), lo que le cuentan las gotas de lluvia al asfalto, los alocados monólogos de nuestros amigos los perros, de los pájaros, o del estruendo de los cláxones de los coches o de las obras,… de nuestro entorno, de nuestra vida. No entiendo a estos negadores de la realidad.

En este sentido, hay algo que me inquieta y a lo que no encuentro explicación. Me refiero a algo que me lleva ocurriendo a menudo de un tiempo a esta parte. Una conversación con un amigo que desemboca en una pregunta concreta de su parte sobre algo de mi vida, cuyo objetivo no es saciar ninguna duda razonable. Me explico, la otra persona no tiene ningún interés en conocer la respuesta que me dispongo a ofrecerle. En realidad, no sé qué finalidad tiene su interrogante, pero estoy seguro que no les importa en absoluto mi contestación. Quizá, sólo sea para dar un giro al tema de conversación o simplemente para iniciarla o para acabar con la (supuesta) incomodidad del silencio… no lo sé. “¿Por qué me pregunta esto si no le interesa la respuesta?”, me pregunto, valga la redundancia.

Me encanta preguntar porque lo que viene después es impredecible. Primero la reacción, luego la decisión, y posteriormente el relato, aderezado con la función teatral de gestos, expresiones y demás ingredientes del mismo. La primera reacción ante la pregunta es un síntoma claro de lo que viene a continuación. Sorpresa, incredulidad, desconfianza, emoción… Luego llega la decisión del cuestionado, si responder o no. Y en caso afirmativo, comienza el viaje hacia otro mundo.

Y es que escuchar historias vividas por los demás te transporta a su singular mundo. Atender a tu narración sobre lo que sucedió aquel martes y 13 de diciembre en aquella cafetería me sitúa en la mesa de al lado, junto a la vuestra. Os miro y una sonrisa de complicidad se instala en mi cara. La sensación de trasladarme a aquel momento mientras te escucho va incluso más allá. Puedo hasta ver a través de tus ojos, escuchar los latidos acelerados de tu corazón y sentir el sudor de las palmas de tus manos.

Se trata de hacer tuyos momentos de una vida ajena. Colarte, por un instante, en su pasado y descubrir un universo nuevo, su universo. Sentir sus sentimientos y vivir sus vivencias. Es jugar a ser otra persona o, si se prefiere, contemplarla in situ desde fuera. Puedes protagonizar la película o, simplemente, sentarte en una butaca a verla. Una película real, que ha sucedido, sin efectos especiales ni giros de guión, un hecho auténtico experimentado por alguien cercano a ti.

Como aquel parto interminable, inenarrable, pero increíblemente sensacional. Te acompaño desde que te despiertan, en plena madrugada, las primeras contracciones madrileñas, hasta la venida al mundo de esa preciosa chiquilla en tierras jienenses. Te veo sufrir de dolor, te veo llorar de alegría. Casi hasta padezco tu sufrimiento, casi hasta siento tu felicidad. Descubro junto a ti lo que significa traer a la vida a una persona.

Escuchar sucesos ajenos vividos por personas a las que quieres supone una cierta invasión vital. Pero en esta ocupación no hay atentados suicidas, ni armas de destrucción masiva, hay un gran deseo por profundizar en lo más íntimo de esos seres. Recordando tu arriesgado viaje a París, 32 horas de autobús, una final histórica,… Tus solitarias tribulaciones en la ciudad del Sena no lo eran tanto, yo estaba allí, a tu lado, contemplando Notre Dame y disfrutando de Henrik Larsson repartiendo asistencias a diestro y siniestro.

Todos estos particulares cuentacuentos me llevan de ruta por sus recuerdos hasta dejarme abandonado a mi suerte en su corazón. Disfruto al lado de un motero viendo a Olga jugar con Iván y Carmen, salto junto a un hermano mientras escuchamos a Maximo Park en el último Summercase, camino de la mano por el Paseo Marítimo de Gijón con una Santa adolescente, acompaño en el asiento de atrás de un coche de autoescuela a una periodista genial, presencio la reunión de un claustro universitario repleto de carcamales que tratan de complicar los inicios a la mejor profesora del mundo,…

Me congelo de hielo en Rusia con un chaval que no sabe qué demonios está haciendo allí, bailo en LaLola al son de “The girl from Mars” de la mano de un DJ nazarí, me emborracho con macetas de sangría al lado de una chica de Villaverde y otra de Valdemoro, un demente reconocido me presenta a Alaska en el Pentagrama, me muero de los nervios justo antes de actuar en el primer gran casting de una ingeniera, acudo al inicio de una amistad entre el mejor graffitero de España y los muros serbios, ayudo a un vasco universal a arreglar el Mundo, me tiro en paracaídas inmediatamente después de que lo hayan hecho una atlética cumpleañera y un templario madridista,…

He vivido todos estos momentos gracias a vosotros. Y muchos más que me quedan por vivir… si me dejáis.

Para aterrizar de lleno en estos capítulos se necesitan mucho más que palabras. Como decía antes, gestos y sensaciones son los billetes imprescindibles para emprender un viaje inolvidable, para subirse al álbum de fotos de la otra persona y vivir la película de su vida. Los ojos, las manos, el tono de voz, la gestualidad, la sonrisa,… son medios de transporte que tienen por destino historias fascinantes a las que nos envían, más deprisa o más despacio, por un camino u otro, dependiendo de su intensidad.

Reconozco que muchas veces mis oídos han cerrado sus puertas para dejar vía libre a la observación visual. El brillo de la mirada del protagonista del relato, durante la conversación, transmite tanta energía que casi se podría ver a través de sus ojos. La mirada perdida te acompaña en sus experiencias. Luego está la sonrisa. Esa maldita delatora que te ayuda a descubrir algunos de los momentos más especiales vividos por tu conversante. Aparece como por arte de magia, como ese invitado al que nadie esperaba pero que todos se alegran de ver. Y lo mejor de todo es que se contagia al instante y que no te abandona durante toda la velada. Los movimientos de las manos, la cadencia de la voz, la postura del cuerpo,… todo ello forma parte de la obra de teatro a la que asistes encantado.

Una pregunta es una llamada a la puerta de la intimidad de otra persona. Te pueden abrir y enseñarte la casa, puede que no hayan escuchado el timbre, puede que no te quieran abrir, y puede, incluso, que no haya nadie.

Me encanta visitaros.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Life killed the radio dreams

A Marconi y a James Matthew Barrie,

más de quince años pasando juntos todas las noches y aún no sé quién eres. Me cuesta recordar la última vez que me dejaste pasar a solas la madrugada. Tantísimas noches inolvidables, envueltos en sueños, compartiendo ilusiones, dibujando el futuro entre palabras… También hemos vivido oscuras madrugadas, donde la almohada era nuestro único escudo contra los miedos que nos rodeaban y amenazaban abordar nuestro demasiado escandaloso Pikolín.

Llevo escuchando tu voz nocturna desde que iba al Breogán, acompañándome siempre. Mi fiel escudera entre las sombras madrileñas. Y salmantinas, y gijonesas, y segovianas,… porque allá donde yo iba acudías tú. Hablándome, llenando vacíos de soledad. Eran horas y horas, pero a mí se me pasaban en un suspiro. Incluso en esas noches en las que tus palabras chocaban contra los muros de mis pensamientos, cuando oía tu voz pero no la escuchaba, cuando estaba demasiado ocupado estudiando, escribiendo, reflexionando o simplemente soñando, algo dentro de mí se empapaba de tu presencia.

Nos presentó Jorge cuando los hermanos compartían habitación. Fue un flechazo. Te vi, te escuché, y no pude separarme de ti. Conoces mi vida casi mejor que yo (el casi sobra) y sabes que gran parte de lo que soy te lo debo a ti. Tú y yo no compartíamos noches, las vivíamos, las saboreábamos hasta que casi nos cortábamos la lengua con ella. Mi pequeña gran confidente. En los buenos y en los malos momentos, nunca te has ido de mi lado.

Al principio era debajo de la almohada, ¿te acuerdas? Parecía increíble que de un cuerpo tan pequeño pudiera salir tanta energía, tanta vida. Tengo grabado a fuego aquella madrugada, aquel “Would I lie to you” de Charles & Eddie que me dedicaste y con el que me rescataste de la maldita pesadilla. Tantas historias, tantas conversaciones, tantas alegrías, tantos lamentos…

Recurro a ti porque tú eres el principio y creo que me he perdido. Desconozco el punto en el que me desvié de la senda marcada por la ilusión. La vida me está llevando por el lado equivocado y no puedo hacer nada para remediarlo. Nada de lo que tú y yo teníamos planeado. ¿Recuerdas aquellas noches de domingo bailando pasodobles? Nunca imaginamos que nos veríamos en esta.

“Haz lo que debas”. No es el título de la peli de Spike Lee, es lo que me dijiste la noche anterior al examen de selectividad. Un salvavidas en un océano repleto de dudas. No lo cogí y me ahogué. Y ahí sigo, viviendo en el fondo del mar, en otro mundo. En realidad, creo que nunca he llegado a estar en la superficie. He visto cómo las personas de mi alrededor, antes o después, decidían calzarse las aletas, poner rumbo de nado vertical y abrazar la madurez, dejando atrás las estrellas y caballitos de mar para respirar el aire fresco de los adultos.

La vida en mi mundo, junto a los arrecifes subacuáticos, es lenta pero segura. Los segundos se hacen eternos, cada movimiento se mide al milímetro, la gravedad nos abandona pero la presión nos invade. Hay mucho tiempo para pensar. Demasiado tiempo para pensar. La parsimonia es la gran aliada de la reflexión, que acaba por convertirse en paranoia. Mientras, esa lentitud le tiene declarada la guerra incondicional al impulso, a la espontaneidad, al sentimiento original.

Decía que aquí, en el fondo marino de la inmadurez, la vida es más lenta, pero también más segura que ahí afuera. Sabes a qué atenerte (seguridad jurídica, para algo me sirvió Derecho), todo tu alrededor te es conocido, el agua te protege por doquier. Además, al tener tanto tiempo para pensar, se medita cada decisión casi hasta sangrar. Es difícil equivocarte en tu elección. “Pero puede que de tanto pensarla, te decidas demasiado tarde”, decís los de la superficie. No. Aquí abajo, el tiempo se estira como una goma. Aquí nunca es demasiado tarde. Allí arriba casi siempre lo es.

Esta mañana, camino del trabajo, alguien me ha dado una voz justo cuando iba a entrar en el Metro. Me he girado y era Segundo, mi profesor de guardería. Hacía más de cinco años que no sabía nada de él. En apenas diez minutos de conversación nuestros recuerdos se han remontado dos décadas atrás. Ya peina canas, pero su semblante de buena persona y su calidez y cercanía a la hora de hablar los mantiene intactos. Como hace más de 20 años, cuando él y Nines trataban de poner orden en La Locomotora, entre un grupo de canijos incontrolados locos por ver la última peli de Disney.

¡Cuánto odiaba el babi! Creo que era el único de mi clase que no tenía. Yo estaba tan feliz manchándome de tomate frito o de puré de patatas mi chandal Yanlis o mi camiseta de Helechitos, sin usar ningún batín uniformado. Y esos recreos en el parque iniciándonos en el mundillo del balompié… ¡Grande Raymon! esa zurda que aún hoy en día es la mejor del Barrio del Pilar, con diferencia. Aquellas fabulosas esculturas de plastilina, los maravillosos lienzos a base de ceras, las majestuosas edificaciones con las piezas de Lego…

Debe ser curioso para Segundo ver, después de 20 años, a ese chavalín que solía vestir aquella camiseta roja y sus zapatillas Yumas pintarrajeadas con tinta de bolígrafo. Me siento orgulloso de haberle tenido de primer profesor (con los innumerables tostones que he tenido después). Es de esas personas que te dejan huella para toda la vida.

Pero lo cierto es que, dos décadas más tarde, mi ánimo sigue buceando en el fondo del océano. Digo mi ánimo porque mi cuerpo emergió en la superficie hace un tiempo. Empujado un poco por la corriente, otro poco por familiares, amigos, hechos de la vida,… pero eso, empujado.

Arriba se ha impuesto la apología de la responsabilidad. Cualquier error es magnificado hasta límites desconocidos, tiene tintes casi hasta dramáticos. No hay vuelta atrás y puede suponer un punto y aparte en el desarrollo de tu vida. Sin embargo, los éxitos carecen de reconocimiento, se dan por supuestos, pocas veces van acompañados de una mísera muestra de satisfacción.

En las profundidades las cosas son diametralmente opuestas. En primer lugar, como decía antes, las equivocaciones pocas veces se dan (la frontera entre lo bueno y lo malo es casi imperceptible), y cuando efectivamente se producen (y no pueden ser subsanables) la consecuencia no pasa de una necesaria auto-reprobación, de un “vaya, la cagué, tomo nota para la próxima”, una sonrisa y para adelante. Y en el caso de los triunfos sucede tres cuartos de lo mismo. Las palabras de aliento y los aplausos (en ocasiones, hasta inmerecidos, pero que el corazón agradece profundamente) no faltan nunca.

Supongo que acostumbrarse a vivir afuera requiere un tiempo. La pregunta es si quiero acostumbrarme a esa forma de vida. Creo que no. Entonces, ¿puedo vivir permanentemente arriba con una mentalidad de abajo? Creo que tampoco.

“Hay que madurar”, “la vida tiene sus etapas”, “se aprende a vivir a base de golpes”,… son expresiones que he oído muchas veces y todas ellas me parecen equivocadas. Crecer es obligatorio, madurar es una elección, por lo tanto, no hay obligación de alcanzar la madurez. Si escoger el camino más sencillo (y que yo desee) es no madurar, buscadme allí.

La vida no tiene sus etapas. La vida es una etapa continua, sin fases que la dividan. Está claro que el cuerpo y la mente varían a lo largo de los años, pero me niego a aceptar que en un determinado momento todo tu mundo se transforma y quedas impedido de hacer o decir ciertas cosas. Creo que puede haber personas de edad avanzada que tengan un espíritu de chavales, y críos que se sientan como verdaderos dinosaurios. La vida no está marcada por patrones.

¿El aprendizaje sólo se adquiere a través de malas experiencias? Sinceramente, no estoy de acuerdo. Observando, analizando, dialogando,… así se puede crecer, sin necesidad de atravesar sufrimientos o disgustos. De hecho, el haber sufrido desdichas o cometido errores no es garantía de no volverlos a sufrir o cometer. Esa maldita piedra en la que tropezamos una, dos, tres, y no sé cuántas veces más, es testigo directo de ello.

No sé, quizá mañana piense todo lo contrario. Esto es bastante infantil ¿no? Pues eso.

… y esta noche, a escucharte, como siempre.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

En el nombre de Ángel Juan

A quien fue, es y será parte de mí,

te echo de menos. Hace más de un año que tus maltratados pulmones decidieron que ya era suficiente. Estoy seguro que incluso ellos, a los que citabas día a día con el señor Marlboro (casi hora a hora), están orgullosos de haber escoltado, durante más de medio siglo, al corazón más grande que ha conocido jamás el planeta Tierra, y parte del barrio de Carabanchel.

Porque ese era tu barrio. Allí naciste, allí hiciste tus primeros amigos (de los miles que conquistarías), allí traveseaste de cani, allí jugaste tus primeros partidos como profesional, allí conociste a mum,… Siempre he creído que todos llevamos en nuestra forma de ser las raíces del lugar en el que nos hemos criado. Seguramente, todos esos falsos cosmopolitas que reniegan abiertamente de su origen no hagan con esa actitud sino reafirmar la personalidad propia de su ciudad o barrio de la infancia.

Carabanchel huele a desparpajo. Popular, bullicioso, ajetreado, descontrolado, impulsivo, racial…Así veo a tu barrio. Así te veo a ti. Paseo por Vía Carpetana y te veo jugando a las cartas con los gitanos; llego hasta el Campo de La Mina y se me ponen los pelos de punta recordando tus tardes de central en el Cara; me paso por los alrededores de Vistalegre y me invitas a unos churros en aquella chocolatería que llevaba tu amigo valenciano…

Eras tierno. Desde Jorge, pasando por Vanesa, Alfon, Inés y María. Tu cara al verles expresaba una emoción poco común. Te mezclabas con nosotros. Volvías a tu niñez por unos momentos y te unías a nuestro grupo como uno más. Desvivirse. Eras capaz de eso y mucho más por cualquiera de nosotros. Te has ido vacío de cariño. Lo has dado todo y no sé si hemos sido capaces de devolvértelo. Un corazón tan grande es difícil de llenar pero a fe que lo hemos intentado con todas nuestras fuerzas.

¿Te acuerdas de aquella mañana de otoño en la Ciudad Deportiva? Llegamos tarde, como casi siempre, pero con unas energías que rayaban el éxtasis. Jugué y me cogieron. ¡En el máximo rival del equipo de tus amores! Y allí estabas tú, el más feliz del mundo. Seguramente, ni aunque mis pies hubieran ido a dar con el Manzanares aquel día tu sonrisa habría sido tan sincera y radiante. Durante más de 25 años, tú has sido el único hincha atlético que se entristecía cuando el Madrid palmaba. “No pasa nada, Pablo, piensa que nosotros estamos peor”. Jajaja, ese era tu consuelo. Siempre sacando la cara por los demás.

Y todas aquellas tardes llevándome al Pardo a entrenar. Bajando a vernos a Las Eras en aquellos veranos de fantasía en tu añorado Arroyomuerto. Enseñándonos a nadar en la recién estrenada piscina del huerto de la calle. A montar en bici, a conducir, a jugar al ping-pong, a querer. Porque verte era ver comprensión, sosiego, consejo, cariño, pasión, alegría. Eso sí, eras poco de medias tintas. Nervio, raza e intensidad dulcificados con un poco de paciencia (sólo un poco) daban como resultado una persona inflada de temperamento y también de bondad.

Las sobremesas viendo el Tour, o tus somníferos preferidos, los Documentales de La 2. Los churros y las porras para desayunar los fines de semana (en los últimos años eran casi más para comer…), tu barita mágica en la cocina…Nunca ha habido, ni habrá una tortilla de patatas tan sabrosa, deliciosa y absolutamente genial como la tuya. Esos boquerones en vinagre, esas ensaladas aliñadas para piratas (así ha salido Flor, jeje)…Siempre con la radio, y con la sonrisa. Echo tanto de menos esa sonrisa…Malditos dientes…

Una voz inconfundible (aunque Jorge y yo hayamos tratado de igualarla, sin éxito, por supuesto), y un bigote que se fue haciendo madridista te acompañarán siempre. La de horas que te tiraste esperándonos a Flor y a mí en la escuela de música…No te imaginas el gozo que sentía al verte los días que tenías reunión con el tutor en el cole. Eras el primero en confiar en mí. Siempre creíste más en mí que yo mismo.

Mirar hacia atrás en situaciones difíciles era verte siempre. Tu mano sobre mi hombro y un gesto de asentimiento eran suficientes para que los miedos desaparecieran. En aquellas horribles tardes de dentista, en la operación, en las dudas universitarias, en las crisis familiares, en los problemas de amores,…por allí siempre pasaba Ángel Juan o Juan Ángel, tanto monta, monta tanto. Era un alivio tenerte cerca. ¿Seguridad? Absoluta, a tu lado.

Maldigo la mala suerte que te acompañó en los últimos años. Un cruel sufrimiento inmerecido que tú, enfrentándote con tu inseparable valentía, combatiste día a día pero que, a la postre, fue haciendo herida en tu alma. Hasta el hombre más virtuoso del mundo era retado por el destino. La enfermendad, la presión, el exceso,…demasiados enemigos unidos al mismo tiempo. Aún así, acabaste con todos. Una victoria digna de tu Atleti en la Champions o de tu Cara en Tercera. Un triunfo a base de tesón, de no tirar nunca la toalla, de luchar hasta la extenuación. Tu victoria.

“Eres igualito que tu padre”. Otra de las frases que más he escuchado en mi vida. Y nada que me haga más orgulloso. Las similitudes se quedan, en su mayoría, en el casco. Por desgracia para mí, el puesto de mandos no es tan parecido. Jorge, Flor y María. Seréis ansiosos. ¡Qué poco me habéis dejado! Me queda tu recuerdo y el orgullo de ser hijo de aquel carabanchelero alegre, inquieto y con un corazón de oro que lo fue empeñando poco a poco por todos nosotros. Por todos.

Da besos de mi parte por allí arriba a todas las personas que se han ido, llevándose consigo un pedacito de mi vida. No pasa un día en el que no me acuerde de vosotros (Chelo, Patro, Tomás, Alfonso, Paco, Volga…y tantos otros).

Tan parecidos y tan distintos…ojalá fuera "igualito" que tú.

Te quiero.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Confesiones (tardías) de un norteño a una sureña

A ti,

supongo que algún día tocaba hablar de esto. Borbotones de sentimientos y chorros de sensaciones personales. No voy hablar ni con el cerebro, perdedor al Brain Training; ni con las manos, agarrotadas de tanto apretar aquel corazoncillo de gomaespuma; ni con el corazón, usado como pelota para jugar aquel partido de tenis que nunca llegamos a disputar; ni tampoco con mi atrofiado sexto sentido que tantos disgustos me ha traído. ¡Qué lo haga el alma!, que siempre es sincero y no se deja llevar por las emociones. Allá vamos.

Seguramente haya cometido uno de los mayores errores que se puedan cometer, y que en mi caso no han sido pocos, la verdad. Uno mismo sabe diferenciar cuándo se ha equivocado en pequeñeces y cuándo la cagada puede tener consecuencias irreparables. Creo que yo estoy en la segunda categoría. Seguro. “Ya es demasiado tarde”. Cuántas veces me habrán dicho esa frase…Demasiado tarde porque ya no hay vuelta atrás, porque las segundas oportunidades sólo se dan en las películas, y porque lo que hiciste en el pasado (o más bien, lo que no hiciste) te suele acompañar de por vida. ¿Hay alguien con una máquina del tiempo en la sala? Ofrezco ricas napolitanas y limonadas del Mercadona, y hasta algún triángulo de regalo -instrumento musical indispensable para dibujar preciosas canciones como Francisco Alegre.

Recuerdo aquel jueves 3 de julio en la cafetería charlando a tu lado con Raquel, María y demás compañía, de las tapas tan ricas, pero tan raras, que me habían puesto en el Congreso del día anterior. Yo pensaba: esta tía nueva que entra aquí pensará que soy el más friki del mundo (hasta que conociste a tu sustituto en la empresa, espero, jaja). Desde aquel día, tengo archivados por orden alfabético todos y cada uno de los encuentros (con palabras de por medio, o no) que mis ojos tuvieron con tu presencia. En tu odiado metro, en los cafés matutinos –aunque yo los recuerdo vagamente por mi somnolencia crónica mañanera-, en tus viajes de ida y vuelta al baño, en tus despedidas hasta el día siguiente mientras otros dos amigos y yo departíamos en la calle…Fue un verano diferente. Trabajando y disfrutando. ¡Qué contradicción! Mariposas en la tripa, el corazón a mil, las palabras que se traban, el estómago que se cierra (ni un mísero bocata cantábrico, joe)…Esa chica tenía algo especial.

Aquel día en el Plaza Norte (perdona, jajaja) un huracán pasó de refilón a mi lado y me descolocó totalmente. En el McDonald’s, hablando de Canadá, de tu cole de pijos con uniforme y bañador, de las macetas de sangría en El Alquimista,…luego de tiendas, aquella que buscabas de regalos, la Fnac, aquel paisano salmantino de la parada, una apuesta que acabó en empate (aunque la mía era anterior)…Luego vacaciones y msn. Bueno msn no, o sí, pero sin hablarte. Seré idiota. ¿Dónde te has dejado la iniciativa, Celticman? Es preferible pedir perdón a pedir permiso. Era así ¿no? Apuntado queda. Pero “demasiado tarde”…

Es la primera vez que me paso las vacaciones de verano deseando volver al curro, y no precisamente por los madrugones ni por “mrs. goodmorning”. Estabas conmigo en Gijón; en Salamanca; en el banco del parque con los amigos; en casa de Jhona grabando el programa; con Victor jugando a la Play; viendo a Pau & Company poniendo contra las cuerdas al NBA Team; en el Bernabéu viendo al Madrid y al Sporting; con Nacho en Ópera; en el concierto de The Wombats (ahí en cuerpo y alma); viendo con Rosa en La Vaguada Vicky, Cristina, Barcelona; hablando de la vida con Chiki y Raffa; escuchando a Wilco tocar Impossible Germany con Salva;…Arrasando con todo, ahí estabas tú. En la cabeza y en el corazón. En el Norte y en el Sur.

Los puntos suspensivos de la sonrisa perenne. Que se partía de risa (forzada muchas veces, ejem ejem) con mis conflictos diplomáticos con los italianos y de mis aventuras con los oculistas sacados de la peli Hostel. Que se tronchaba con la historia que precede a mi “amor” por Zaragoza. Los problemas dejaban de ser problemas con esa cuarto menguante tumbada de oreja a oreja. Por Madrid, un duende con mirada zaina, nada triste. Y con palestino, y no del Zara precisamente. Aquel chaval (no saquemos el tema de la edad, jaja) de las extrañas manías había caído de lleno y sin paracaídas en una de las historias de Pon&Zi (no de HellowKittie ni WinnieThePooh). Aquel exgraffiterometalerohiphopero sentía la necesidad de echar unas caladas a la graciosa, pequeña y preciosa cachimba que la Universidad Carlos III guardaba en su Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación (es lo único que le falta a la Autónoma). Aquel desconectador profesional de conversaciones y eterno estudiante de Historia del Periodismo Español (pero con dos matrículas, ejem ejem) se había enamorado de una guionista de autobuses a la que 13 rosas logró sacar alguna lágrima que otra. Aquel abogado y casiperiodista que vio en el Puerto de La Coruña una obra de dimensiones titánicas pensaba segundo a segundo en una futura inquilina de un piso de la céntrica calle de Fuencarral. Pero aquel tío melón nunca se decidió a pasear su viejo, pero útil, Cari por las calurosas tierras del sur, desde la que apenas se divisan las 4 Torres.

Hay personas que tienen mala suerte perdiendo trenes y ascensores físicamente, y también los hay que la tienen perdiéndolos metafóricamente. Conozco a un superhéroe al que le sucede lo segundo. Estuvo semanas y semanas cargando en su mítica mochila John Smith con un triángulo que pedía a gritos un viaje al sur de Madrid, pero que nunca tuvo narices para decidirse a hacerlo. Un superhéroe enamorado de la copla que solía perder apuestas a sabiendas, sólo para garantizarse volver a ver a una nota musical. Un superhéroe ciego que acostumbraba a hacer niñerías, como dejar de hablar y mandar mails, a una pequeña hobbit sólo por indicios de presencias de otros punto y comas. Fotos, conversaciones por el msn, llamadas al móvil, salidas a tomar algo, un cine,…Alguien hizo todo lo que dejó de hacer el amigo de Peter Parker, que debería haber aprendido de cómo actuó su colega neoyorkino con Mary Jane. Pero escogió el camino equivocado, el que lleva a ninguna parte. Bueno, esta senda sí que tiene destino: Friendshipville.

Se suele decir que todo tiene una moraleja. El problema es que ésta tiene aplicación para los actos futuros y el futuro es muy caprichoso, y muy cruel cuando acaba de terminar de ver la gala de Gran Hermano. Mi futuro está en el pasado. Unos tres, cuatro o cinco meses atrás, aproximadamente. Repito: ¿Se ha traído alguien hoy la máquina para viajar en el tiempo? El tiempo. Jugando siempre en campo contrario, con el firme embarrado y dos linieres novatos. Así gana cualquiera. Bueno, habría que verle jugando al ilikechallenge (ai laik). ¿El Señor Tiempo será de los que abre los ojos debajo del agua? Seguro que aún usa burbuja. Él no se hunde, pero sumerge las esperanzas de chatarreros amantes de las palomitas de microondas. Los sueños del hijo del helecho eran un escaparate habitual para que la dueña de Wendy, e ídola (del sur) de Mario, se desenvolviera cual Charlize Theron en el papel protagonista de la película. Pero eran eso, sueños. Ahora casi prefiere ni cerrar los ojos por miedo a la aparición de cameos inesperados, a la emisión de una película en blanco y negro o, lo que es peor, al cierre definitivo del cine.

La indecisión. Fanta, Kas, Trina, Schweppes,…Esta es la cuestión. No es baladí. Puedes creer que la Fanta está esperando que la bebas, cuando lo que está pensando realmente es que eres un melancólico aburrido seguidor de Coldplay, y que lo que más te conviene es que pidas Kas. El caso es que yo quería, y deseaba (amigo psicoanalista), a Fa nta, pero no la pedí. Llegué a la barra y comencé a hablar con el camarero. Hablamos horas y horas, conversaciones amenas, graciosas, interesantes, poco personales… De música, de cine, de viajes, de periodismo, de todo lo habido y por haber en la Galaxia, menos de la bebida que realmente deseaba. – Quiero una Fa nta, por favor. Es posible que luego no les quedara o que la última que les quedara se la hubiera pedido antes otro cliente, pero al menos habría dejado claro mis gustos.

¿Tanto te costaba pedirla joven padawan? Pues sí que le costó, sí. Tanto que no lo hizo. Y que se tuvo que marchar del bar sin escuchar la actuación musical de esa noche. Una chica joven, vitalista, inteligente, comprensiva, guapa y bajita que tocaba la guitarra de escándalo. Antes de abrir la puerta para marcharme, me giré y pregunté con interés, -¿de dónde viene esta estrella a la que apodan “la crack”? -Del Sur.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Dos malos conocidos y uno bueno sin conocer

A Rudy, Rudy, Rudy, Rudy Fernaaaaaaaaaandez (con la melodía del tema Ruby, de Kaiser Chiefs),

¿Obama o McCain? Me parece que falta una tercera opción. Simplificando, ambos candidatos representan la derecha y la extrema derecha, respectivamente. ¿Y el candidato de izquierdas? ¡Ah no!, se me olvidaba que en EE.UU. los socialistas, comunistas, anarquistas, y demás personas de tendencias progresistas sufrieron una abducción masiva y desaparecieron de la faz de la Tierra camino del Planeta Rojo…

Me parece vergonzoso que la mayor potencia mundial no cuente con un partido político verdaderamente de izquierdas que aspire a la presidencia del Gobierno. Me importaría un bledo si fuera en algún otro país, pero por suerte o por desgracia (más bien por lo segundo), lo que suceda en EE.UU. mañana me afectará de una u otra forma. No falta quien dice que el Partido Demócrata representa los valores más propios de la izquierda política: primacía de los derechos sociales, cuidado por el Medio Ambiente, economía intervenida por el Estado, compromiso con la Cultura, supremacía de los principios de Solidaridad, de Paz, de Igualdad…Ja ja ja.

Basta echar la vista atrás para darse cuenta de que presidentes demócratas han cometido tantos crímenes humanitarios como sus “primos-hermanos” republicanos: Durante la Administración Clinton, las sanciones económicas costaron la vida de miles de iraquíes, y los bombardeos de los aviones estadounidenses se sucedieron periódicamente tanto en Irak, como en Yugoslavia, Sudán, Zaire…; Harry Truman ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; en los años 60, Lindon Johnson terminó el trabajo iniciado por su predecesor, John F. Kennedy, e intensificó la guerra de Vietnam. Algunos dirán que todas estas actuaciones contaban con un respaldo internacional (bien de la ONU, bien de la OTAN, de naciones aliadas, etc.). Pues bien, creo que para los miles de muertos inocentes que arrastraron todas estas operaciones no es excesivo consuelo que EE.UU. las ejecutara con el consentimiento de no se qué institución o país.

En la cuestión medioambiental sucede tres cuartos de lo mismo. Al Gore, otrora vicepresidentísimo de Clinton, se ha convertido en el adalid de la lucha contra el cambio climático, Premio Nobel de la Paz incluido (es que es para partirse de risa, joe). Esta vena sensiblera por el desarrollo sostenible le ha llegado un poco tarde, ¿no? En 1997, durante su Gobierno, más de 160 países, entre ellos EE.UU. (mayor contaminante del mundo), firmaron el Protocolo de Kioto para limitar las emisiones de CO2. Gore efectivamente suscribió el documento, pero lo hizo sabiendo que era papel mojado. Por eso, ya en territorio estadounidense, ni él ni Clinton hicieron nada para que fuera aprobado por el Congreso norteamericano. Una hipocresía galopante.

Por si esto fuera poco, Gore se ha mostrado firme partidario de los biocombustibles. Es decir, de la desertificación de superficies gigantescas, destruyendo bosques y tierras de cultivos tradicionales en Latinoamérica, Asia y África. Una deforestación que aumentará las emisiones de gases de efecto invernadero por el tratamiento de los suelos, la agricultura intensiva y el transporte. Esto acelerará el calentamiento global, y encarecerá los alimentos de primera necesidad.

Y qué decir del sistema económico. Demócratas y republicanos son carne de neoliberalismo. Mismos perros con distinto collar. Privatizaciones masivas, liberalizaciones indiscriminadas, mano de obra barata, mercado libre y autocorrector. Esto es lo que nos espera gane quien gane. “El fundamentalismo de mercado neoliberal siempre ha sido una doctrina política que sirve a determinados intereses. Nunca ha estado respaldado por la teoría económica. Y, como debería haber quedado claro, tampoco está respaldado por la experiencia histórica. Aprender esta lección tal vez sea un rayo de luz en medio de la nube que ahora se cierne sobre la economía mundial”, así resumía Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001 (los mismitos méritos que Gore…ejem, ejem), su percepción sobre cómo el neoliberalismo ha llevado al mundo a la situación actual.

Del Partido Republicano acabo antes si digo que un gabinete compuesto por Dipsy, Lala, Po y Tinky Winky sería mucho más beneficioso para el mundo que uno compuesto por republicanos.

Lo de mañana es un Ruíz-Gallardón contra Esperanza Aguirre. Un Valladolid contra Oviedo. Un Bustamante contra OBK. Malo contra peor. Peor contra horrible. Es una pena que las experiencias político-económicas más recientes que aplicaban políticas progresistas reales fracasaran por su dirección totalitaria (U.R.S.S., Cuba, Corea del Norte,…). Y luego está China, también viciada de origen por su bochornoso tiroteo continuo contra los Derechos Humanos. La izquierda europea dominante de ahora no es más que una derecha camuflada. Social-demócratas, laboristas, partidarios de la tercera vía de Blair…eso es vender humo. Aún así, están a años luz del Partido Demócrata de EE.UU.

Sé que es utópico, pero creo que va siendo hora de que el mundo esté liderado por una potencia revolucionaria, solidaria y progresista. Por desgracia, creo que el Gobierno de Arroyomuerto ahora mismo está pendiente de otras cosas, pero yo apostaría por él.

En cualquier caso, In Obama We Trust (más que nada porque le gusta el basket, ¿verdad Rudy?).