viernes, 26 de octubre de 2012

Todo y nada


A la señora Rial,

Me acuerdo ahora de mi primo Alfon, de Nick y de Nacho. Tres incrédulos que me dieron una vela entre tanta penumbra. Miro atrás y no puedo más que sonreír. Resulta curioso observar cómo épocas que parecían tan duras –y realmente lo fueron– hoy parecen tan livianas. Dicen que los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo. A mi me gusta tenerlo presente, no para evitar su reproducción, sino porque quiero recordar de dónde vengo. Cómo era mi vida entonces, los pensamientos que se paseaban por mi cabeza, los sentimientos que navegaban por mis adentros, lo que me hacía vivir. Esto último, precisamente esto último, no ha cambiado nada en los últimos cuatro años. Tiene nombre y apellidos, pero sobre todo tiene magia.

Leo las entradas de aquellos meses y el corazón se me encoge. Entonces, en mi día perfecto –o casi– disfrutaba de la presencia de muchos, personas imprescindibles en mi vida, pero, en el fondo, el pilar de ese día se escribía con letras del sur. Eso tampoco ha cambiado. Hoy, para mí, las 24 horas perfectas son las que transcurren en cada día que vivo. ¿Por qué?, preguntan desde atrás. Pues porque estoy con la persona que siempre he querido estar. Porque sé que puedo llamarla o escribirla en cualquier momento (y viceversa), porque sé que la voy a ver pronto y porque sé que cada día que pasa me enamora un poco más.

A lo largo de 1.095 días pasan muchas cosas. Demasiadas para guardarlas todas en nuestro álbum fotográfico. Sin embargo, hay algo que pasa a diario y que nunca jamás se llevará el olvido: la felicidad que me proporcionas. Ver tu sonrisa bien vale una vida. En algún momento, en un siglo de estos, descubriré las palabras exactas para definir el chisporroteo que despiertas en mi interior cuando se arquean tus labios. Tus labios, ese lugar donde nadie ha sentido lo que siento yo cada vez que me aventuro a ellos con valor y arrojo. Allí donde quedó Pablo, hace ahora tres años, perdido en plena Plaza de Oriente de Madrid con el estómago en llamas por unos malditos jalapeños, y con el corazón en llamas por una FAntástica clave musical.

Aquel beso me abrió la puerta a la vida. Sabía que eras tú quien tenía la llave. Esa caricia de tus labios fue el principio de todo y el final de algo. Hay momentos que te marcan para siempre, y aquel, sobre un banco de piedra sin respaldo, fue el primero los muchos que he disfrutado desde entonces. Tras ese beso corrió imparable un torrente de emociones que avanzó a la velocidad de la luz. Tu luz. Solo entonces me di cuenta de que nada es imposible contigo.

Se me quedan tan cortos tres años. Cómo explicarte… es como ir desde Cuatro Caminos a Villaverde  y apenas haber llegado a la Esquinita de Treviño. Eso sí, yendo por la M-30, sí mujer, esa vía desde la que se atisba en la lontananza un famoso coso taurino. ¿O no? Jajaja. Que tres años no es nada –creo que es lo que Gardel quiso cantar en realidad–. Es tan solo, y a la vez tanto, como una gota en el Mar Cantábrico. Como un paseo por el mercado de Camden o unas vistas desde lo alto de la escalinata de la Piazza di Spagna. Es tanto –y tan poco– como no comer ni un trozo de pizza o atiborrarse a las últimas exquisiteces culinarias de dos chefs inigualables, como no coger el coche ni para atravesar la calle o conducir 3.000 kilómetros en dos semanas, como temer viajes a pueblos sudistas o confiar ciegamente en que todo va a salir bien.

Esto es solo el inicio. Es solo un desayuno en la cama con zumo de naranja y croissants recién hechos. Es el disfrute de un festival veraniego con playa y bebida. Es un paseo por el puerto deportivo, aliñado con pipas y sidra y culminado, como no podía ser de otro modo, con un beso en el paseo marítimo imitado por las olas y el muro. Es una compañía en un hospital o en casa, cuando la salud no acompaña. Es una noche de estío caminando por el centro de Madrid después de disfrutar de una interesante película. Tres años contigo es todo y es nada. Es todo mirando al pasado y nada mirando al futuro.

Nos quedan tantas cosquillas por hacernos. Me gusta que veas crecer a los cuatro fantásticos. Adoro que les quieras tanto como yo. Por mi parte, me siento un sureño más. Nunca pensé que tuviera otra familia en el mundo. La tengo en Donantes de Sangre, o quizá debería decir Donantes de Corazón, porque eso es lo que me habéis dado. Ese cosquilleo al cruzar el umbral aquel día de otoño vuelve a aparecer cada vez que visito la zona austral. No lo perderé nunca, igual que tampoco perderé el amor por vosotros que habéis moldeado en mí. La calle, la parada de cercanías, Wendy, las aceitunas, comer en el suelo… cada parte de allí forma también parte de mí. Gracias.

Viajes, cenas, paseos, conciertos, teatros, discotecas, bolos, museos… Y casa. Mucha casa. ¿Demasiada? No para mí. Esas pequeñas cosas, que decía Serrat. Bailar en la cocina, embadurnarnos en la cocina, jugar al trivial, leer (más bien mirar) revistas, series y fútbol, música y buzz. Y esa sensación de estar construyendo nuestro hogar. Pero sobre todo verte y sentirte. Besarte y acariciarte. Compartir la vida.

Cuántas vivencias… y qué pocas. Pero, ante todo, qué felices, porque han sido contigo. Son tres años inolvidables, pero es sólo la primera página. Si así es el prólogo, me muero de ganas de leerme el resto del libro. Ya sabes, los números primos nunca están solos. Aquel final no te gustó mucho. El de nuestra novela… nuestra novela no terminará nunca. Cada palabra, cada letra, estará escrita –al menos– con la misma pasión que la del aquel día.