domingo, 28 de diciembre de 2008

La mejor puja de la Historia

Al ángel de la guarda, a la flor más especial y al tesoro más preciado,

soy el tercero de cuatro hermanos. Mis padres tuvieron buen ojo para los niños. No lo digo por mí, precisamente. De peque pensaba que los padres elegían a sus hijos al más puro estilo subasta de Sotheby’s. Ante una audiencia repleta de progenitores forrados de dinero y ansiosos por llevarse un crío a su casa, un director de orquesta (que en mi mente se parecía descaradamente a Jordi Estadella) iba presentando uno por uno a los niños candidatos para formar parte de una nueva familia.

Mientras los pequeños monstruitos se daban un paseo por una pasarela central de la sala, el amigo Jordi describía las peculiaridades de cada uno de ellos. Era mi película y, lógicamente, yo era el que elegía qué características sumaban puntos (encarecían el precio del chaval), y cuáles restaban (el enano acababa siendo una auténtica baratija).

Llegar a tocar con los dedos de la mano el marco superior de las puertas; ser el más rápido de la clase; saber imitar al pato Donald; dar más de cinco toques al balón sin que cayera al suelo; beberse un vaso de leche del tirón, sin respirar; tener fuerza para poder abrir una nuez con el cascanueces; conducir un coche de scalextric sin que se saliera; ser capaz de acabar los puzzles; dominar el piedra-papel-tijera-papelera; sobresalir en las guerras de almohadas; tener un máster en construcción del fuerte de playmobil; saber cortar un filete sin la ayuda de nadie; destacar en el manejo de los columpios; dirigir el Cinexin cual Kubrik… quien reuniera todas estas cualidades era el niño perfecto.

Por el contrario, llorar a moco tendido cada tres minutos; hacerse pis en la cama; tener pecas; llevar gafas; no haber visto la peli de Fantasía; desconocer quiénes eran Tod y Toby; gustarte la leche sola (sin Cola Cao ni Nesquik); dormir con un oso amoroso; o zamparse las ceras de pintar o la plastilina eran signos inequívocos de que a ese chico le darían casi regalado.

A todo esto, los padres, a la hora de pujar por cada churumbel, en vez de levantar la típica paleta de plástico con un número en el círculo, lo que levantaban era una enorme piruleta de fresa, de esas que te dejan la lengua como una frambuesa y el palito blanco acaba casi por deshacerse de tanto chuparlo.

A lo que iba, que mis padres no podrían haber pujado mejor. El primero, quitando el detalle de las gafas, era el hijo 10. Creo que la definición de hermano mayor que ofrece la RAE se basa íntegramente en su vida. Fue el primer vástago en nacer (de los 21 primos que somos), con todo lo que eso conlleva, para lo bueno y para lo malo. Dicen que de canijo él ha sido el más travieso de toda la familia (en dura pugna con el gran Dani). Inquieto, curioso, vivaracho y juguetón. Encerrarse solo en casa, arrancar el coche de mi padre, alimentarse a base de alcayatas, destrozar no sé cuantos televisores, echar un pulso crítico a una neumonía mortal,… Estas fueron algunas de sus andanzas infantiles. Yo no he conocido esa faceta suya. De hecho, me resultaría casi imposible de creerla hoy en día si no fuera porque hay fotos y una versión idéntica de todos mis tíos acerca de lo sucedido.

Aúna, a partes iguales, cerebro y corazón. Economista y atlético. Es el “sherpa” al que tratas de imitar en todos sus movimientos en la ascensión al Himalaya de la vida. Referente en un millón de situaciones. Templanza, pasión, cordura, espontaneidad,… parecen cualidades incompatibles, pero en el Clark Kent arroyomorteño conviven y se entienden a la perfección. Esta ensalada, sazonada con grandes dosis de tenacidad y constancia, enaltece su esfuerzo y le define como espíritu voluntarioso.

Me falta espacio para relatar los innumerables juegos que hemos compartido: cromos, videojuegos, baloncesto, dardos, chapas, cartas, ping-pong, minibillar,… son sólo algunos ejemplos. El 90% de las veces yo acababa tarifando y tú ganabas, y cuando el que se imponía era Pabbles (esto también te lo debo a ti, como lo de Helechitos) lo hacía con tu consentimiento. Me enfadaba mucho cuando perdía, o sea, casi siempre, pero con mi pataleo emergían millones de toneladas de admiración, respeto y orgullo hacia tí.

Compartir cuarto contigo, aparte de la chula rivalidad en las paredes por tus bufandas rojiblancas y las mías sin el roji, suponía aprender cientos de cosas a diario. Qué grupo era ese que cantaba aquello de Bitter Sweet Simphony; o quién era ese actor que protagonizaba con Sandra Bullock una peli de autobuses; o qué buscaban aquellos dos agentes del FBI que perseguían OVNI’s; o qué hacía un doctor perdido en una minúscula aldea de Alaska; y las aventuras de Tintín, y de Asterix y Obélix, y de Peter Parker, y de tantos otros. El Tentaciones de los viernes, el gusto por el periodismo, dormir con la persiana entreabierta, el primer afeitado, no levantarse antes de las 7 la noche de Reyes…

El Breogán, el Valdeluz, Económicas,… seguir tus pasos, hermano, es imposible. Me conformo con haberte visto darlos a ti. Pasos seguros y decididos. Pisando con fuerza, siempre hacia delante. Bueno, siempre no, alguno hacia atrás para recoger al enano con algún kalimotxo de más. Protector, abanderado, iniciador, ejemplo y ayuda de los tres pequeños. Te debemos mucho. Te debo casi todo.

Nuestra habitación le ganaba por goleada en orden y limpieza al de las chicas, y no exactamente por mi aportación. Barrías el suelo sobre el que disputábamos apasionantes partidos de chapas; hacías las camas, inquilinas de ambos en noches de pesadilla; ordenabas el armario con la ropa que hoy era tuya y mañana sería mía… Tengo grabada la imagen de una noche (que fueron muchas) en la que yo, con unos 10 años y ya acostado en la cama, luchaba titánicamente contra el sueño por no cerrar los ojos y quedarme embelesado observándote ahí sentado, delante del escritorio, con la luz de un flexo, estudiando no se qué asignatura de bachillerato.

Así eres, responsable y divertido a más no poder. El aburrimiento a tu lado es una quimera. Desde tus imitaciones del pato Donald, que nos servían como acicate para comer las papillas que no nos gustaban, pasando por las incontables anécdotas de las que eras testigo y nos relatabas, con la expresividad de un mimo de Preciados, entre plato y plato aderezando las sobremesas. Esa ironía, tan suave y tan certera, siempre con la palabra exacta, con la frase definitiva. En situaciones de clima tenso, las palabras que invitan a la cordura y a la calma salen de tu boca. A la hora de empezar el cachondeo y de romper en hielo, la llave siempre está en tu bolsillo.

Conciertos, partidos de fútbol, fiestas, fiestas y más fiestas… Si la gente quería divertirse, quería escuchar expresiones ingeniosas, historias alucinantes que jamás creerían, pasarlo bien en definitiva, se acercaban al hincha del Estu para disfrutar de un buen rato de risas. Doscientos millones de amigos, desde los de la infancia del barrio hasta los del trabajo, dan fe de ello.

Llevas dentro el coraje de papá y el sentido común de mamá. Sin duda, su primera elección no pudo ser mejor. Eso sí, contigo se debieron endeudar hasta las cejas, hermano mayor.

La sonrisa hecha persona. De ti dicen que de peque pasabas 23 horas y 45 minutos al día riéndote a carcajadas, y los 15 minutos restantes eran los que tardabas en comer. La segunda. El brío, el ímpetu, la raza. El primero había dejado el listón muy, muy alto. Tú lo igualaste, pero con otra técnica de salto. Owy es la sinceridad, es el fuera complejos, es el vivir la vida en sentido más literal. En la subasta, un diamante en bruto.

El mayor dejó pronto el Breogán, así que las carreras de casa al cole y del cole a casa se convirtieron en un duelo de sexos entre tú y yo. ¡Dios, qué rabia me daba que me ganara una chica! El consuelo es que eras tú, bueno y que además no te conocías los nombres de los atletas que escogía, jeje. En el comedor del colegio me lo pasaba en grande contigo. Mi hermana mayor, la jefa de mesa, que además siempre le daba a su hermano canijo su petit suisse de fresa y su Concha Codan (creo que hoy en día esta última no me la darías, joia, jeje).

La más inteligente de los cuatro. Quizá, la más perezosa también. Según ibas avanzando en los grados educativos, lo que en un principio eran dudas dominadas por la vagancia se acabaron convirtiendo en una licenciatura sacada con la gorra segoviana-complutense. Y no podía ser otra carrera. La reina de la sociabilidad, del trato, de la simpatía, del contacto con la gente,… así veo a mi hermana mayor.

También compartí cuarto contigo durante algunos años. Por compartir, compartimos hasta varicela. Vaya cuadro de habitación era aquel. Cada enfermo en un extremo. Cada enfermo con un panel del ¿Quién es Quién? jugando horas y horas. Es mujer, con una sonrisa que eclipsa al mundo y con unas ganas de vivir que secan los océanos. ¿Quién es? Sí, eres tú.

En más de una ocasión ese descaro por disfrutar te reportó alguna bronca paterna y/o materna que otra. Tú y el mayor hacíais una vida social muy parecida, pero a ti te perdían las formas. Él se iba de rositas y las charlas se las llevaba la flor original del jardín. Con el tiempo te encontraste con la serenidad. Agarró las riendas de ese caballo pletórico y te convirtió en la persona más amante del mundo. Amante, que se hace amar, a la que es imposible no querer.

Contigo he compartido mil y un juegos de mesa: Cluedo, Tragabolas, Operación, Tozudo, Detector de mentiras, Pirindola, Palé, Hotel,… tú cedías con los Gijoe’s y yo con los pony’s (al menos me dejabas el azul…). Las horas volaban disfrutando a tu lado. Y aprendiendo. Gran profesora de la vida, pionera en muchas cosas, casi siempre para bien.

Y más caminatas juntos. Miércoles, viernes y sábados de casa a la escuela de música y de la escuela de música a casa. Y más carreras entre géneros. Y más victorias para el femenino (grrr, jaja). Porque esa era otra, en tus años mozos, tus preferencias musicales distaban un abismo de las del hermano mayor. Yo, en un principio, me decanté por ti; al final a ambos nos convenció el primero.

Se dice que somos nosotros mismos los que le damos sentido a nuestro nombre de pila, con nuestra propia personalidad. Alegre, natural, fascinante, fresca, tierna, viva, colorista, libre, amigable, intensa, deliciosa, vitalista, flamante,… así es una flor. Otra atlética. Con carácter del sur, la que más enraizado lo tiene de los cuatro. Con raíces en Arganzuela, en Virgen del Puerto, pero con ramas que casi rozan el firmamento. La viva imagen (y el espíritu) del carabanchelero. Nuestra segunda madre.

Los soporíferos viajes a Salamanca y a Gijón se pasaban en un suspiro intentando encontrar en los páramos de Castilla el paisaje más parecido a los valles austríacos donde vivía Heidi. Tú en una ventana del coche, yo en otra, y en el centro el mayor y la pequeña, soportando nuestras discusiones en busca del paisaje heidiano.

Francamente, haber crecido a tu lado, viéndote feliz con el sol, con la lluvia, con la nieve, en primavera, en invierno, de noche, de día,… es imposible no esbozar una sonrisa y que el corazón no se desate con la fuerza de un huracán. La frescura del rocío por la mañana impregnada en las flores. Tenías mal levantar ¿eh?, pobre del que le tocara darte una voz para despertarte…jaja. Auténtica las 24 horas del día. Increíble.

Definitivamente, papá y mamá se llevaron la flor de la vida como segunda elección. Bancarrota total en casa.

Y para el final, el mayor tesoro de la casa. Al hablar de la canija se me encoje el corazón. Haberla visto crecer, desde que era un retaco gordito con unos ojos que helarían al mismísimo demonio, hasta verla hecha toda una mujer con unos ojos que derretirían hasta al mismísimo Yeti. Me acuerdo de ponerme de puntillas para poder asomarme a la cuna y verte ahí, durmiendo como un ángel, acurrucada cual oso mimosín. La verdad es que no recuerdo haber sufrido ese típico sentimiento de celos que tienen los niños pequeños al recibir a un hermano menor. Más bien al contrario. ¡Una hermana peque! Alguien a la que poder ganar a los juegos, a la que poder echar la bronca, a la que poder mandar, a la que poder hacer de rabiar… ufff que gran panorama se me presentaba por delante.

Verte alegre es inundar la casa de felicidad. Verte sufrir es convertir la casa en un velatorio. La Uka, bautizada, como no, por el mayor. Eso sí, el tópico de que la última en nacer es la más mimada, contigo se ha cumplido con creces. Pero hay que decir que nadie se lo merece más que tú. Esa carita redonda, con su inconfundible sonrisa picarona de “yo no he hecho nada”. Si la cara es el reflejo del alma, el tuyo es la bondad personificada, la pillería en carne viva, el sentimiento a flor de piel.

Contigo es la única con la que no he compartido habitación. Aunque quizá debería decir compartido habitación para dormir, porque casi he convivido más tiempo contigo que con los otros dos. Horas y horas he pasado en tu cuarto y tú en el mío, hablando, escuchando música, escribiendo, viviendo. Al cole con la enana, ahora el jefe de mesa en el comedor era el tercero. Emmm, lo siento peque pero es que a mí sí me gustan los petit suisse de fresa y las Conchas…jaja. Además te perdonaba el pescado y la verdura, joia. Y si te obligaba a comerlo era para enseñarte que hay que comer de todo…ejem ejem, ¿ha colado? Jaja.

Supongo que precisamente ésta es la razón por la que todo lo que le ocurre a tus hermanos pequeños te afecta de forma especial: por el sentimiento de responsabilidad. En cierta medida, aunque sea en una porción minúscula, ejercemos de ejemplo sobre nuestros canijos y cualquier éxito o fracaso suyo nos incumbe.

Grease y Mary Poppins. Vaya paliza nos diste con estas dos películas. A todas horas, todos los días. Pero eras la pequeña, y por ver a la niña contenta, por verla sonreír, por verla feliz le habríamos bajado la Luna con un lazo. ¡Es que te sabías los diálogos y las coreografías al dedillo! Se me pone la piel de gallina recordando la pasión con la que vivías no sólo esas dos pelis, sino cualquier mínimo detalle que despertara curiosidad en ti (algo que no es muy difícil). Eras capaz de tirarte horas y horas mirando mariquitas en el parque, o chapoteando en la piscina del pueblo con la burbuja heredada del mayor, o haciendo montañas en el plato con el arroz con tomate.

Bajar a buscarte al portal en plena madrugada, porque acababas de ver alguna peli de terror; ayudarte a comprender la Revolución Francesa para el examen de Historia; bajar a Volga en tu turno porque tú estabas demasiado ocupada hablando por teléfono;… imposible negarse a la Uka. Es mirar atrás y venírseme encima un alud de fotografías. En la cocina, con una camiseta heredada de la segunda que en ti hacía las veces de camisón, desayunando un vaso de leche mientras te partes de risa por los bigotes blancos que te acaban de salir. En salón del pueblo, viendo Los Autos Locos mientras papá te da de cenar tus queridos huevos fritos con patatas. A mediodía, sentada en un banco del puerto de Santander sobre las rodillas de Mamá, con una expresión de seguridad y optimismo que supera cualquier preocupación.

Pasadas las 4 de la madrugada y tras 200 peticiones de jóvenes borrachos, la banda de la verbena se decidía a tocar “Necesito Respirar” de Medina Azahara. Y todo Arroyomuerto se volvía loco coreando su versión extraoficial. Y el tercero te subía a sus hombros. Y no desentonabas tan cerca de las estrellas en el cielo del verano salmantino, con tu mini de kalimotxo y mora. Que no falte la mora, moraya. Pero pórtate bien.

Fan incondicional de Punky Brewster, Sabrina y Parker Lewis, entre otros muchísimos. No sé si es bueno que nos conozcamos tan bien. Así es imposible fingir momentos de duda o de cansancio o de angustia. Con un cruce de miradas nos lo decimos todo. Una sonrisa, un gesto, una palabra… pueden ser la llave para abrir el baúl de las gracias y el cachondeo, o el toque de queda para abandonar la casa y dejarte tranquila. Además con gustos parecidos: a ambos nos “apasiona” la cebolla, el pimiento y el ajo; los dos sentimos verdadera “devoción” por Espe, Mariano y demás miembros del gaviotismo; a ambos nos encanta quedarnos hasta las mil de la madrugada partiéndonos de risa con los bailes de Boney M y las mejores canciones de los 60’s y 70’s, jaja… Eso sí, otra india colchonera seguidora del Kun y Torres. Demasiados para una casa…

Conocerte es quererte. Después de 20 años juntos se me hizo raro sólo poder verte cada 15 días por tu destierro universitario salmantino. Se echaban de menos tus alocadas entradas en la casa y tus huidas anónimas. ¡Grandes Tigretón y Snoopy! (Aunque yo soy más de Charlie Brown, Linus y Lucy). Sólo puedo ir de compras contigo. Sabes lo que me gusta, lo que odio y lo que temo mejor que yo mismo. Bajar la basura a las 3 de la mañana no es lo mismo sin tu “no tardes, hasta ahora”. Igual que irme a la cama sin una última risotada tuya al verme balbucear “buenas noches” con la boca llena de agua.

Eres mi ojo derecho. El de toda la familia. Lo eres de todo el que te conoce y lo serías del mundo entero si te conocieran. Ya no me hace falta ponerme de puntillas y asomarme a la cuna para verte dormida. Echas una última lectura en la cama al libro de turno antes de que el sueño te arrope. Tus ojos se cierran, pero el flexo se niega a apagarse y permanece iluminando a la canija, que reluce como el tesoro más preciado del mundo y parte de Fragel Rock.

La valía de cada persona no se reduce únicamente a sus capacidades propias. De hecho, gran parte de nuestro verdadero valor tiene que ver con el tipo de sentimiento que despertamos en otras personas. Estoy seguro que nuestros padres, a ti, pequeñaja, te robaron. No se ha creado suficiente dinero con el que se pueda pujar por ti.

Soy el tercero de cuatro hermanos. Ellos me han ayudado a vivir feliz. Comidas, viajes, sueños,… juntos. Echar carreras en la comida para ver a quién de los cuatro se le disolvía antes la vitamina-C efervescente en el vaso de agua era todo un acontecimiento a diario. Igual que inventarnos canciones parodiando a las chicas que venían a cuidarnos, o jugar a adivinar la marca del anuncio de televisión, o ver los sábados por la mañana la Familia Munster, o los jueves por la noche Documentos TV alrededor de un bol con Crema Quilama.

Tan diferentes pero necesarios. Tan distintos pero inseparables. Al mayor le apasionan las manzanas amarillas, a la segunda no le gustan las manzanas, al tercero sólo las rojas, y a la pequeña sólo las verdes. Y esto sólo con las manzanas… Así somos. ¡Lo que ha debido sufrir nuestra madre! jaja. La diversidad es lo que nos hace más cercanos, más activos, nada aburridos. Si no es uno, es la otra, y así siempre.

Hemos pasado momentos muy amargos. Pero también hemos vivido episodios de felicidad infinita. Es apasionante observaros desde fuera tanto en unas situaciones como en otras. Colas para entrar en el baño por las mañanas, un color identificativo para cada vaso, un sitio reservado en la mesa y en el coche, un sofá para los regalos de Reyes… Fotos de familia numerosa, reuniones en el tendedero, tardes de verano en la Playa de Madrid, viajes a Covadonga y a la Peña, fiestas en el pueblo…

Enfadarse con un hermano es enfadarse consigo mismo. Disfrutar con un hermano es disfrutar sin límites. Ambas situaciones son inevitables, pero la primera dura un minuto, la segunda eternamente. Con vosotros todo es posible. Os quiero.

¡Qué gran puja hicisteis!

… y me quedo muy corto.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Si en aquel momento yo hubiera...

A Marion Jones,

me arrepiento de muchas cosas. El arrepentimiento es el consuelo que nos queda después de haber cometido un error. Es como cuando, estando reunido con varias personas, alguien lanza una pregunta de cultura general. Tú crees saber la respuesta, te suena cuál es la contestación correcta, pero no te atreves a decirla por temor a equivocarte y ser marcado de por vida como el que la cagó queriendo hacerse el listo. Entonces otro del grupo, de repente, dice la respuesta que tú tenías en la mente y… voilà, efectivamente estabas en lo cierto.

Así es. Tú te dices, “mierda, eres el campeón de las respuestas mudas, tío”. Te queda ese premio de consolación. No es un mal menor. No es un mal, es un bien menor. El error es la primera premisa del arrepentimiento. El error o la equivocación sí es un mal, es no abrirle la puerta a la respuesta que llama con insistencia.

La vida es una sucesión de decisiones. Vivir es decidir. Casi en cada segundo nos plantea una nueva disyuntiva, y otra más, y otra,… Siempre hay varias opciones. Mejores y peores, acertadas y erróneas. No creo, como dicen muchos, que lo que hoy es correcto mañana puede ser equivocado, y viceversa. Las decisiones son lo que son en el momento en el que se toman. Sus consecuencias inmediatas marcan su naturaleza acertada o desacertada. Lo que sucede después es fruto del azar y puede derivar en consecuencias buenas o malas, pero la decisión original fue buena o mala en el instante mismo en el que se adoptó, con independencia de sus efectos más a posteriori.

Por eso creo que las personas que dicen que no se arrepienten de nada de lo que han hecho porque ahora son felices, que piensan que la única forma de haber llegado a su presente ha sido gracias a todas las decisiones tomadas en el pasado, se equivocan. En primer lugar, me parece una postura bastante atrevida y arrogante el creer que nunca se ha tomado una decisión incorrecta. ¿Hemos tomado 20.000.000 decisiones a lo largo de nuestra vida y nunca nos hemos confundido? No lo creo.

En segundo lugar, me niego a pensar que hay un único camino para llegar a nuestro presente. ¿Sólo viviendo mi vida tal y como la he vivido hasta hoy podría llegar a mi presente actual? ¿Si en vez de haber hecho Derecho en la Autónoma lo hubiera hecho en la Complutense no estaría trabajando donde estoy hoy? ¿Sólo puedo haber conocido a mis amigos en las circunstancias en las que lo he hecho? No lo creo. Desde mi punto de vista, el presente que hoy vivo no es el resultado de una línea aislada. Estoy seguro de que podía haber llegado a lo que soy hoy por otro camino, tomando otras decisiones de las que he tomado en la vida real.

Y por último, los antiarrepentidos dicen que la felicidad que hoy tienen se debe a esas decisiones pretéritas, aunque entre ellas las haya habido erróneas. Siguiendo con su teoría determinista, y siendo un poco optimista (algo raro en mí), ¿quién les dice que habiendo tomado otras opciones, ahora no serían más felices todavía?

Muchos creen que de poco sirve arrepentirse, “a lo hecho, pecho”, suele ser su frase preferida. “Ya no se puede hacer nada, para qué pensar en el pasado”, y expresiones similares también aparecen en ocasiones. Mucha gente tiene especial reparo a mirar al pasado. Otros, como es mi caso, tenemos demasiada tendencia a hacerlo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

¿Qué? ¿Quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?

A Jordi Hurtado,

me encanta preguntar. No son cuestiones banales improvisadas para crear conversación. Simplemente tengo curiosidad por saber acerca de mi interlocutor. Lógicamente, mi interés por la otra persona determina en gran medida el tipo de pregunta, pero resulta rara la ocasión en la que no sienta ningún tipo de deseo por conocer algo de mi compañero de diálogo. Reconozco que iniciar conversaciones no es mi principal habilidad, pero, una vez dentro, la pregunta es inevitable.

Creo que la curiosidad por los demás es innata al ser humano. Somos seres que necesitamos relacionarnos, sentirnos queridos, sentirnos pertenecientes a algún grupo. Qué mejor forma de conseguir estos objetivos que conociendo a los que nos rodean. Saber lo que les inquieta, lo que les apasiona, sus aspiraciones, sus frustraciones… Su presente, su pasado y su futuro.

En mí, esta naturaleza curiosa en ocasiones roza la enfermedad. Escuchar las vivencias más excitantes de otros me apasiona. Pero no sólo los capítulos más felices, tristes, emocionantes o singulares, sino también los momentos más cotidianos, situaciones de la vida diaria por las que todos nosotros pasamos de lunes a domingo. No sólo episodios del pasado, sino también sus previsiones de vida para el futuro. Cuál sería su reacción ante la llegada de un determinado reto, qué temen, qué aman, qué odian, qué esperan… Sus opiniones sobre temas trascendentales o sobre cuestiones de lo más usual, desde el sentido de la vida hasta la forma de hacer la cama.

Sin embargo, el ánimo de conocer a la hora de cuestionar no siempre se cumple. En muchas ocasiones las personas preguntan sin ningún ánimo de saber. Su única pretensión es la de matar el silencio. No soportan los, para algunos incómodos, pero siempre necesarios, momentos de escuchar el mundo. Cómo habla una ráfaga de viento (American Beauty de nuevo, lo siento, jeje), lo que le cuentan las gotas de lluvia al asfalto, los alocados monólogos de nuestros amigos los perros, de los pájaros, o del estruendo de los cláxones de los coches o de las obras,… de nuestro entorno, de nuestra vida. No entiendo a estos negadores de la realidad.

En este sentido, hay algo que me inquieta y a lo que no encuentro explicación. Me refiero a algo que me lleva ocurriendo a menudo de un tiempo a esta parte. Una conversación con un amigo que desemboca en una pregunta concreta de su parte sobre algo de mi vida, cuyo objetivo no es saciar ninguna duda razonable. Me explico, la otra persona no tiene ningún interés en conocer la respuesta que me dispongo a ofrecerle. En realidad, no sé qué finalidad tiene su interrogante, pero estoy seguro que no les importa en absoluto mi contestación. Quizá, sólo sea para dar un giro al tema de conversación o simplemente para iniciarla o para acabar con la (supuesta) incomodidad del silencio… no lo sé. “¿Por qué me pregunta esto si no le interesa la respuesta?”, me pregunto, valga la redundancia.

Me encanta preguntar porque lo que viene después es impredecible. Primero la reacción, luego la decisión, y posteriormente el relato, aderezado con la función teatral de gestos, expresiones y demás ingredientes del mismo. La primera reacción ante la pregunta es un síntoma claro de lo que viene a continuación. Sorpresa, incredulidad, desconfianza, emoción… Luego llega la decisión del cuestionado, si responder o no. Y en caso afirmativo, comienza el viaje hacia otro mundo.

Y es que escuchar historias vividas por los demás te transporta a su singular mundo. Atender a tu narración sobre lo que sucedió aquel martes y 13 de diciembre en aquella cafetería me sitúa en la mesa de al lado, junto a la vuestra. Os miro y una sonrisa de complicidad se instala en mi cara. La sensación de trasladarme a aquel momento mientras te escucho va incluso más allá. Puedo hasta ver a través de tus ojos, escuchar los latidos acelerados de tu corazón y sentir el sudor de las palmas de tus manos.

Se trata de hacer tuyos momentos de una vida ajena. Colarte, por un instante, en su pasado y descubrir un universo nuevo, su universo. Sentir sus sentimientos y vivir sus vivencias. Es jugar a ser otra persona o, si se prefiere, contemplarla in situ desde fuera. Puedes protagonizar la película o, simplemente, sentarte en una butaca a verla. Una película real, que ha sucedido, sin efectos especiales ni giros de guión, un hecho auténtico experimentado por alguien cercano a ti.

Como aquel parto interminable, inenarrable, pero increíblemente sensacional. Te acompaño desde que te despiertan, en plena madrugada, las primeras contracciones madrileñas, hasta la venida al mundo de esa preciosa chiquilla en tierras jienenses. Te veo sufrir de dolor, te veo llorar de alegría. Casi hasta padezco tu sufrimiento, casi hasta siento tu felicidad. Descubro junto a ti lo que significa traer a la vida a una persona.

Escuchar sucesos ajenos vividos por personas a las que quieres supone una cierta invasión vital. Pero en esta ocupación no hay atentados suicidas, ni armas de destrucción masiva, hay un gran deseo por profundizar en lo más íntimo de esos seres. Recordando tu arriesgado viaje a París, 32 horas de autobús, una final histórica,… Tus solitarias tribulaciones en la ciudad del Sena no lo eran tanto, yo estaba allí, a tu lado, contemplando Notre Dame y disfrutando de Henrik Larsson repartiendo asistencias a diestro y siniestro.

Todos estos particulares cuentacuentos me llevan de ruta por sus recuerdos hasta dejarme abandonado a mi suerte en su corazón. Disfruto al lado de un motero viendo a Olga jugar con Iván y Carmen, salto junto a un hermano mientras escuchamos a Maximo Park en el último Summercase, camino de la mano por el Paseo Marítimo de Gijón con una Santa adolescente, acompaño en el asiento de atrás de un coche de autoescuela a una periodista genial, presencio la reunión de un claustro universitario repleto de carcamales que tratan de complicar los inicios a la mejor profesora del mundo,…

Me congelo de hielo en Rusia con un chaval que no sabe qué demonios está haciendo allí, bailo en LaLola al son de “The girl from Mars” de la mano de un DJ nazarí, me emborracho con macetas de sangría al lado de una chica de Villaverde y otra de Valdemoro, un demente reconocido me presenta a Alaska en el Pentagrama, me muero de los nervios justo antes de actuar en el primer gran casting de una ingeniera, acudo al inicio de una amistad entre el mejor graffitero de España y los muros serbios, ayudo a un vasco universal a arreglar el Mundo, me tiro en paracaídas inmediatamente después de que lo hayan hecho una atlética cumpleañera y un templario madridista,…

He vivido todos estos momentos gracias a vosotros. Y muchos más que me quedan por vivir… si me dejáis.

Para aterrizar de lleno en estos capítulos se necesitan mucho más que palabras. Como decía antes, gestos y sensaciones son los billetes imprescindibles para emprender un viaje inolvidable, para subirse al álbum de fotos de la otra persona y vivir la película de su vida. Los ojos, las manos, el tono de voz, la gestualidad, la sonrisa,… son medios de transporte que tienen por destino historias fascinantes a las que nos envían, más deprisa o más despacio, por un camino u otro, dependiendo de su intensidad.

Reconozco que muchas veces mis oídos han cerrado sus puertas para dejar vía libre a la observación visual. El brillo de la mirada del protagonista del relato, durante la conversación, transmite tanta energía que casi se podría ver a través de sus ojos. La mirada perdida te acompaña en sus experiencias. Luego está la sonrisa. Esa maldita delatora que te ayuda a descubrir algunos de los momentos más especiales vividos por tu conversante. Aparece como por arte de magia, como ese invitado al que nadie esperaba pero que todos se alegran de ver. Y lo mejor de todo es que se contagia al instante y que no te abandona durante toda la velada. Los movimientos de las manos, la cadencia de la voz, la postura del cuerpo,… todo ello forma parte de la obra de teatro a la que asistes encantado.

Una pregunta es una llamada a la puerta de la intimidad de otra persona. Te pueden abrir y enseñarte la casa, puede que no hayan escuchado el timbre, puede que no te quieran abrir, y puede, incluso, que no haya nadie.

Me encanta visitaros.