miércoles, 14 de diciembre de 2011

Tercera planta

Al SOPP,

Soy una persona rutinaria. Bueno lo de persona no está del todo confirmado. No doy la bienvenida a la improvisación. Llevo más de cinco años repitiendo la misma escena de lunes a viernes (llámale viernes, llámale jueves…), pero ese hábito ha concluido hace poco. Ha sido un bonito capítulo de mi libro, pero el lector quiere más. Se pasa una página, pero los personajes aparecerán más adelante, si ellos quieren. Han sido muy bien acogidos por la crítica, pero sobre todo por el público.

Frío, calculador y tímido. Tres calificativos que algunos han escrito en mi cada vez mayor frente. Tímido, lo soy, a veces hasta enfermar; calculador, lo intento, ya he dicho que las sorpresas juegan en campo contrario conmigo, no obstante, soy más de letras. Y frío… qué le voy a hacer, nací en el Norte.

Lo que no me han llamado mucho, al menos más allá de ambientes sureños, es sectario. No pocos lo denominarán oportunista. No lo creo. Sé hasta dónde puedo hablar y hay códigos de amistad que jamás cruzaré. Hace unos meses, en plena batalla editorial, un irlandés me aconsejó que tomara las decisiones pensando solo en lo que más me conviniera a mí. Así he intentado actuar. En ese camino han ido mis pasos.

En una de mis peores épocas, un melómano de Lavapiés me recomendó la película ‘Pequeña Miss Sunshine’. Sublime. La vi unas horas antes de asistir a uno de los mejores conciertos que he presenciado. Fue en la Sala Heineken, ofrecido por unos chavales de Liverpool bailaron al son de Joy Division. “Un perdedor es el que tiene tanto miedo de no ganar, que ni siquiera lo intenta”, le explica a la protagonista del filme su abuelo en una famosa escena en una habitación de hotel. No he perdido. Sí lo hice hace algo más de tres años, cuando no puse nada de mi parte, salvo excusas.

Paso de golpe un capítulo de casi cinco años, probablemente los más intensos de mi vida. El 7 de marzo de 2007 empezó todo. Había partido de fútbol 7 en la universidad getafense, pero yo tenía una cita con la jefaza. Una odisea de hora y media de transporte público después, abrí la puerta y una mujer amabilísima (con el tiempo me di cuenta de que lo llevaba en la sangre) me hizo esperar en un cómodo sillón. Tras corregir una información sobre unas elecciones, el enlace era un hecho.

Seis meses entre cabinas y quintas ruedas. Lo pasé bien. Sin apenas levantarme durante cinco horas, cinco días a la semana, eso sí, pero disfrutando de risas y aprendiendo de tacógrafos. La dedicación era irreprochable. Compaginándolo con idas y venidas de picapleitos y con las últimas asignaturas de juntaletras, así pasé feliz medio año. Inolvidable mi primera rueda de prensa: una calurosa mañana de junio en la calle Serrano, sobre el Proyecto Galileo. Entre medias, llamadas enmascaradas del equipo Cepsa del Campeonato de Camiones, división de opiniones sobre el tamaño del Puerto de A Coruña, obsoletas plataformas aragonesas, ferros invisibles, chistes, abertzales…

Luego tocó quedarse en casa para elaborar curiosas entradillas, informativas y líricas, ideadas con la compañía de los cantos de pájaros durante las horas golfas. Y luego las fotos… Posiblemente el mejor momento de los reportajes. También el más frustrado, junto con el de la recogida de los emolumentos correspondientes.

Y llegó el momento del ascenso… o como se diga. Nervios, incertidumbres e ilusión. Costó al mucho principio, mucho también al final, pero con la ayuda de la buena gente que allí abunda todo fue más fácil. El análisis de los precios de chatarras férricas, los interesantes viernes junto al maquetador más apasionante que existe, o la profundización en los sentimientos con personas amantes del motor fueron solo algunas de las tribulaciones que me dieron la oportunidad de experimentar en esa oficina. Pero, sin duda, en esta época sucedió lo más importante de todo: por fin latió. Una flecha atravesó los pasillos y se me incrustó en el pecho mientras permanecía de pie delante de la máquina de café. Aquello marcó todo. Y lo marcará. Desde entonces nada fue igual. Para regular al principio, para bien un tiempo después.

Cuatro carambolas, de esas que te marcan el destino, propiciaron mi llegada a los retailers. Un empujón de unos amigos y adelante. Los comienzos no suelen ser fáciles. Este no lo fue. Pero los compañeros se esmeraron por hacerlo más ameno, y lo consiguieron. Tanto que me gustó. Aún me gusta. Ha sido el periodo en el que más tiempo he pasado, con viajes, fiestas, encuentros, jornadas y congresos a troche y moche. Ha merecido la pena.

Durante todos estos días he conocido personas excepcionales que siempre llevaré conmigo. Recuerdos imborrables, que podrán ser rememorados en cualquier momento. Ellos saben quiénes son. Por conversaciones, por quedadas, por confesiones, por risas, por desencuentros, por consejos, por compañías, por ayudas, por todo.

No me gusta caer mal a alguien, pero también sé que imposible tener la simpatía de todos, salvo que seas Vicente Vallés o Víctor Goded. La falsedad es el límite. Nunca lo he traspasado. 1983. Nunca un año fue tan polémico. Al menos para algunos. Hubo quienes lo asumieron como una broma y otros que se lo tomaron más en serio. Para estos últimos, si se sintieron ofendidos, mis más sinceras disculpas. No fue mi intención. En mi opinión, es algo absolutamente banal comparado con confidencias personales u otros actos bastante más ilustrativos de un sentimiento de amistad. Pero cada uno tiene su opinión.

No soy de trincheras. Me gustan más los despachos, la diplomacia. Sé que eso tampoco suele ser bien recibido en algunos estadios. En El Molinón a los carbayones no se les da la bienvenida con flores. Es lo que hay. Si alguien espera de mí acalorados encontronazos, gritos por doquier o intolerancia sin motivo puede hacer eso, esperar. Me he equivocado muchas veces, alguna de ellas por tener una actitud de estas basada en apariencias y prejuicios. Trataré de no tropezar dos veces.

He tomado una decisión y espero que salga bien. Solo eso. A los que quedan y les quiero, que sean felices.