domingo, 4 de enero de 2009

Mi día perfecto (o casi)

A la señora que me dejó pasar delante en la cola del Mercadona,

es verano. Primeros de agosto. Estoy de vacaciones. Los rayos del sol de mediodía entran por el hueco inferior que deja mi persiana. Es la una de la tarde y en la Cadena Ser suena Buid me up, Buttercup, de The Foundations. Abro los ojos. He tenido un sueño genial. Zarpas, que lleva dormida sobre mí tres horas, se queja de que me incorpore. Quiere dormir más.

Una taza de leche con nesquik y miel en la que mojo un par de sobaos y croissants. ¡También hay churros y porras recién hechos! Lo degusto mientras veo en la tele un capítulo de Ranma 1/2. En una cacerola se están cociendo macarrones, al lado, en la encimera, hay un cuenco con queso rallado, y una sartén preparada para freír filetes de hígado empanados y patatas. En la nevera, una tarta de nata y chocolate enorme y una macedonia de frutas. La comida promete. Pero hay muchas cosas que hacer antes que comer.

Estamos en el parque de Finisterre. La banda del Breogán: Raymon, Manu, Dani, Fifi, Asier,… partidillo de futbito, fútbol-tenis, alemán, vaselinas,… risas y diversión. Hace mucho calor y acabamos sedientos. Próxima parada: Bodega. Compramos Sprites y Coca-Colas y el Radical Fruit de rigor del indio. De vuelta al parque, a algún banco a discutir de cualquier cosa. De repente nos sorprenden los aspersores, pero se agradece un pequeño chapuzón. Subimos a casa del zurdo y nos pone en su cadena los grandes éxitos de Extremoduro y Platero. Nos reímos y nos picamos jugando al pro, mientras escuchamos Deltoya, A fuego, La vereda de la puerta de atrás, Quemando tus recuerdos, Pepe Botika, Jesucristo García, Stand by, Correcaminos, El roce de tu cuerpo, Alucinante, Juliette, Mari Magdalenas, Tras la barra, Voy a acabar borracho, Al cantar…

Es mediodía. Campus de Cantoblanco de la Universidad Autónoma de Madrid. El cielo se oscurece y el sol es tapado por nubes negras. Un minuto de chaparrón veraniego, lo justo para que la tierra y la hierba huelan a frescor, a naturaleza viva. El aroma de las jaras invade los alrededores de la Facultad de Derecho. Ambiente universitario, hay clases (sí, que pasa, es mi día y yo mando, ja) y las facultades están hasta arriba. En la cafetería de Derecho, estoy en una mesa con Nacho, Patri, Chini, Javi, la otra Patri, Pilu y Jhona. Más de uno babea al ver en la mesa de al lado a la Suplente, a la Titu, a la Tortul, a la Marylin, a la Ojoscielo y a las HP. Nacho me hace escuchar el cd que lleva en su discman: ¡Jimmy Hendrix encomendándose a las barras y estrellas en Woodstock! Increíble. Cachondeo, historias, anécdotas, alguna partidilla que otra al Culo…

Nacho, Jhona y yo subimos a los ordenadores. Toca vicio. Primero al minigolf, luego al yahoobillar y, para acabar, a cañonazo limpio. Ahora es tiempo de labor investigadora: los nazis y el ocultismo. Rastreamos la Red y alucinamos con las cosas que encontramos. El becario de la sala tiene puesto en su PC, con los altavoces a tope, Why can't we be friends, de Smash Mouth. ¡Qué grande!

Aparezco sentado en la mesa de la cocina de mi casa para comer. Además de los macarrones y los filetes hay ensaladilla rusa, y con la mayonesa que hace la Uka. Riquísimo. Pero lo mejor es que estamos todos. Los ocho, camino de nueve. Relatando nuestras crónicas particulares de la semana y discutiendo sobre cómo arreglar el mundo. Sobremesa amena, divertida y con la gente que quieres, ¿qué más se puede pedir? Después de recoger la mesa nos enganchamos a Youtube. Primero monólogos de la Paramount. Más carcajadas.

Luego intercambio de conocimientos musicales. Jorge me descubre a MGMT y su Kids; a Ele le encanta If I don’t live today, de Mando Diao; Flor se queda con Yellow, de Coldplay; María no se cansa de Vicios y virtudes, de Violadores del Verso; y a Víctor le gusta Al amanecer, de los Fresones Rebeldes. A la dueña de la casa sólo le interesa la melodía de la vida, y Adri escucha y ríe. La gata nos mira y piensa, “yo sólo quiero un poco de vuestros macarrones, me da igual la canción que me acompañe”. Luego al salón. Está Padre de familia en la tele, pero sólo dos o tres le prestan atención, el resto sigue con los debates políticos y religiosos. A continuación, Saber y ganar. La mayoría refunfuña, pero es lo que hay.

Estoy tumbado en mi cama. Con la persiana a medio bajar y la mente a pleno rendimiento. Turn, Why does it always rain on me?, Writing to reach you, Driftwood,… Travis intenta echarme un cable en el lío de cables de mi cabeza. También viene en mi ayuda Chris Martin y sus chicos. Me traen Clocks, Trouble, Fix you, The scientist, In my place,… Me apetece estar conmigo mismo. Sólo yo. Leo comics de Tintín y de Astérix y Obélix. Luego me tumbo en el sofá y recorro un maratón de series extranjeras. Desde One Tree Hill, pasando por La familia crece, Perdidos, Caballeros del Zodiaco, Seinfeld, V, Doraemon, Campeones, Bola de Dragón, Anatomía de Grey, Cinco en Familia, Doctor en Alaska, Urgencias,… Luego toca cine. Muchas, muchísimas películas. Hasta que el sueño me vence.

Cojo el bus en el intercambiador de Plaza Castilla. Hay conciertos y fiesta por no sé qué causa solidaria en la Autónoma. En mi mp3 suena Familiar to millions, de Oasis. He tenido suerte, consigo un asiento libre; el autobús se llena. A Champagne supernova le sigue Acquiesce y, de repente, Wonderwall. Es mi móvil, me llama un artista de Villaviciosa de Odón con alma de Moratalaz. Me hace sonreír. Va conduciendo y de fondo oigo Shiny happy people, de REM, y a Eddy Vedder entonando Alive. Quedamos para la tarde y nos despedimos con un Aúpa Zamora y Hala Unión. Me acuerdo de mi vecina de la infancia de Alcalá de Henares. También de la navarra de Marcilla. Me relajo haciendo un par de autodefinidos mientras salimos a la Carretera de Colmenar.

En Cantoblanco, a los siete de la UAM se nos une Adriana. Kali va, cerveza viene y el jacky volando por los aires. Vibramos con las versiones aceptables que nos ofrecen los grupos amateurs invitados de Self Steem, de The offspring; de Stay together for the kids, de Blink 182; Zombie, de The cranberries; Starlight, de Muse; y Got the life, de Korn. Con una tasa de alcohol en sangre que iguala a la de Pete Doherty en el FIB, el serrano y yo decidimos sudarlo jugando al ping-pong en el pabellón de deportes. Puntos que se hacen eternos, como el tiempo que hace que nos conocemos; emocionantes, como las miles de historias que compartimos; intensos, como la amistad que nos profesamos. Acabamos el partido entre risas y nos sentamos en las gradas para asistir como espectadores a los entrenos de las hermanas Neville y de Juana y Sergio… Coges mi móvil y escuchamos Apply some pressure, de Maximo Park y Dirty Harry, de Gorillaz. Nos tronchamos con las versiones de Andy y Lucas y de Ruby, de Kaiser Chiefs.

Nos embarcamos en la A-6 dirección Gijón, la Tierra Prometida. Discutimos de fútbol y para calmar los ánimos meto en el radio-cd la BSO de Una historia del Bronx y de Pulp Fiction. Luego, un disco creado para viajes, con temas como Creed, de Radiohead; The day we caught the train, de OCS; Wrapped up in books, de Belle and Sebastian; Common people, de Pulp; Rome wasn’t built in a day, de Morcheeba; LSF, de Kasabian; Your woman, de White town; Country house, de Blur; Everybody’s talking, de Harry Nilsson. Todo ello aderezado con detalles de Chemical Brothers.

El Fiat Punto desborda tranquilidad, sosiego, buen rollo y satisfacción. Hasta Maximita sonríe. Paramos en la gasolinera de siempre. Una chica joven, pelirroja y con un broche en forma de araña nos saluda al grito de Pablinho y Jonan el Bárbaro. Se parece a Scully. Nos cuenta sus andanzas en Móstoles y la técnica para perfeccionar la Cobra. Se despide de nosotros tarareando I bet you look good on the dancefloor, de Arctic Monkeys.

El olor a mar nos invade al entrar en la ciudad de Don Pelayo. Nos corremos unos karts a toda velocidad, nos perdemos entre cisnes y patos frente al Molinón y, desde Cimadevilla, vemos el atardecer más espectacular de la Historia. Entramos al Caveleño, una taberna irlandesa a la que no le falta de nada. En la barra nos damos de bruces con un cántabro de adopción con un corazón tan grande como la Playa del Sardinero. Atendemos sin pestañear a sus miles de aventuras en conciertos de folk y a sus vastos conocimientos de Historia. El tiempo se pasa volando a su lado.

Tras degustar unas pintas y cantar al Sporting arribamos a casa. Calle Cabrales, más asturiano imposible. Del número no me acuerdo… habrá que preguntarle al de Telepizza, jaja. Llamamos a la puerta y nos abre un nazarí bailarín, el Messi de la cámara de fotos, el Aramis de Granada. Culto, divertido, trabajador y gran amigo. Andaluz. Pasillo adelante entramos en el salón, donde nos espera el de Villaviciosa, muy bien acompañado, por cierto. Las saras y los mejores equipos del Calcio y de otras ligas. ¿Quién tiene el título? Recre, Milán, Inter… Hay que revisar esos datos. Todo apunta a iniciar la noche con una botellita y un Smash Court Tennis. Clarence Crane se adueña del radiocasete que está encima de la lavadora.

Suena The girl from Mars, de Ash; Smile like you mean it, de The killers; Connection, de Elastica; Roadrage, de Catatonia; Reptilia, de The Strokes; Beautiful ones, de Suede; First of the gang to die, de Morrisey; Enjoy the silence, de Depeche mode; 7 nation army, de The White stripes; Do you want to, de Franz Ferdinand; We throw parties, you throw knives, de Los Campesinos; Brimful of Asha, de Cornershop; Boys don’t cry, de The cure… También hay hueco para la música patria: The pidgeon detectives y su I’m not sorry; Los planetas y Alegrías del incendio; Años 80 de Los Piratas; Lori Meyers, y algo de Búnbury. Carcajadas, fotos, cánticos, alguna que otra vecina molesta (con toda la razón del mundo),… La casa se nos queda pequeña, así que decidimos salir y nos perdemos en la fiesta de la luna gijonesa.

Me subo al tren sin un destino decidido. Allí está ella. La viajera por excelencia, a la que el Mundo se le queda pequeño. Una persona increíble, fan de Sexo en NY, con un cerebro prodigioso y unas ganas ilimitadas de ayudar a sus amigos. Ilumina la Avenida de América. ¿Clara del Rey? Ella es claramente una reina. Confidente de todo, traidora de nada. Un dulce. Compartimos iPod, en el que nos deleitamos con Paranoid, de Garbage; Sunday Morning, de No doubt; Celebrity skin, de Hole; Kiss me, de Sixpence non the richer; y algo de The Corrs. El trayecto Cielo-Madrid se me pasa en un suspiro en su compañía. Llegamos al sur. Allí, en la ciudad azulona, la de la universidad borbona y la de Guillermina, nos espera Dartajonan junto a los otros dos mosqueteros y una pinteña con aires holandeses. Se nos une una morena imperial, blanca como el mármol de la Virgen de la Catedral de Toledo, y mágica como el Alcázar castellano-manchego. Carabancheleras, useranas, parleñas, getafenses, leonesas, sorianas, béticas, santanderinas,…

Son las 6 de la tarde. Tomo café en familia. Ya en la ciudad del Manzanares, en una casa de Aluche, donde la música, la fotografía y un pequeño terremoto guapísimo que apenas levanta medio metro del suelo gobiernan democráticamente, escucho a mis tíos, mis hermanos y mis primos hablar de cómo educar a los críos. Comemos roscón (con nata, por supuesto). Esteban marca la pauta. En el iTunes escuchamos Monday Monday, de The mamas & the papas; Nights in White satin, de The moody blues; Good vibrations, de The beach boys; Light my fire, de The doors; Angie, de Rolling Stones; God save the Queen, de Sex Pistols; Caravan of love, de The housemartins, No woman no cry, de Bob Marley; Ca plane pour moi, de Plastic Bertrand; Mrs. Robinson, de Simon & Garfunkel… Mi tío atlético, lo que tiene de grande lo tiene de buena persona. Poco puedo decir de alguien al que quiero como a un segundo padre. Mi madrina, que se viste de ternura a diario con trajes de armonía, paciencia y virtud. Y mis primas, un par de estrellas con denominación de origen y sentimiento a flor de piel.

Es apasionante pasar horas y horas escribiendo sentado en un banco de los parques que vigilan el Palacio Real. Alguien me da en el hombro. Me giro y es Obi Wan. Claro, estoy en su territorio. Me desahogo con él, como siempre. Me escucha, me aconseja, me psicoanaliza, me abronca, me reconforta, me riñe, me anima, me apoya, como siempre. Sigue sin entenderme, pero no importa. Sé que está ahí siempre. Sabio, espontáneo y racial. Me encanta hablar con él porque es como si estuviera dentro de mi cabeza. Sabe lo que pienso, aunque no lo diga. Un amigo y un espejo, menos en la tolerancia. Un grupo de chavales jóvenes que están sentados frente a nosotros escuchan con el teléfono móvil When I come around, de Green Day. Le sigue Nothing else matters, de Metallica, With or without you, de U2, y Bend and Break, de Keane. Se unen a la tertulia, otra de Moratalaz, una de Carabanchel y el Maestro Zen, todos ellos eminencias del consejo.

Sigo en el sur, cruzo un semáforo en Gran Vía y me fijo en un motorista. Sí, es él. Almeriense, castellonense y de Lavapiés. Un pozo de sabiduría en todo. Nos tomamos un café en el Penta. Me cuenta que viene de comprar entradas para él y una chica, a los que unió una peli clásica y un buen pedo, para asistir a un concierto de Wilco. Nada es imposible, amigo mío, ni siquiera Alemania. Me recomienda Here comes your man, de Pixies, y el Halellujah, de Happy Mondays. Nos despedimos, no sin antes recordarme que le eche un ojo al blues y al jazz. ¡Acuérdate de Billie Holiday!

Avanzo Gran Vía abajo y alguien me pega una voz al grito de “¡norteño!”. La voz sale de una tienda con nombre de reafirmación argentina (creo que se llama Oysho). Entro en el local y me recibe la sonrisa más grande y contagiosa al sur de Plaza Castilla. Musicalmente mejorable (ja!), emocionalmente invencible. Es muy fácil ser amigo suyo. Es imposible no serlo. Se compra un pijama de Pitufina & Co. y me invita (oh, sorpresa! jaja) a unas galletas oreo en una cafetería. Las sonrisas no nos abandonan nunca, ni siquiera al hablar de la vida, de su sentido (o sinsentido), de su origen, de su nudo, de su desenlace. Del guión de la existencia. Grandísima escritora. Ella, la plastilina blanca; yo, la negra (o al revés), pero ambos plastilina. Con una ironía de salón con sofás, y un desparpajo de cuarto desordenado con nórdico. Irrepetible e insuperable, excepto en estatura...

Las oreos escuchan en el hilo musical de la cafetería How I could just kill a man, de RATM junto a Cypress Hill. A continuación I miss you, de Incubus; Merece la pena, de Tote; Let’s dance to Joy Division, de The wombats; un tema de Nena Daconte; Song 2, de Blur; y The man who sold the world, de Nirvana. Muevo la cabeza en señal de resignación. Nos emplazamos a las noches en la Red de Redes y nos despedimos con la misma sonrisa del principio, multiplicada por las veces que me pregunta cosas que no la interesan. Antes de irme le digo, de viejo a cría, una frase que me contó el mayor sabio de la copla: cuando la sonrisa no quiera salir que se quede en casa, ya saldrá mañana con más fuerza. Creo escuchar una canción de Ricky Martin justo cuando atravieso la puerta…

Pista central del polideportivo del barrio. Cuatro primos se lo pasan en grande a raquetazo limpio. El más pequeño es el que mejor juega, normal, las tardes de Somontes le convertirán en un grande. Su hermano mayor destila pasión por los cuatro costados. Gocho, pero de entusiasmo y sensibilidad. Por cierto, luego nos vamos a pintar. Y el tercero es la animación constante. Decidido y optimista. Grande payé. En los altavoces del poli nos sorprende Francisco Alegre, de Juanita Reina; y nos agrada El niño güey, de SFDK.

Más familia. Más café. Ahora en el norte. En alguna casa del barrio del Pilar. Primos, tíos, hermanos, sobrinos,… Mata está en el ambiente. Cuanto más descubro de la historia de mis antepasados más orgulloso me siento de haber nacido en esta familia. Fonsi ameniza la velada con el Bolero de Ravel, el Canon de Pachelbel, las Cuatro estaciones de Vivaldi, la Marcha Radetzky de Strauss, Carmen de Bizet, el Amor brujo de Falla, el Concierto de Aranjuez, de Rodrigo…. Me pongo al día de la vida de cada uno de mis familiares, entre historias, chistes, algún malentendido, pero con todo el cariño del mundo.

Nos teletransportamos a la Sierra de Francia salmantina. A un pequeño pueblo, pero gran sociedad. Noche de locura en la Calle Larga, hay fiesta. En nuestra casa se lucha hasta la extenuación cada turno por la ducha. Nos cruzamos en el pasillo, nos reafirmamos en lo guap@s que son nuestros primos, y a la verbena. Y al chiringuito. Y a los bares. Doscientos amigos de todos los rincones de España nos reunimos en ese pueblecito de Salamanca y bailamos al ritmo que marca la diversión y la juerga. Smashing pumpkins toca Tonight, Morodo nos deleita con Tú eres como el fuego, el Chiquilla de Seguridad Social nos sigue poniendo la piel de gallina una década después, Barricada nos rememora Blanco y negro, para Celtas Cortos es 20 de abril, Ska-p reivindica el hachís y Dover vuelve a sus orígenes con Serenade. Juan me recuerda nuestros tiempos de Limp Bizkit, System of a down y POD. Carlos, Luismi, Jaime, Jon y Tinín los de Porretas, Marea, Extremo, Junco y los del Caribe Mix

Son las 3 de la madrugada. De nuevo en un sofá de mi salón. Acompaño un partido de la NBA televisado por Cuatro con una ensalada deliciosa. Leo el EP3 del viernes, regalan el single de Don’t you forget about me, de Simple Minds. Uka llega de fiesta. En el descanso del partido miro el teletexto: el Madrid ha ganado la Champions, el Sporting la Liga, la Unión a la Uefa, Geta y Rayo a la Intertoto, sube el Lega, el Carabanchel, la Segoviana, el Zamora y el Granada. El Celtic vence en Escocia, el City en Inglaterra, el Feyenoord en Holanda,… Acaba el partido de basket. Son las 5 de madrugada. Bajo la basura. Las calles están vacías y el silencio lo inunda todo. Las luces de las casas están apagadas, sólo los rascacielos de la Ciudad Deportiva iluminan el cielo madrileño. Miro la luna llena y le doy las gracias por haberme hecho pasar un día así.

Subo a casa y me acuesto. Enciendo la radio y Aretha Franklin despacha su Rescue me. Lucen las pegatinas del techo. En mi cabeza resuena Teardrop, de Massive Attack. Cierro los ojos y el sueño me atrapa. Ha sido mi día perfecto, o casi.

jueves, 1 de enero de 2009

Frente al espejo

A la Asociación de Guionistas de Vidas,

es tiempo de balances. Por estas fechas a muchas personas les da por analizar lo sucedido a lo largo del año recién acabado (no sé por qué no lo hacen cuando concluye cada semana, o cada mes, o cada trimestre). El caso es que a mí nunca me ha gustado hacer balances anuales. Es una especie de examen, un análisis de lo bueno y lo malo del año. Éxito o fracaso. Año productivo o año perdido. Casi mejor no arriesgarse a evaluarlo, por el resultado, más que nada.

Yo hago mi evaluación particular. No tiene nada que ver con el final de año. Es algo que suelo hacer de vez en cuando. En situaciones de crisis, de dudas, en vísperas de acontecimientos que considero relevantes… en general, cuando necesito estar solo. Plantarme delante del espejo, mirarme fijamente, hasta que pueda verme reflejado en mis propios ojos, y sincerarme conmigo mismo.

Me encanta hablar conmigo. Hace poco, un amigo me preguntó que en qué momento del día era cuándo más tranquilo me encontraba. Sin duda es este. Preguntas sinceras y respuestas sinceras. Nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Nuestras virtudes, nuestros defectos, nuestros activos, nuestros miedos. Somos nuestros más duros críticos y nuestros más fervientes seguidores.

Me encanta encontrarme cara a cara conmigo mismo. Ver a un chico cada vez más convencido del Determinismo, de que cada una de nuestras vidas ya está vivida. Está escrita de principio a fin. Desconozco si lo está en las estrellas, en las cartas, en los posos del café, en las palmas de las manos o en los libros sagrados, pero creo que nuestro presente y futuro es ya pasado. ¿En qué te basas? Me diréis. En mi experiencia. Lo sé, es una prueba mínima, pero, ¿en qué os basáis vosotros para sostener lo contrario?

San Siro. Partido de vuelta de la semifinal de la Champions League. En el terreno de juego, once estrellas mundiales del Inter de Milán. En el túnel de vestuarios, once chavales del Club Deportivo Salmantino, muchos de ellos estudiantes, con más horas en campos de tierra que de hierba, y a los que les tiemblan las piernas desde que aterrizaron en el aeropuerto lombardo de Malpensa. En la mente de cada uno de los 22 jugadores sólo hay dos cosas seguras: una, que los italini son unos quatreri; dos, la victoria de los interistas. Desconocen el tanteo final, el cómo y el cuándo de los goles, pero el triunfo neroazzurro es cierto.

De todas formas, el creer que nuestro destino ya está predeterminado lleva aparejado un sentido peyorativo que es irreal. Las cosas son como son y las personas también.

¿Mi año? Venga vale, no desentonemos con el ambiente y hagamos análisis. Ha habido de todo. He conocido a personas fascinantes, muy especiales, pero también he perdido alguna que otra maravilla. Me conozco más, y me gusto menos. Grandes aciertos y grandes errores. Los primeros, gratificantes y necesarios; los segundos, dolorosos e irreversibles. He disfrutado y he visto disfrutar a mi gente. He sufrido y he visto sufrir a mi gente. Eso no cambia con los años. Las expectativas a principios de 2008 eran grandes. “Este va a ser nuestro año”, ¿era así, serrano? Pues no lo ha sido. Este año tampoco.

2008 ha tenido seis meses. De enero hasta junio. Desde entonces hasta ahora sólo ha habido niebla. Momentos de pequeños claros, algún que otro rayo de sol entre las nubes. Pero perdido entre sombras, recuerdos y fantasías. Dejándome llevar, sin llegar a ningún lado. El pasado está muerto, pero me empeño en revivirlo a diario en pensamientos y sueños. Dicen que los sueños son reflejos de nuestros temores y de nuestros deseos. Ojalá no soñara, o, al menos, no me acordara despierto de ellos. Son sueños pretéritos, estúpidos y dolorosos.

Y lo peor es que en estos desaparecidos meses me han sucedido cosas estupendas. Grandes acontecimientos que no he saboreado, que se me han escapado entre los dedos de la mano como si fuera arena. Sábados por la noche en los billares con mis mejores amigos, jornadas de radio apasionantes, viernes por la tarde en la mejor compañía y en el mejor escenario, alocadas y divertidas conversaciones hasta las tantas con personas especiales, partidos de fútbol, conciertos, cafés, indescriptibles alegrías familiares, viajes, oportunidades laborales,… apenas unas gotas de agua en medio del mar.

¿Hasta cuándo así?, me pregunto. No está en mi mano. Somos actores de la película de nuestra vida, pero los guiones ya están escritos. Incluso los Oscars y los Razzies ya están entregados. Soy el protagonista de mi cinta, pero me limito a recitar el guión dado y a sentir los sentimientos dictados. No cabe la improvisación ni los cameos espontáneos. Simplemente cumplo órdenes. No sé qué me espera dentro de media hora, o mañana o dentro de tres años, pero sí estoy seguro de que será lo que tenga que ser, de que será lo que pone en la página correspondiente del libreto.

Mi esperanza reside en que el guionista, a la hora de escribirlo, haya introducido un giro radical en la trama desde ya mismo. Que mi personaje vuelva a sentir como lo hacía unos meses atrás. Que vuelva a vivir plenamente el presente, que mire al pasado con orgullo, y al futuro con esperanza y decisión. Que los sueños se queden en sueños y que se abrace a la realidad con una fuerza formidable. A ese clavo me agarro, porque lo demás no está en mi mano.

Las cosas son como son, no como nosotros queremos que sean. Si verdaderamente nosotros fuéramos los dueños de nuestro porvenir, ¿por qué no somos siempre felices? ¿Acaso si tuviéramos la posibilidad de elegir no desearíamos la felicidad eterna? "Hay hechos que no podemos dominar, que se nos escapan de nuestro campo de acción. Por eso no somos siempre felices", podriaís argumentar. Pues bien, desde mi punto de vista no es que haya circunstancias de nuestra vida que no dependen de nosotros, es que nada depende de nosotros.

Podemos felicitarnos por nuestros éxitos y maldecirnos por nuestros fracasos para hacernos sentir rectores de nuestros propios actos, pero la realidad es que ese triunfo o esa equivocación no son mérito ni demérito nuestro. Que conseguiríamos ese premio o que erraríamos esa decisión nos venía de serie desde que nacimos.

Hace poco, hablando con una amiga, me dijo que ella piensa que los grandes acontecimientos de nuestra existencia ya están marcados desde antes de la concepción. Empezando por los rasgos físicos, la familia, el país de nacimiento, el momento de nuestra muerte y el de las personas que nos rodean, nuestra trayectoria académica y laboral, nuestras relaciones sentimentales,… Todo este conglomerado de circunstancias ya lo tendríamos predefinido. Sin embargo, en nosotros residiría la libertad de ánimo, de afrontar todas esas situaciones con un espíritu optimista, alegre, emprendedor, de superación, de riesgo; o, por el contrario, con un sentimiento derrotista, dramático, deprimido o nostálgico. Aquí, en esta faceta emocional, funcionaríamos de manera autónoma, libre e independiente.

Yo voy más allá. Si tras la muerte de un amigo, una persona se repone, mirando hacia delante, buscando nuevos retos, afrontando el futuro con energías renovadas, es porque así debe ser. Si tras suspender unas oposiciones, un estudiante se hunde, se pasa el día preguntándose por qué escogió A y no B en la pregunta 13, se encierra en sí mismo y le da por escuchar canciones melancólicas, es porque así debe ser. El destino de cada uno de estos dos sujetos era ese y no el contrario, ni ningún otro. Sentirse así ante esa circunstancia dada.

La vida es más cómoda, más fácil así. Quizá también menos interesante. Pero es lo que hay. Desaparece la responsabilidad. Sólo interpreto el papel que se me ha asignado. “Pero así no se vive la vida”, dicen. Es lo que estoy haciendo, vivirla. Probablemente no de la forma que tenía planeada, pero es que la vida nunca sucede como se planea, nunca sucede como se sueña. Es simplemente como es.

A mí me gustaría despertarme pensando otras cosas, acostarme pensando otras cosas, soñar otras cosas,… pero supongo que es lo que me toca. Porque la vida es sentir, pero también es pensar. De hecho, creo que tiene prioridad lo segundo sobre lo primero. Hace poco leí a una amiga decir que los sentimientos son incontrolables y alocados. Estoy de acuerdo, en parte. No se puede controlar su brote, quizá tampoco su desarrollo, pero sí se pueden camuflar. En muchas ocasiones se deben esconder porque no son lo correcto. Porque surgen en el momento inadecuado, porque carecen de sentido. ¿Que no es sano reprimirlos? De acuerdo, pero hacerlo, en determinadas circunstancias, evita males mayores.

La buena y la mala suerte no existen en el transcurso de nuestras vidas. Existen a la hora de escribir y repartir los guiones. Somos muy dados a hablar de que tal persona tiene mucha suerte, o al contrario. Esa gracia o desgracia no hay que buscarla aquí, sino en las manos que diseñaron la vida del afortunado o desafortunado.

Sólo me queda agradecer a los autores de la historia de mi vida el haber puesto en mi camino gente maravillosa e instantes de felicidad plena, así como criticarles el haberme hecho padecer vivencias dolorosas. A ver qué me tenéis preparado para el futuro, aunque me han llegado ciertos rumores y no son especialmente halagüeños… Mi futuro está escrito y no me gusta.

¿Qué hacemos aquí? Simplemente representar el papel que nos ha tocado en suerte.