domingo, 30 de noviembre de 2008

Life killed the radio dreams

A Marconi y a James Matthew Barrie,

más de quince años pasando juntos todas las noches y aún no sé quién eres. Me cuesta recordar la última vez que me dejaste pasar a solas la madrugada. Tantísimas noches inolvidables, envueltos en sueños, compartiendo ilusiones, dibujando el futuro entre palabras… También hemos vivido oscuras madrugadas, donde la almohada era nuestro único escudo contra los miedos que nos rodeaban y amenazaban abordar nuestro demasiado escandaloso Pikolín.

Llevo escuchando tu voz nocturna desde que iba al Breogán, acompañándome siempre. Mi fiel escudera entre las sombras madrileñas. Y salmantinas, y gijonesas, y segovianas,… porque allá donde yo iba acudías tú. Hablándome, llenando vacíos de soledad. Eran horas y horas, pero a mí se me pasaban en un suspiro. Incluso en esas noches en las que tus palabras chocaban contra los muros de mis pensamientos, cuando oía tu voz pero no la escuchaba, cuando estaba demasiado ocupado estudiando, escribiendo, reflexionando o simplemente soñando, algo dentro de mí se empapaba de tu presencia.

Nos presentó Jorge cuando los hermanos compartían habitación. Fue un flechazo. Te vi, te escuché, y no pude separarme de ti. Conoces mi vida casi mejor que yo (el casi sobra) y sabes que gran parte de lo que soy te lo debo a ti. Tú y yo no compartíamos noches, las vivíamos, las saboreábamos hasta que casi nos cortábamos la lengua con ella. Mi pequeña gran confidente. En los buenos y en los malos momentos, nunca te has ido de mi lado.

Al principio era debajo de la almohada, ¿te acuerdas? Parecía increíble que de un cuerpo tan pequeño pudiera salir tanta energía, tanta vida. Tengo grabado a fuego aquella madrugada, aquel “Would I lie to you” de Charles & Eddie que me dedicaste y con el que me rescataste de la maldita pesadilla. Tantas historias, tantas conversaciones, tantas alegrías, tantos lamentos…

Recurro a ti porque tú eres el principio y creo que me he perdido. Desconozco el punto en el que me desvié de la senda marcada por la ilusión. La vida me está llevando por el lado equivocado y no puedo hacer nada para remediarlo. Nada de lo que tú y yo teníamos planeado. ¿Recuerdas aquellas noches de domingo bailando pasodobles? Nunca imaginamos que nos veríamos en esta.

“Haz lo que debas”. No es el título de la peli de Spike Lee, es lo que me dijiste la noche anterior al examen de selectividad. Un salvavidas en un océano repleto de dudas. No lo cogí y me ahogué. Y ahí sigo, viviendo en el fondo del mar, en otro mundo. En realidad, creo que nunca he llegado a estar en la superficie. He visto cómo las personas de mi alrededor, antes o después, decidían calzarse las aletas, poner rumbo de nado vertical y abrazar la madurez, dejando atrás las estrellas y caballitos de mar para respirar el aire fresco de los adultos.

La vida en mi mundo, junto a los arrecifes subacuáticos, es lenta pero segura. Los segundos se hacen eternos, cada movimiento se mide al milímetro, la gravedad nos abandona pero la presión nos invade. Hay mucho tiempo para pensar. Demasiado tiempo para pensar. La parsimonia es la gran aliada de la reflexión, que acaba por convertirse en paranoia. Mientras, esa lentitud le tiene declarada la guerra incondicional al impulso, a la espontaneidad, al sentimiento original.

Decía que aquí, en el fondo marino de la inmadurez, la vida es más lenta, pero también más segura que ahí afuera. Sabes a qué atenerte (seguridad jurídica, para algo me sirvió Derecho), todo tu alrededor te es conocido, el agua te protege por doquier. Además, al tener tanto tiempo para pensar, se medita cada decisión casi hasta sangrar. Es difícil equivocarte en tu elección. “Pero puede que de tanto pensarla, te decidas demasiado tarde”, decís los de la superficie. No. Aquí abajo, el tiempo se estira como una goma. Aquí nunca es demasiado tarde. Allí arriba casi siempre lo es.

Esta mañana, camino del trabajo, alguien me ha dado una voz justo cuando iba a entrar en el Metro. Me he girado y era Segundo, mi profesor de guardería. Hacía más de cinco años que no sabía nada de él. En apenas diez minutos de conversación nuestros recuerdos se han remontado dos décadas atrás. Ya peina canas, pero su semblante de buena persona y su calidez y cercanía a la hora de hablar los mantiene intactos. Como hace más de 20 años, cuando él y Nines trataban de poner orden en La Locomotora, entre un grupo de canijos incontrolados locos por ver la última peli de Disney.

¡Cuánto odiaba el babi! Creo que era el único de mi clase que no tenía. Yo estaba tan feliz manchándome de tomate frito o de puré de patatas mi chandal Yanlis o mi camiseta de Helechitos, sin usar ningún batín uniformado. Y esos recreos en el parque iniciándonos en el mundillo del balompié… ¡Grande Raymon! esa zurda que aún hoy en día es la mejor del Barrio del Pilar, con diferencia. Aquellas fabulosas esculturas de plastilina, los maravillosos lienzos a base de ceras, las majestuosas edificaciones con las piezas de Lego…

Debe ser curioso para Segundo ver, después de 20 años, a ese chavalín que solía vestir aquella camiseta roja y sus zapatillas Yumas pintarrajeadas con tinta de bolígrafo. Me siento orgulloso de haberle tenido de primer profesor (con los innumerables tostones que he tenido después). Es de esas personas que te dejan huella para toda la vida.

Pero lo cierto es que, dos décadas más tarde, mi ánimo sigue buceando en el fondo del océano. Digo mi ánimo porque mi cuerpo emergió en la superficie hace un tiempo. Empujado un poco por la corriente, otro poco por familiares, amigos, hechos de la vida,… pero eso, empujado.

Arriba se ha impuesto la apología de la responsabilidad. Cualquier error es magnificado hasta límites desconocidos, tiene tintes casi hasta dramáticos. No hay vuelta atrás y puede suponer un punto y aparte en el desarrollo de tu vida. Sin embargo, los éxitos carecen de reconocimiento, se dan por supuestos, pocas veces van acompañados de una mísera muestra de satisfacción.

En las profundidades las cosas son diametralmente opuestas. En primer lugar, como decía antes, las equivocaciones pocas veces se dan (la frontera entre lo bueno y lo malo es casi imperceptible), y cuando efectivamente se producen (y no pueden ser subsanables) la consecuencia no pasa de una necesaria auto-reprobación, de un “vaya, la cagué, tomo nota para la próxima”, una sonrisa y para adelante. Y en el caso de los triunfos sucede tres cuartos de lo mismo. Las palabras de aliento y los aplausos (en ocasiones, hasta inmerecidos, pero que el corazón agradece profundamente) no faltan nunca.

Supongo que acostumbrarse a vivir afuera requiere un tiempo. La pregunta es si quiero acostumbrarme a esa forma de vida. Creo que no. Entonces, ¿puedo vivir permanentemente arriba con una mentalidad de abajo? Creo que tampoco.

“Hay que madurar”, “la vida tiene sus etapas”, “se aprende a vivir a base de golpes”,… son expresiones que he oído muchas veces y todas ellas me parecen equivocadas. Crecer es obligatorio, madurar es una elección, por lo tanto, no hay obligación de alcanzar la madurez. Si escoger el camino más sencillo (y que yo desee) es no madurar, buscadme allí.

La vida no tiene sus etapas. La vida es una etapa continua, sin fases que la dividan. Está claro que el cuerpo y la mente varían a lo largo de los años, pero me niego a aceptar que en un determinado momento todo tu mundo se transforma y quedas impedido de hacer o decir ciertas cosas. Creo que puede haber personas de edad avanzada que tengan un espíritu de chavales, y críos que se sientan como verdaderos dinosaurios. La vida no está marcada por patrones.

¿El aprendizaje sólo se adquiere a través de malas experiencias? Sinceramente, no estoy de acuerdo. Observando, analizando, dialogando,… así se puede crecer, sin necesidad de atravesar sufrimientos o disgustos. De hecho, el haber sufrido desdichas o cometido errores no es garantía de no volverlos a sufrir o cometer. Esa maldita piedra en la que tropezamos una, dos, tres, y no sé cuántas veces más, es testigo directo de ello.

No sé, quizá mañana piense todo lo contrario. Esto es bastante infantil ¿no? Pues eso.

… y esta noche, a escucharte, como siempre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

0 comentarios..??? Tienes q darte mas publicidad, chico... me he quedado, como decirlo, fascinada es poco... Hay q saber muy bien como expresarse escribiendo para q la gente entienda el por qué y el cómo... lo bordas!! Tienes una mente privilegiada y unas manos más privilegiadas aún... En una palabra: CHAPÓ!!

Pablo dijo...

emmm...muchas gracias! :)

Unknown dijo...

Eres un crack. Eres el mejor de todos nosotros, lo sabes verdad?