domingo, 4 de enero de 2009

Mi día perfecto (o casi)

A la señora que me dejó pasar delante en la cola del Mercadona,

es verano. Primeros de agosto. Estoy de vacaciones. Los rayos del sol de mediodía entran por el hueco inferior que deja mi persiana. Es la una de la tarde y en la Cadena Ser suena Buid me up, Buttercup, de The Foundations. Abro los ojos. He tenido un sueño genial. Zarpas, que lleva dormida sobre mí tres horas, se queja de que me incorpore. Quiere dormir más.

Una taza de leche con nesquik y miel en la que mojo un par de sobaos y croissants. ¡También hay churros y porras recién hechos! Lo degusto mientras veo en la tele un capítulo de Ranma 1/2. En una cacerola se están cociendo macarrones, al lado, en la encimera, hay un cuenco con queso rallado, y una sartén preparada para freír filetes de hígado empanados y patatas. En la nevera, una tarta de nata y chocolate enorme y una macedonia de frutas. La comida promete. Pero hay muchas cosas que hacer antes que comer.

Estamos en el parque de Finisterre. La banda del Breogán: Raymon, Manu, Dani, Fifi, Asier,… partidillo de futbito, fútbol-tenis, alemán, vaselinas,… risas y diversión. Hace mucho calor y acabamos sedientos. Próxima parada: Bodega. Compramos Sprites y Coca-Colas y el Radical Fruit de rigor del indio. De vuelta al parque, a algún banco a discutir de cualquier cosa. De repente nos sorprenden los aspersores, pero se agradece un pequeño chapuzón. Subimos a casa del zurdo y nos pone en su cadena los grandes éxitos de Extremoduro y Platero. Nos reímos y nos picamos jugando al pro, mientras escuchamos Deltoya, A fuego, La vereda de la puerta de atrás, Quemando tus recuerdos, Pepe Botika, Jesucristo García, Stand by, Correcaminos, El roce de tu cuerpo, Alucinante, Juliette, Mari Magdalenas, Tras la barra, Voy a acabar borracho, Al cantar…

Es mediodía. Campus de Cantoblanco de la Universidad Autónoma de Madrid. El cielo se oscurece y el sol es tapado por nubes negras. Un minuto de chaparrón veraniego, lo justo para que la tierra y la hierba huelan a frescor, a naturaleza viva. El aroma de las jaras invade los alrededores de la Facultad de Derecho. Ambiente universitario, hay clases (sí, que pasa, es mi día y yo mando, ja) y las facultades están hasta arriba. En la cafetería de Derecho, estoy en una mesa con Nacho, Patri, Chini, Javi, la otra Patri, Pilu y Jhona. Más de uno babea al ver en la mesa de al lado a la Suplente, a la Titu, a la Tortul, a la Marylin, a la Ojoscielo y a las HP. Nacho me hace escuchar el cd que lleva en su discman: ¡Jimmy Hendrix encomendándose a las barras y estrellas en Woodstock! Increíble. Cachondeo, historias, anécdotas, alguna partidilla que otra al Culo…

Nacho, Jhona y yo subimos a los ordenadores. Toca vicio. Primero al minigolf, luego al yahoobillar y, para acabar, a cañonazo limpio. Ahora es tiempo de labor investigadora: los nazis y el ocultismo. Rastreamos la Red y alucinamos con las cosas que encontramos. El becario de la sala tiene puesto en su PC, con los altavoces a tope, Why can't we be friends, de Smash Mouth. ¡Qué grande!

Aparezco sentado en la mesa de la cocina de mi casa para comer. Además de los macarrones y los filetes hay ensaladilla rusa, y con la mayonesa que hace la Uka. Riquísimo. Pero lo mejor es que estamos todos. Los ocho, camino de nueve. Relatando nuestras crónicas particulares de la semana y discutiendo sobre cómo arreglar el mundo. Sobremesa amena, divertida y con la gente que quieres, ¿qué más se puede pedir? Después de recoger la mesa nos enganchamos a Youtube. Primero monólogos de la Paramount. Más carcajadas.

Luego intercambio de conocimientos musicales. Jorge me descubre a MGMT y su Kids; a Ele le encanta If I don’t live today, de Mando Diao; Flor se queda con Yellow, de Coldplay; María no se cansa de Vicios y virtudes, de Violadores del Verso; y a Víctor le gusta Al amanecer, de los Fresones Rebeldes. A la dueña de la casa sólo le interesa la melodía de la vida, y Adri escucha y ríe. La gata nos mira y piensa, “yo sólo quiero un poco de vuestros macarrones, me da igual la canción que me acompañe”. Luego al salón. Está Padre de familia en la tele, pero sólo dos o tres le prestan atención, el resto sigue con los debates políticos y religiosos. A continuación, Saber y ganar. La mayoría refunfuña, pero es lo que hay.

Estoy tumbado en mi cama. Con la persiana a medio bajar y la mente a pleno rendimiento. Turn, Why does it always rain on me?, Writing to reach you, Driftwood,… Travis intenta echarme un cable en el lío de cables de mi cabeza. También viene en mi ayuda Chris Martin y sus chicos. Me traen Clocks, Trouble, Fix you, The scientist, In my place,… Me apetece estar conmigo mismo. Sólo yo. Leo comics de Tintín y de Astérix y Obélix. Luego me tumbo en el sofá y recorro un maratón de series extranjeras. Desde One Tree Hill, pasando por La familia crece, Perdidos, Caballeros del Zodiaco, Seinfeld, V, Doraemon, Campeones, Bola de Dragón, Anatomía de Grey, Cinco en Familia, Doctor en Alaska, Urgencias,… Luego toca cine. Muchas, muchísimas películas. Hasta que el sueño me vence.

Cojo el bus en el intercambiador de Plaza Castilla. Hay conciertos y fiesta por no sé qué causa solidaria en la Autónoma. En mi mp3 suena Familiar to millions, de Oasis. He tenido suerte, consigo un asiento libre; el autobús se llena. A Champagne supernova le sigue Acquiesce y, de repente, Wonderwall. Es mi móvil, me llama un artista de Villaviciosa de Odón con alma de Moratalaz. Me hace sonreír. Va conduciendo y de fondo oigo Shiny happy people, de REM, y a Eddy Vedder entonando Alive. Quedamos para la tarde y nos despedimos con un Aúpa Zamora y Hala Unión. Me acuerdo de mi vecina de la infancia de Alcalá de Henares. También de la navarra de Marcilla. Me relajo haciendo un par de autodefinidos mientras salimos a la Carretera de Colmenar.

En Cantoblanco, a los siete de la UAM se nos une Adriana. Kali va, cerveza viene y el jacky volando por los aires. Vibramos con las versiones aceptables que nos ofrecen los grupos amateurs invitados de Self Steem, de The offspring; de Stay together for the kids, de Blink 182; Zombie, de The cranberries; Starlight, de Muse; y Got the life, de Korn. Con una tasa de alcohol en sangre que iguala a la de Pete Doherty en el FIB, el serrano y yo decidimos sudarlo jugando al ping-pong en el pabellón de deportes. Puntos que se hacen eternos, como el tiempo que hace que nos conocemos; emocionantes, como las miles de historias que compartimos; intensos, como la amistad que nos profesamos. Acabamos el partido entre risas y nos sentamos en las gradas para asistir como espectadores a los entrenos de las hermanas Neville y de Juana y Sergio… Coges mi móvil y escuchamos Apply some pressure, de Maximo Park y Dirty Harry, de Gorillaz. Nos tronchamos con las versiones de Andy y Lucas y de Ruby, de Kaiser Chiefs.

Nos embarcamos en la A-6 dirección Gijón, la Tierra Prometida. Discutimos de fútbol y para calmar los ánimos meto en el radio-cd la BSO de Una historia del Bronx y de Pulp Fiction. Luego, un disco creado para viajes, con temas como Creed, de Radiohead; The day we caught the train, de OCS; Wrapped up in books, de Belle and Sebastian; Common people, de Pulp; Rome wasn’t built in a day, de Morcheeba; LSF, de Kasabian; Your woman, de White town; Country house, de Blur; Everybody’s talking, de Harry Nilsson. Todo ello aderezado con detalles de Chemical Brothers.

El Fiat Punto desborda tranquilidad, sosiego, buen rollo y satisfacción. Hasta Maximita sonríe. Paramos en la gasolinera de siempre. Una chica joven, pelirroja y con un broche en forma de araña nos saluda al grito de Pablinho y Jonan el Bárbaro. Se parece a Scully. Nos cuenta sus andanzas en Móstoles y la técnica para perfeccionar la Cobra. Se despide de nosotros tarareando I bet you look good on the dancefloor, de Arctic Monkeys.

El olor a mar nos invade al entrar en la ciudad de Don Pelayo. Nos corremos unos karts a toda velocidad, nos perdemos entre cisnes y patos frente al Molinón y, desde Cimadevilla, vemos el atardecer más espectacular de la Historia. Entramos al Caveleño, una taberna irlandesa a la que no le falta de nada. En la barra nos damos de bruces con un cántabro de adopción con un corazón tan grande como la Playa del Sardinero. Atendemos sin pestañear a sus miles de aventuras en conciertos de folk y a sus vastos conocimientos de Historia. El tiempo se pasa volando a su lado.

Tras degustar unas pintas y cantar al Sporting arribamos a casa. Calle Cabrales, más asturiano imposible. Del número no me acuerdo… habrá que preguntarle al de Telepizza, jaja. Llamamos a la puerta y nos abre un nazarí bailarín, el Messi de la cámara de fotos, el Aramis de Granada. Culto, divertido, trabajador y gran amigo. Andaluz. Pasillo adelante entramos en el salón, donde nos espera el de Villaviciosa, muy bien acompañado, por cierto. Las saras y los mejores equipos del Calcio y de otras ligas. ¿Quién tiene el título? Recre, Milán, Inter… Hay que revisar esos datos. Todo apunta a iniciar la noche con una botellita y un Smash Court Tennis. Clarence Crane se adueña del radiocasete que está encima de la lavadora.

Suena The girl from Mars, de Ash; Smile like you mean it, de The killers; Connection, de Elastica; Roadrage, de Catatonia; Reptilia, de The Strokes; Beautiful ones, de Suede; First of the gang to die, de Morrisey; Enjoy the silence, de Depeche mode; 7 nation army, de The White stripes; Do you want to, de Franz Ferdinand; We throw parties, you throw knives, de Los Campesinos; Brimful of Asha, de Cornershop; Boys don’t cry, de The cure… También hay hueco para la música patria: The pidgeon detectives y su I’m not sorry; Los planetas y Alegrías del incendio; Años 80 de Los Piratas; Lori Meyers, y algo de Búnbury. Carcajadas, fotos, cánticos, alguna que otra vecina molesta (con toda la razón del mundo),… La casa se nos queda pequeña, así que decidimos salir y nos perdemos en la fiesta de la luna gijonesa.

Me subo al tren sin un destino decidido. Allí está ella. La viajera por excelencia, a la que el Mundo se le queda pequeño. Una persona increíble, fan de Sexo en NY, con un cerebro prodigioso y unas ganas ilimitadas de ayudar a sus amigos. Ilumina la Avenida de América. ¿Clara del Rey? Ella es claramente una reina. Confidente de todo, traidora de nada. Un dulce. Compartimos iPod, en el que nos deleitamos con Paranoid, de Garbage; Sunday Morning, de No doubt; Celebrity skin, de Hole; Kiss me, de Sixpence non the richer; y algo de The Corrs. El trayecto Cielo-Madrid se me pasa en un suspiro en su compañía. Llegamos al sur. Allí, en la ciudad azulona, la de la universidad borbona y la de Guillermina, nos espera Dartajonan junto a los otros dos mosqueteros y una pinteña con aires holandeses. Se nos une una morena imperial, blanca como el mármol de la Virgen de la Catedral de Toledo, y mágica como el Alcázar castellano-manchego. Carabancheleras, useranas, parleñas, getafenses, leonesas, sorianas, béticas, santanderinas,…

Son las 6 de la tarde. Tomo café en familia. Ya en la ciudad del Manzanares, en una casa de Aluche, donde la música, la fotografía y un pequeño terremoto guapísimo que apenas levanta medio metro del suelo gobiernan democráticamente, escucho a mis tíos, mis hermanos y mis primos hablar de cómo educar a los críos. Comemos roscón (con nata, por supuesto). Esteban marca la pauta. En el iTunes escuchamos Monday Monday, de The mamas & the papas; Nights in White satin, de The moody blues; Good vibrations, de The beach boys; Light my fire, de The doors; Angie, de Rolling Stones; God save the Queen, de Sex Pistols; Caravan of love, de The housemartins, No woman no cry, de Bob Marley; Ca plane pour moi, de Plastic Bertrand; Mrs. Robinson, de Simon & Garfunkel… Mi tío atlético, lo que tiene de grande lo tiene de buena persona. Poco puedo decir de alguien al que quiero como a un segundo padre. Mi madrina, que se viste de ternura a diario con trajes de armonía, paciencia y virtud. Y mis primas, un par de estrellas con denominación de origen y sentimiento a flor de piel.

Es apasionante pasar horas y horas escribiendo sentado en un banco de los parques que vigilan el Palacio Real. Alguien me da en el hombro. Me giro y es Obi Wan. Claro, estoy en su territorio. Me desahogo con él, como siempre. Me escucha, me aconseja, me psicoanaliza, me abronca, me reconforta, me riñe, me anima, me apoya, como siempre. Sigue sin entenderme, pero no importa. Sé que está ahí siempre. Sabio, espontáneo y racial. Me encanta hablar con él porque es como si estuviera dentro de mi cabeza. Sabe lo que pienso, aunque no lo diga. Un amigo y un espejo, menos en la tolerancia. Un grupo de chavales jóvenes que están sentados frente a nosotros escuchan con el teléfono móvil When I come around, de Green Day. Le sigue Nothing else matters, de Metallica, With or without you, de U2, y Bend and Break, de Keane. Se unen a la tertulia, otra de Moratalaz, una de Carabanchel y el Maestro Zen, todos ellos eminencias del consejo.

Sigo en el sur, cruzo un semáforo en Gran Vía y me fijo en un motorista. Sí, es él. Almeriense, castellonense y de Lavapiés. Un pozo de sabiduría en todo. Nos tomamos un café en el Penta. Me cuenta que viene de comprar entradas para él y una chica, a los que unió una peli clásica y un buen pedo, para asistir a un concierto de Wilco. Nada es imposible, amigo mío, ni siquiera Alemania. Me recomienda Here comes your man, de Pixies, y el Halellujah, de Happy Mondays. Nos despedimos, no sin antes recordarme que le eche un ojo al blues y al jazz. ¡Acuérdate de Billie Holiday!

Avanzo Gran Vía abajo y alguien me pega una voz al grito de “¡norteño!”. La voz sale de una tienda con nombre de reafirmación argentina (creo que se llama Oysho). Entro en el local y me recibe la sonrisa más grande y contagiosa al sur de Plaza Castilla. Musicalmente mejorable (ja!), emocionalmente invencible. Es muy fácil ser amigo suyo. Es imposible no serlo. Se compra un pijama de Pitufina & Co. y me invita (oh, sorpresa! jaja) a unas galletas oreo en una cafetería. Las sonrisas no nos abandonan nunca, ni siquiera al hablar de la vida, de su sentido (o sinsentido), de su origen, de su nudo, de su desenlace. Del guión de la existencia. Grandísima escritora. Ella, la plastilina blanca; yo, la negra (o al revés), pero ambos plastilina. Con una ironía de salón con sofás, y un desparpajo de cuarto desordenado con nórdico. Irrepetible e insuperable, excepto en estatura...

Las oreos escuchan en el hilo musical de la cafetería How I could just kill a man, de RATM junto a Cypress Hill. A continuación I miss you, de Incubus; Merece la pena, de Tote; Let’s dance to Joy Division, de The wombats; un tema de Nena Daconte; Song 2, de Blur; y The man who sold the world, de Nirvana. Muevo la cabeza en señal de resignación. Nos emplazamos a las noches en la Red de Redes y nos despedimos con la misma sonrisa del principio, multiplicada por las veces que me pregunta cosas que no la interesan. Antes de irme le digo, de viejo a cría, una frase que me contó el mayor sabio de la copla: cuando la sonrisa no quiera salir que se quede en casa, ya saldrá mañana con más fuerza. Creo escuchar una canción de Ricky Martin justo cuando atravieso la puerta…

Pista central del polideportivo del barrio. Cuatro primos se lo pasan en grande a raquetazo limpio. El más pequeño es el que mejor juega, normal, las tardes de Somontes le convertirán en un grande. Su hermano mayor destila pasión por los cuatro costados. Gocho, pero de entusiasmo y sensibilidad. Por cierto, luego nos vamos a pintar. Y el tercero es la animación constante. Decidido y optimista. Grande payé. En los altavoces del poli nos sorprende Francisco Alegre, de Juanita Reina; y nos agrada El niño güey, de SFDK.

Más familia. Más café. Ahora en el norte. En alguna casa del barrio del Pilar. Primos, tíos, hermanos, sobrinos,… Mata está en el ambiente. Cuanto más descubro de la historia de mis antepasados más orgulloso me siento de haber nacido en esta familia. Fonsi ameniza la velada con el Bolero de Ravel, el Canon de Pachelbel, las Cuatro estaciones de Vivaldi, la Marcha Radetzky de Strauss, Carmen de Bizet, el Amor brujo de Falla, el Concierto de Aranjuez, de Rodrigo…. Me pongo al día de la vida de cada uno de mis familiares, entre historias, chistes, algún malentendido, pero con todo el cariño del mundo.

Nos teletransportamos a la Sierra de Francia salmantina. A un pequeño pueblo, pero gran sociedad. Noche de locura en la Calle Larga, hay fiesta. En nuestra casa se lucha hasta la extenuación cada turno por la ducha. Nos cruzamos en el pasillo, nos reafirmamos en lo guap@s que son nuestros primos, y a la verbena. Y al chiringuito. Y a los bares. Doscientos amigos de todos los rincones de España nos reunimos en ese pueblecito de Salamanca y bailamos al ritmo que marca la diversión y la juerga. Smashing pumpkins toca Tonight, Morodo nos deleita con Tú eres como el fuego, el Chiquilla de Seguridad Social nos sigue poniendo la piel de gallina una década después, Barricada nos rememora Blanco y negro, para Celtas Cortos es 20 de abril, Ska-p reivindica el hachís y Dover vuelve a sus orígenes con Serenade. Juan me recuerda nuestros tiempos de Limp Bizkit, System of a down y POD. Carlos, Luismi, Jaime, Jon y Tinín los de Porretas, Marea, Extremo, Junco y los del Caribe Mix

Son las 3 de la madrugada. De nuevo en un sofá de mi salón. Acompaño un partido de la NBA televisado por Cuatro con una ensalada deliciosa. Leo el EP3 del viernes, regalan el single de Don’t you forget about me, de Simple Minds. Uka llega de fiesta. En el descanso del partido miro el teletexto: el Madrid ha ganado la Champions, el Sporting la Liga, la Unión a la Uefa, Geta y Rayo a la Intertoto, sube el Lega, el Carabanchel, la Segoviana, el Zamora y el Granada. El Celtic vence en Escocia, el City en Inglaterra, el Feyenoord en Holanda,… Acaba el partido de basket. Son las 5 de madrugada. Bajo la basura. Las calles están vacías y el silencio lo inunda todo. Las luces de las casas están apagadas, sólo los rascacielos de la Ciudad Deportiva iluminan el cielo madrileño. Miro la luna llena y le doy las gracias por haberme hecho pasar un día así.

Subo a casa y me acuesto. Enciendo la radio y Aretha Franklin despacha su Rescue me. Lucen las pegatinas del techo. En mi cabeza resuena Teardrop, de Massive Attack. Cierro los ojos y el sueño me atrapa. Ha sido mi día perfecto, o casi.

jueves, 1 de enero de 2009

Frente al espejo

A la Asociación de Guionistas de Vidas,

es tiempo de balances. Por estas fechas a muchas personas les da por analizar lo sucedido a lo largo del año recién acabado (no sé por qué no lo hacen cuando concluye cada semana, o cada mes, o cada trimestre). El caso es que a mí nunca me ha gustado hacer balances anuales. Es una especie de examen, un análisis de lo bueno y lo malo del año. Éxito o fracaso. Año productivo o año perdido. Casi mejor no arriesgarse a evaluarlo, por el resultado, más que nada.

Yo hago mi evaluación particular. No tiene nada que ver con el final de año. Es algo que suelo hacer de vez en cuando. En situaciones de crisis, de dudas, en vísperas de acontecimientos que considero relevantes… en general, cuando necesito estar solo. Plantarme delante del espejo, mirarme fijamente, hasta que pueda verme reflejado en mis propios ojos, y sincerarme conmigo mismo.

Me encanta hablar conmigo. Hace poco, un amigo me preguntó que en qué momento del día era cuándo más tranquilo me encontraba. Sin duda es este. Preguntas sinceras y respuestas sinceras. Nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Nuestras virtudes, nuestros defectos, nuestros activos, nuestros miedos. Somos nuestros más duros críticos y nuestros más fervientes seguidores.

Me encanta encontrarme cara a cara conmigo mismo. Ver a un chico cada vez más convencido del Determinismo, de que cada una de nuestras vidas ya está vivida. Está escrita de principio a fin. Desconozco si lo está en las estrellas, en las cartas, en los posos del café, en las palmas de las manos o en los libros sagrados, pero creo que nuestro presente y futuro es ya pasado. ¿En qué te basas? Me diréis. En mi experiencia. Lo sé, es una prueba mínima, pero, ¿en qué os basáis vosotros para sostener lo contrario?

San Siro. Partido de vuelta de la semifinal de la Champions League. En el terreno de juego, once estrellas mundiales del Inter de Milán. En el túnel de vestuarios, once chavales del Club Deportivo Salmantino, muchos de ellos estudiantes, con más horas en campos de tierra que de hierba, y a los que les tiemblan las piernas desde que aterrizaron en el aeropuerto lombardo de Malpensa. En la mente de cada uno de los 22 jugadores sólo hay dos cosas seguras: una, que los italini son unos quatreri; dos, la victoria de los interistas. Desconocen el tanteo final, el cómo y el cuándo de los goles, pero el triunfo neroazzurro es cierto.

De todas formas, el creer que nuestro destino ya está predeterminado lleva aparejado un sentido peyorativo que es irreal. Las cosas son como son y las personas también.

¿Mi año? Venga vale, no desentonemos con el ambiente y hagamos análisis. Ha habido de todo. He conocido a personas fascinantes, muy especiales, pero también he perdido alguna que otra maravilla. Me conozco más, y me gusto menos. Grandes aciertos y grandes errores. Los primeros, gratificantes y necesarios; los segundos, dolorosos e irreversibles. He disfrutado y he visto disfrutar a mi gente. He sufrido y he visto sufrir a mi gente. Eso no cambia con los años. Las expectativas a principios de 2008 eran grandes. “Este va a ser nuestro año”, ¿era así, serrano? Pues no lo ha sido. Este año tampoco.

2008 ha tenido seis meses. De enero hasta junio. Desde entonces hasta ahora sólo ha habido niebla. Momentos de pequeños claros, algún que otro rayo de sol entre las nubes. Pero perdido entre sombras, recuerdos y fantasías. Dejándome llevar, sin llegar a ningún lado. El pasado está muerto, pero me empeño en revivirlo a diario en pensamientos y sueños. Dicen que los sueños son reflejos de nuestros temores y de nuestros deseos. Ojalá no soñara, o, al menos, no me acordara despierto de ellos. Son sueños pretéritos, estúpidos y dolorosos.

Y lo peor es que en estos desaparecidos meses me han sucedido cosas estupendas. Grandes acontecimientos que no he saboreado, que se me han escapado entre los dedos de la mano como si fuera arena. Sábados por la noche en los billares con mis mejores amigos, jornadas de radio apasionantes, viernes por la tarde en la mejor compañía y en el mejor escenario, alocadas y divertidas conversaciones hasta las tantas con personas especiales, partidos de fútbol, conciertos, cafés, indescriptibles alegrías familiares, viajes, oportunidades laborales,… apenas unas gotas de agua en medio del mar.

¿Hasta cuándo así?, me pregunto. No está en mi mano. Somos actores de la película de nuestra vida, pero los guiones ya están escritos. Incluso los Oscars y los Razzies ya están entregados. Soy el protagonista de mi cinta, pero me limito a recitar el guión dado y a sentir los sentimientos dictados. No cabe la improvisación ni los cameos espontáneos. Simplemente cumplo órdenes. No sé qué me espera dentro de media hora, o mañana o dentro de tres años, pero sí estoy seguro de que será lo que tenga que ser, de que será lo que pone en la página correspondiente del libreto.

Mi esperanza reside en que el guionista, a la hora de escribirlo, haya introducido un giro radical en la trama desde ya mismo. Que mi personaje vuelva a sentir como lo hacía unos meses atrás. Que vuelva a vivir plenamente el presente, que mire al pasado con orgullo, y al futuro con esperanza y decisión. Que los sueños se queden en sueños y que se abrace a la realidad con una fuerza formidable. A ese clavo me agarro, porque lo demás no está en mi mano.

Las cosas son como son, no como nosotros queremos que sean. Si verdaderamente nosotros fuéramos los dueños de nuestro porvenir, ¿por qué no somos siempre felices? ¿Acaso si tuviéramos la posibilidad de elegir no desearíamos la felicidad eterna? "Hay hechos que no podemos dominar, que se nos escapan de nuestro campo de acción. Por eso no somos siempre felices", podriaís argumentar. Pues bien, desde mi punto de vista no es que haya circunstancias de nuestra vida que no dependen de nosotros, es que nada depende de nosotros.

Podemos felicitarnos por nuestros éxitos y maldecirnos por nuestros fracasos para hacernos sentir rectores de nuestros propios actos, pero la realidad es que ese triunfo o esa equivocación no son mérito ni demérito nuestro. Que conseguiríamos ese premio o que erraríamos esa decisión nos venía de serie desde que nacimos.

Hace poco, hablando con una amiga, me dijo que ella piensa que los grandes acontecimientos de nuestra existencia ya están marcados desde antes de la concepción. Empezando por los rasgos físicos, la familia, el país de nacimiento, el momento de nuestra muerte y el de las personas que nos rodean, nuestra trayectoria académica y laboral, nuestras relaciones sentimentales,… Todo este conglomerado de circunstancias ya lo tendríamos predefinido. Sin embargo, en nosotros residiría la libertad de ánimo, de afrontar todas esas situaciones con un espíritu optimista, alegre, emprendedor, de superación, de riesgo; o, por el contrario, con un sentimiento derrotista, dramático, deprimido o nostálgico. Aquí, en esta faceta emocional, funcionaríamos de manera autónoma, libre e independiente.

Yo voy más allá. Si tras la muerte de un amigo, una persona se repone, mirando hacia delante, buscando nuevos retos, afrontando el futuro con energías renovadas, es porque así debe ser. Si tras suspender unas oposiciones, un estudiante se hunde, se pasa el día preguntándose por qué escogió A y no B en la pregunta 13, se encierra en sí mismo y le da por escuchar canciones melancólicas, es porque así debe ser. El destino de cada uno de estos dos sujetos era ese y no el contrario, ni ningún otro. Sentirse así ante esa circunstancia dada.

La vida es más cómoda, más fácil así. Quizá también menos interesante. Pero es lo que hay. Desaparece la responsabilidad. Sólo interpreto el papel que se me ha asignado. “Pero así no se vive la vida”, dicen. Es lo que estoy haciendo, vivirla. Probablemente no de la forma que tenía planeada, pero es que la vida nunca sucede como se planea, nunca sucede como se sueña. Es simplemente como es.

A mí me gustaría despertarme pensando otras cosas, acostarme pensando otras cosas, soñar otras cosas,… pero supongo que es lo que me toca. Porque la vida es sentir, pero también es pensar. De hecho, creo que tiene prioridad lo segundo sobre lo primero. Hace poco leí a una amiga decir que los sentimientos son incontrolables y alocados. Estoy de acuerdo, en parte. No se puede controlar su brote, quizá tampoco su desarrollo, pero sí se pueden camuflar. En muchas ocasiones se deben esconder porque no son lo correcto. Porque surgen en el momento inadecuado, porque carecen de sentido. ¿Que no es sano reprimirlos? De acuerdo, pero hacerlo, en determinadas circunstancias, evita males mayores.

La buena y la mala suerte no existen en el transcurso de nuestras vidas. Existen a la hora de escribir y repartir los guiones. Somos muy dados a hablar de que tal persona tiene mucha suerte, o al contrario. Esa gracia o desgracia no hay que buscarla aquí, sino en las manos que diseñaron la vida del afortunado o desafortunado.

Sólo me queda agradecer a los autores de la historia de mi vida el haber puesto en mi camino gente maravillosa e instantes de felicidad plena, así como criticarles el haberme hecho padecer vivencias dolorosas. A ver qué me tenéis preparado para el futuro, aunque me han llegado ciertos rumores y no son especialmente halagüeños… Mi futuro está escrito y no me gusta.

¿Qué hacemos aquí? Simplemente representar el papel que nos ha tocado en suerte.

domingo, 28 de diciembre de 2008

La mejor puja de la Historia

Al ángel de la guarda, a la flor más especial y al tesoro más preciado,

soy el tercero de cuatro hermanos. Mis padres tuvieron buen ojo para los niños. No lo digo por mí, precisamente. De peque pensaba que los padres elegían a sus hijos al más puro estilo subasta de Sotheby’s. Ante una audiencia repleta de progenitores forrados de dinero y ansiosos por llevarse un crío a su casa, un director de orquesta (que en mi mente se parecía descaradamente a Jordi Estadella) iba presentando uno por uno a los niños candidatos para formar parte de una nueva familia.

Mientras los pequeños monstruitos se daban un paseo por una pasarela central de la sala, el amigo Jordi describía las peculiaridades de cada uno de ellos. Era mi película y, lógicamente, yo era el que elegía qué características sumaban puntos (encarecían el precio del chaval), y cuáles restaban (el enano acababa siendo una auténtica baratija).

Llegar a tocar con los dedos de la mano el marco superior de las puertas; ser el más rápido de la clase; saber imitar al pato Donald; dar más de cinco toques al balón sin que cayera al suelo; beberse un vaso de leche del tirón, sin respirar; tener fuerza para poder abrir una nuez con el cascanueces; conducir un coche de scalextric sin que se saliera; ser capaz de acabar los puzzles; dominar el piedra-papel-tijera-papelera; sobresalir en las guerras de almohadas; tener un máster en construcción del fuerte de playmobil; saber cortar un filete sin la ayuda de nadie; destacar en el manejo de los columpios; dirigir el Cinexin cual Kubrik… quien reuniera todas estas cualidades era el niño perfecto.

Por el contrario, llorar a moco tendido cada tres minutos; hacerse pis en la cama; tener pecas; llevar gafas; no haber visto la peli de Fantasía; desconocer quiénes eran Tod y Toby; gustarte la leche sola (sin Cola Cao ni Nesquik); dormir con un oso amoroso; o zamparse las ceras de pintar o la plastilina eran signos inequívocos de que a ese chico le darían casi regalado.

A todo esto, los padres, a la hora de pujar por cada churumbel, en vez de levantar la típica paleta de plástico con un número en el círculo, lo que levantaban era una enorme piruleta de fresa, de esas que te dejan la lengua como una frambuesa y el palito blanco acaba casi por deshacerse de tanto chuparlo.

A lo que iba, que mis padres no podrían haber pujado mejor. El primero, quitando el detalle de las gafas, era el hijo 10. Creo que la definición de hermano mayor que ofrece la RAE se basa íntegramente en su vida. Fue el primer vástago en nacer (de los 21 primos que somos), con todo lo que eso conlleva, para lo bueno y para lo malo. Dicen que de canijo él ha sido el más travieso de toda la familia (en dura pugna con el gran Dani). Inquieto, curioso, vivaracho y juguetón. Encerrarse solo en casa, arrancar el coche de mi padre, alimentarse a base de alcayatas, destrozar no sé cuantos televisores, echar un pulso crítico a una neumonía mortal,… Estas fueron algunas de sus andanzas infantiles. Yo no he conocido esa faceta suya. De hecho, me resultaría casi imposible de creerla hoy en día si no fuera porque hay fotos y una versión idéntica de todos mis tíos acerca de lo sucedido.

Aúna, a partes iguales, cerebro y corazón. Economista y atlético. Es el “sherpa” al que tratas de imitar en todos sus movimientos en la ascensión al Himalaya de la vida. Referente en un millón de situaciones. Templanza, pasión, cordura, espontaneidad,… parecen cualidades incompatibles, pero en el Clark Kent arroyomorteño conviven y se entienden a la perfección. Esta ensalada, sazonada con grandes dosis de tenacidad y constancia, enaltece su esfuerzo y le define como espíritu voluntarioso.

Me falta espacio para relatar los innumerables juegos que hemos compartido: cromos, videojuegos, baloncesto, dardos, chapas, cartas, ping-pong, minibillar,… son sólo algunos ejemplos. El 90% de las veces yo acababa tarifando y tú ganabas, y cuando el que se imponía era Pabbles (esto también te lo debo a ti, como lo de Helechitos) lo hacía con tu consentimiento. Me enfadaba mucho cuando perdía, o sea, casi siempre, pero con mi pataleo emergían millones de toneladas de admiración, respeto y orgullo hacia tí.

Compartir cuarto contigo, aparte de la chula rivalidad en las paredes por tus bufandas rojiblancas y las mías sin el roji, suponía aprender cientos de cosas a diario. Qué grupo era ese que cantaba aquello de Bitter Sweet Simphony; o quién era ese actor que protagonizaba con Sandra Bullock una peli de autobuses; o qué buscaban aquellos dos agentes del FBI que perseguían OVNI’s; o qué hacía un doctor perdido en una minúscula aldea de Alaska; y las aventuras de Tintín, y de Asterix y Obélix, y de Peter Parker, y de tantos otros. El Tentaciones de los viernes, el gusto por el periodismo, dormir con la persiana entreabierta, el primer afeitado, no levantarse antes de las 7 la noche de Reyes…

El Breogán, el Valdeluz, Económicas,… seguir tus pasos, hermano, es imposible. Me conformo con haberte visto darlos a ti. Pasos seguros y decididos. Pisando con fuerza, siempre hacia delante. Bueno, siempre no, alguno hacia atrás para recoger al enano con algún kalimotxo de más. Protector, abanderado, iniciador, ejemplo y ayuda de los tres pequeños. Te debemos mucho. Te debo casi todo.

Nuestra habitación le ganaba por goleada en orden y limpieza al de las chicas, y no exactamente por mi aportación. Barrías el suelo sobre el que disputábamos apasionantes partidos de chapas; hacías las camas, inquilinas de ambos en noches de pesadilla; ordenabas el armario con la ropa que hoy era tuya y mañana sería mía… Tengo grabada la imagen de una noche (que fueron muchas) en la que yo, con unos 10 años y ya acostado en la cama, luchaba titánicamente contra el sueño por no cerrar los ojos y quedarme embelesado observándote ahí sentado, delante del escritorio, con la luz de un flexo, estudiando no se qué asignatura de bachillerato.

Así eres, responsable y divertido a más no poder. El aburrimiento a tu lado es una quimera. Desde tus imitaciones del pato Donald, que nos servían como acicate para comer las papillas que no nos gustaban, pasando por las incontables anécdotas de las que eras testigo y nos relatabas, con la expresividad de un mimo de Preciados, entre plato y plato aderezando las sobremesas. Esa ironía, tan suave y tan certera, siempre con la palabra exacta, con la frase definitiva. En situaciones de clima tenso, las palabras que invitan a la cordura y a la calma salen de tu boca. A la hora de empezar el cachondeo y de romper en hielo, la llave siempre está en tu bolsillo.

Conciertos, partidos de fútbol, fiestas, fiestas y más fiestas… Si la gente quería divertirse, quería escuchar expresiones ingeniosas, historias alucinantes que jamás creerían, pasarlo bien en definitiva, se acercaban al hincha del Estu para disfrutar de un buen rato de risas. Doscientos millones de amigos, desde los de la infancia del barrio hasta los del trabajo, dan fe de ello.

Llevas dentro el coraje de papá y el sentido común de mamá. Sin duda, su primera elección no pudo ser mejor. Eso sí, contigo se debieron endeudar hasta las cejas, hermano mayor.

La sonrisa hecha persona. De ti dicen que de peque pasabas 23 horas y 45 minutos al día riéndote a carcajadas, y los 15 minutos restantes eran los que tardabas en comer. La segunda. El brío, el ímpetu, la raza. El primero había dejado el listón muy, muy alto. Tú lo igualaste, pero con otra técnica de salto. Owy es la sinceridad, es el fuera complejos, es el vivir la vida en sentido más literal. En la subasta, un diamante en bruto.

El mayor dejó pronto el Breogán, así que las carreras de casa al cole y del cole a casa se convirtieron en un duelo de sexos entre tú y yo. ¡Dios, qué rabia me daba que me ganara una chica! El consuelo es que eras tú, bueno y que además no te conocías los nombres de los atletas que escogía, jeje. En el comedor del colegio me lo pasaba en grande contigo. Mi hermana mayor, la jefa de mesa, que además siempre le daba a su hermano canijo su petit suisse de fresa y su Concha Codan (creo que hoy en día esta última no me la darías, joia, jeje).

La más inteligente de los cuatro. Quizá, la más perezosa también. Según ibas avanzando en los grados educativos, lo que en un principio eran dudas dominadas por la vagancia se acabaron convirtiendo en una licenciatura sacada con la gorra segoviana-complutense. Y no podía ser otra carrera. La reina de la sociabilidad, del trato, de la simpatía, del contacto con la gente,… así veo a mi hermana mayor.

También compartí cuarto contigo durante algunos años. Por compartir, compartimos hasta varicela. Vaya cuadro de habitación era aquel. Cada enfermo en un extremo. Cada enfermo con un panel del ¿Quién es Quién? jugando horas y horas. Es mujer, con una sonrisa que eclipsa al mundo y con unas ganas de vivir que secan los océanos. ¿Quién es? Sí, eres tú.

En más de una ocasión ese descaro por disfrutar te reportó alguna bronca paterna y/o materna que otra. Tú y el mayor hacíais una vida social muy parecida, pero a ti te perdían las formas. Él se iba de rositas y las charlas se las llevaba la flor original del jardín. Con el tiempo te encontraste con la serenidad. Agarró las riendas de ese caballo pletórico y te convirtió en la persona más amante del mundo. Amante, que se hace amar, a la que es imposible no querer.

Contigo he compartido mil y un juegos de mesa: Cluedo, Tragabolas, Operación, Tozudo, Detector de mentiras, Pirindola, Palé, Hotel,… tú cedías con los Gijoe’s y yo con los pony’s (al menos me dejabas el azul…). Las horas volaban disfrutando a tu lado. Y aprendiendo. Gran profesora de la vida, pionera en muchas cosas, casi siempre para bien.

Y más caminatas juntos. Miércoles, viernes y sábados de casa a la escuela de música y de la escuela de música a casa. Y más carreras entre géneros. Y más victorias para el femenino (grrr, jaja). Porque esa era otra, en tus años mozos, tus preferencias musicales distaban un abismo de las del hermano mayor. Yo, en un principio, me decanté por ti; al final a ambos nos convenció el primero.

Se dice que somos nosotros mismos los que le damos sentido a nuestro nombre de pila, con nuestra propia personalidad. Alegre, natural, fascinante, fresca, tierna, viva, colorista, libre, amigable, intensa, deliciosa, vitalista, flamante,… así es una flor. Otra atlética. Con carácter del sur, la que más enraizado lo tiene de los cuatro. Con raíces en Arganzuela, en Virgen del Puerto, pero con ramas que casi rozan el firmamento. La viva imagen (y el espíritu) del carabanchelero. Nuestra segunda madre.

Los soporíferos viajes a Salamanca y a Gijón se pasaban en un suspiro intentando encontrar en los páramos de Castilla el paisaje más parecido a los valles austríacos donde vivía Heidi. Tú en una ventana del coche, yo en otra, y en el centro el mayor y la pequeña, soportando nuestras discusiones en busca del paisaje heidiano.

Francamente, haber crecido a tu lado, viéndote feliz con el sol, con la lluvia, con la nieve, en primavera, en invierno, de noche, de día,… es imposible no esbozar una sonrisa y que el corazón no se desate con la fuerza de un huracán. La frescura del rocío por la mañana impregnada en las flores. Tenías mal levantar ¿eh?, pobre del que le tocara darte una voz para despertarte…jaja. Auténtica las 24 horas del día. Increíble.

Definitivamente, papá y mamá se llevaron la flor de la vida como segunda elección. Bancarrota total en casa.

Y para el final, el mayor tesoro de la casa. Al hablar de la canija se me encoje el corazón. Haberla visto crecer, desde que era un retaco gordito con unos ojos que helarían al mismísimo demonio, hasta verla hecha toda una mujer con unos ojos que derretirían hasta al mismísimo Yeti. Me acuerdo de ponerme de puntillas para poder asomarme a la cuna y verte ahí, durmiendo como un ángel, acurrucada cual oso mimosín. La verdad es que no recuerdo haber sufrido ese típico sentimiento de celos que tienen los niños pequeños al recibir a un hermano menor. Más bien al contrario. ¡Una hermana peque! Alguien a la que poder ganar a los juegos, a la que poder echar la bronca, a la que poder mandar, a la que poder hacer de rabiar… ufff que gran panorama se me presentaba por delante.

Verte alegre es inundar la casa de felicidad. Verte sufrir es convertir la casa en un velatorio. La Uka, bautizada, como no, por el mayor. Eso sí, el tópico de que la última en nacer es la más mimada, contigo se ha cumplido con creces. Pero hay que decir que nadie se lo merece más que tú. Esa carita redonda, con su inconfundible sonrisa picarona de “yo no he hecho nada”. Si la cara es el reflejo del alma, el tuyo es la bondad personificada, la pillería en carne viva, el sentimiento a flor de piel.

Contigo es la única con la que no he compartido habitación. Aunque quizá debería decir compartido habitación para dormir, porque casi he convivido más tiempo contigo que con los otros dos. Horas y horas he pasado en tu cuarto y tú en el mío, hablando, escuchando música, escribiendo, viviendo. Al cole con la enana, ahora el jefe de mesa en el comedor era el tercero. Emmm, lo siento peque pero es que a mí sí me gustan los petit suisse de fresa y las Conchas…jaja. Además te perdonaba el pescado y la verdura, joia. Y si te obligaba a comerlo era para enseñarte que hay que comer de todo…ejem ejem, ¿ha colado? Jaja.

Supongo que precisamente ésta es la razón por la que todo lo que le ocurre a tus hermanos pequeños te afecta de forma especial: por el sentimiento de responsabilidad. En cierta medida, aunque sea en una porción minúscula, ejercemos de ejemplo sobre nuestros canijos y cualquier éxito o fracaso suyo nos incumbe.

Grease y Mary Poppins. Vaya paliza nos diste con estas dos películas. A todas horas, todos los días. Pero eras la pequeña, y por ver a la niña contenta, por verla sonreír, por verla feliz le habríamos bajado la Luna con un lazo. ¡Es que te sabías los diálogos y las coreografías al dedillo! Se me pone la piel de gallina recordando la pasión con la que vivías no sólo esas dos pelis, sino cualquier mínimo detalle que despertara curiosidad en ti (algo que no es muy difícil). Eras capaz de tirarte horas y horas mirando mariquitas en el parque, o chapoteando en la piscina del pueblo con la burbuja heredada del mayor, o haciendo montañas en el plato con el arroz con tomate.

Bajar a buscarte al portal en plena madrugada, porque acababas de ver alguna peli de terror; ayudarte a comprender la Revolución Francesa para el examen de Historia; bajar a Volga en tu turno porque tú estabas demasiado ocupada hablando por teléfono;… imposible negarse a la Uka. Es mirar atrás y venírseme encima un alud de fotografías. En la cocina, con una camiseta heredada de la segunda que en ti hacía las veces de camisón, desayunando un vaso de leche mientras te partes de risa por los bigotes blancos que te acaban de salir. En salón del pueblo, viendo Los Autos Locos mientras papá te da de cenar tus queridos huevos fritos con patatas. A mediodía, sentada en un banco del puerto de Santander sobre las rodillas de Mamá, con una expresión de seguridad y optimismo que supera cualquier preocupación.

Pasadas las 4 de la madrugada y tras 200 peticiones de jóvenes borrachos, la banda de la verbena se decidía a tocar “Necesito Respirar” de Medina Azahara. Y todo Arroyomuerto se volvía loco coreando su versión extraoficial. Y el tercero te subía a sus hombros. Y no desentonabas tan cerca de las estrellas en el cielo del verano salmantino, con tu mini de kalimotxo y mora. Que no falte la mora, moraya. Pero pórtate bien.

Fan incondicional de Punky Brewster, Sabrina y Parker Lewis, entre otros muchísimos. No sé si es bueno que nos conozcamos tan bien. Así es imposible fingir momentos de duda o de cansancio o de angustia. Con un cruce de miradas nos lo decimos todo. Una sonrisa, un gesto, una palabra… pueden ser la llave para abrir el baúl de las gracias y el cachondeo, o el toque de queda para abandonar la casa y dejarte tranquila. Además con gustos parecidos: a ambos nos “apasiona” la cebolla, el pimiento y el ajo; los dos sentimos verdadera “devoción” por Espe, Mariano y demás miembros del gaviotismo; a ambos nos encanta quedarnos hasta las mil de la madrugada partiéndonos de risa con los bailes de Boney M y las mejores canciones de los 60’s y 70’s, jaja… Eso sí, otra india colchonera seguidora del Kun y Torres. Demasiados para una casa…

Conocerte es quererte. Después de 20 años juntos se me hizo raro sólo poder verte cada 15 días por tu destierro universitario salmantino. Se echaban de menos tus alocadas entradas en la casa y tus huidas anónimas. ¡Grandes Tigretón y Snoopy! (Aunque yo soy más de Charlie Brown, Linus y Lucy). Sólo puedo ir de compras contigo. Sabes lo que me gusta, lo que odio y lo que temo mejor que yo mismo. Bajar la basura a las 3 de la mañana no es lo mismo sin tu “no tardes, hasta ahora”. Igual que irme a la cama sin una última risotada tuya al verme balbucear “buenas noches” con la boca llena de agua.

Eres mi ojo derecho. El de toda la familia. Lo eres de todo el que te conoce y lo serías del mundo entero si te conocieran. Ya no me hace falta ponerme de puntillas y asomarme a la cuna para verte dormida. Echas una última lectura en la cama al libro de turno antes de que el sueño te arrope. Tus ojos se cierran, pero el flexo se niega a apagarse y permanece iluminando a la canija, que reluce como el tesoro más preciado del mundo y parte de Fragel Rock.

La valía de cada persona no se reduce únicamente a sus capacidades propias. De hecho, gran parte de nuestro verdadero valor tiene que ver con el tipo de sentimiento que despertamos en otras personas. Estoy seguro que nuestros padres, a ti, pequeñaja, te robaron. No se ha creado suficiente dinero con el que se pueda pujar por ti.

Soy el tercero de cuatro hermanos. Ellos me han ayudado a vivir feliz. Comidas, viajes, sueños,… juntos. Echar carreras en la comida para ver a quién de los cuatro se le disolvía antes la vitamina-C efervescente en el vaso de agua era todo un acontecimiento a diario. Igual que inventarnos canciones parodiando a las chicas que venían a cuidarnos, o jugar a adivinar la marca del anuncio de televisión, o ver los sábados por la mañana la Familia Munster, o los jueves por la noche Documentos TV alrededor de un bol con Crema Quilama.

Tan diferentes pero necesarios. Tan distintos pero inseparables. Al mayor le apasionan las manzanas amarillas, a la segunda no le gustan las manzanas, al tercero sólo las rojas, y a la pequeña sólo las verdes. Y esto sólo con las manzanas… Así somos. ¡Lo que ha debido sufrir nuestra madre! jaja. La diversidad es lo que nos hace más cercanos, más activos, nada aburridos. Si no es uno, es la otra, y así siempre.

Hemos pasado momentos muy amargos. Pero también hemos vivido episodios de felicidad infinita. Es apasionante observaros desde fuera tanto en unas situaciones como en otras. Colas para entrar en el baño por las mañanas, un color identificativo para cada vaso, un sitio reservado en la mesa y en el coche, un sofá para los regalos de Reyes… Fotos de familia numerosa, reuniones en el tendedero, tardes de verano en la Playa de Madrid, viajes a Covadonga y a la Peña, fiestas en el pueblo…

Enfadarse con un hermano es enfadarse consigo mismo. Disfrutar con un hermano es disfrutar sin límites. Ambas situaciones son inevitables, pero la primera dura un minuto, la segunda eternamente. Con vosotros todo es posible. Os quiero.

¡Qué gran puja hicisteis!

… y me quedo muy corto.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Si en aquel momento yo hubiera...

A Marion Jones,

me arrepiento de muchas cosas. El arrepentimiento es el consuelo que nos queda después de haber cometido un error. Es como cuando, estando reunido con varias personas, alguien lanza una pregunta de cultura general. Tú crees saber la respuesta, te suena cuál es la contestación correcta, pero no te atreves a decirla por temor a equivocarte y ser marcado de por vida como el que la cagó queriendo hacerse el listo. Entonces otro del grupo, de repente, dice la respuesta que tú tenías en la mente y… voilà, efectivamente estabas en lo cierto.

Así es. Tú te dices, “mierda, eres el campeón de las respuestas mudas, tío”. Te queda ese premio de consolación. No es un mal menor. No es un mal, es un bien menor. El error es la primera premisa del arrepentimiento. El error o la equivocación sí es un mal, es no abrirle la puerta a la respuesta que llama con insistencia.

La vida es una sucesión de decisiones. Vivir es decidir. Casi en cada segundo nos plantea una nueva disyuntiva, y otra más, y otra,… Siempre hay varias opciones. Mejores y peores, acertadas y erróneas. No creo, como dicen muchos, que lo que hoy es correcto mañana puede ser equivocado, y viceversa. Las decisiones son lo que son en el momento en el que se toman. Sus consecuencias inmediatas marcan su naturaleza acertada o desacertada. Lo que sucede después es fruto del azar y puede derivar en consecuencias buenas o malas, pero la decisión original fue buena o mala en el instante mismo en el que se adoptó, con independencia de sus efectos más a posteriori.

Por eso creo que las personas que dicen que no se arrepienten de nada de lo que han hecho porque ahora son felices, que piensan que la única forma de haber llegado a su presente ha sido gracias a todas las decisiones tomadas en el pasado, se equivocan. En primer lugar, me parece una postura bastante atrevida y arrogante el creer que nunca se ha tomado una decisión incorrecta. ¿Hemos tomado 20.000.000 decisiones a lo largo de nuestra vida y nunca nos hemos confundido? No lo creo.

En segundo lugar, me niego a pensar que hay un único camino para llegar a nuestro presente. ¿Sólo viviendo mi vida tal y como la he vivido hasta hoy podría llegar a mi presente actual? ¿Si en vez de haber hecho Derecho en la Autónoma lo hubiera hecho en la Complutense no estaría trabajando donde estoy hoy? ¿Sólo puedo haber conocido a mis amigos en las circunstancias en las que lo he hecho? No lo creo. Desde mi punto de vista, el presente que hoy vivo no es el resultado de una línea aislada. Estoy seguro de que podía haber llegado a lo que soy hoy por otro camino, tomando otras decisiones de las que he tomado en la vida real.

Y por último, los antiarrepentidos dicen que la felicidad que hoy tienen se debe a esas decisiones pretéritas, aunque entre ellas las haya habido erróneas. Siguiendo con su teoría determinista, y siendo un poco optimista (algo raro en mí), ¿quién les dice que habiendo tomado otras opciones, ahora no serían más felices todavía?

Muchos creen que de poco sirve arrepentirse, “a lo hecho, pecho”, suele ser su frase preferida. “Ya no se puede hacer nada, para qué pensar en el pasado”, y expresiones similares también aparecen en ocasiones. Mucha gente tiene especial reparo a mirar al pasado. Otros, como es mi caso, tenemos demasiada tendencia a hacerlo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

¿Qué? ¿Quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?

A Jordi Hurtado,

me encanta preguntar. No son cuestiones banales improvisadas para crear conversación. Simplemente tengo curiosidad por saber acerca de mi interlocutor. Lógicamente, mi interés por la otra persona determina en gran medida el tipo de pregunta, pero resulta rara la ocasión en la que no sienta ningún tipo de deseo por conocer algo de mi compañero de diálogo. Reconozco que iniciar conversaciones no es mi principal habilidad, pero, una vez dentro, la pregunta es inevitable.

Creo que la curiosidad por los demás es innata al ser humano. Somos seres que necesitamos relacionarnos, sentirnos queridos, sentirnos pertenecientes a algún grupo. Qué mejor forma de conseguir estos objetivos que conociendo a los que nos rodean. Saber lo que les inquieta, lo que les apasiona, sus aspiraciones, sus frustraciones… Su presente, su pasado y su futuro.

En mí, esta naturaleza curiosa en ocasiones roza la enfermedad. Escuchar las vivencias más excitantes de otros me apasiona. Pero no sólo los capítulos más felices, tristes, emocionantes o singulares, sino también los momentos más cotidianos, situaciones de la vida diaria por las que todos nosotros pasamos de lunes a domingo. No sólo episodios del pasado, sino también sus previsiones de vida para el futuro. Cuál sería su reacción ante la llegada de un determinado reto, qué temen, qué aman, qué odian, qué esperan… Sus opiniones sobre temas trascendentales o sobre cuestiones de lo más usual, desde el sentido de la vida hasta la forma de hacer la cama.

Sin embargo, el ánimo de conocer a la hora de cuestionar no siempre se cumple. En muchas ocasiones las personas preguntan sin ningún ánimo de saber. Su única pretensión es la de matar el silencio. No soportan los, para algunos incómodos, pero siempre necesarios, momentos de escuchar el mundo. Cómo habla una ráfaga de viento (American Beauty de nuevo, lo siento, jeje), lo que le cuentan las gotas de lluvia al asfalto, los alocados monólogos de nuestros amigos los perros, de los pájaros, o del estruendo de los cláxones de los coches o de las obras,… de nuestro entorno, de nuestra vida. No entiendo a estos negadores de la realidad.

En este sentido, hay algo que me inquieta y a lo que no encuentro explicación. Me refiero a algo que me lleva ocurriendo a menudo de un tiempo a esta parte. Una conversación con un amigo que desemboca en una pregunta concreta de su parte sobre algo de mi vida, cuyo objetivo no es saciar ninguna duda razonable. Me explico, la otra persona no tiene ningún interés en conocer la respuesta que me dispongo a ofrecerle. En realidad, no sé qué finalidad tiene su interrogante, pero estoy seguro que no les importa en absoluto mi contestación. Quizá, sólo sea para dar un giro al tema de conversación o simplemente para iniciarla o para acabar con la (supuesta) incomodidad del silencio… no lo sé. “¿Por qué me pregunta esto si no le interesa la respuesta?”, me pregunto, valga la redundancia.

Me encanta preguntar porque lo que viene después es impredecible. Primero la reacción, luego la decisión, y posteriormente el relato, aderezado con la función teatral de gestos, expresiones y demás ingredientes del mismo. La primera reacción ante la pregunta es un síntoma claro de lo que viene a continuación. Sorpresa, incredulidad, desconfianza, emoción… Luego llega la decisión del cuestionado, si responder o no. Y en caso afirmativo, comienza el viaje hacia otro mundo.

Y es que escuchar historias vividas por los demás te transporta a su singular mundo. Atender a tu narración sobre lo que sucedió aquel martes y 13 de diciembre en aquella cafetería me sitúa en la mesa de al lado, junto a la vuestra. Os miro y una sonrisa de complicidad se instala en mi cara. La sensación de trasladarme a aquel momento mientras te escucho va incluso más allá. Puedo hasta ver a través de tus ojos, escuchar los latidos acelerados de tu corazón y sentir el sudor de las palmas de tus manos.

Se trata de hacer tuyos momentos de una vida ajena. Colarte, por un instante, en su pasado y descubrir un universo nuevo, su universo. Sentir sus sentimientos y vivir sus vivencias. Es jugar a ser otra persona o, si se prefiere, contemplarla in situ desde fuera. Puedes protagonizar la película o, simplemente, sentarte en una butaca a verla. Una película real, que ha sucedido, sin efectos especiales ni giros de guión, un hecho auténtico experimentado por alguien cercano a ti.

Como aquel parto interminable, inenarrable, pero increíblemente sensacional. Te acompaño desde que te despiertan, en plena madrugada, las primeras contracciones madrileñas, hasta la venida al mundo de esa preciosa chiquilla en tierras jienenses. Te veo sufrir de dolor, te veo llorar de alegría. Casi hasta padezco tu sufrimiento, casi hasta siento tu felicidad. Descubro junto a ti lo que significa traer a la vida a una persona.

Escuchar sucesos ajenos vividos por personas a las que quieres supone una cierta invasión vital. Pero en esta ocupación no hay atentados suicidas, ni armas de destrucción masiva, hay un gran deseo por profundizar en lo más íntimo de esos seres. Recordando tu arriesgado viaje a París, 32 horas de autobús, una final histórica,… Tus solitarias tribulaciones en la ciudad del Sena no lo eran tanto, yo estaba allí, a tu lado, contemplando Notre Dame y disfrutando de Henrik Larsson repartiendo asistencias a diestro y siniestro.

Todos estos particulares cuentacuentos me llevan de ruta por sus recuerdos hasta dejarme abandonado a mi suerte en su corazón. Disfruto al lado de un motero viendo a Olga jugar con Iván y Carmen, salto junto a un hermano mientras escuchamos a Maximo Park en el último Summercase, camino de la mano por el Paseo Marítimo de Gijón con una Santa adolescente, acompaño en el asiento de atrás de un coche de autoescuela a una periodista genial, presencio la reunión de un claustro universitario repleto de carcamales que tratan de complicar los inicios a la mejor profesora del mundo,…

Me congelo de hielo en Rusia con un chaval que no sabe qué demonios está haciendo allí, bailo en LaLola al son de “The girl from Mars” de la mano de un DJ nazarí, me emborracho con macetas de sangría al lado de una chica de Villaverde y otra de Valdemoro, un demente reconocido me presenta a Alaska en el Pentagrama, me muero de los nervios justo antes de actuar en el primer gran casting de una ingeniera, acudo al inicio de una amistad entre el mejor graffitero de España y los muros serbios, ayudo a un vasco universal a arreglar el Mundo, me tiro en paracaídas inmediatamente después de que lo hayan hecho una atlética cumpleañera y un templario madridista,…

He vivido todos estos momentos gracias a vosotros. Y muchos más que me quedan por vivir… si me dejáis.

Para aterrizar de lleno en estos capítulos se necesitan mucho más que palabras. Como decía antes, gestos y sensaciones son los billetes imprescindibles para emprender un viaje inolvidable, para subirse al álbum de fotos de la otra persona y vivir la película de su vida. Los ojos, las manos, el tono de voz, la gestualidad, la sonrisa,… son medios de transporte que tienen por destino historias fascinantes a las que nos envían, más deprisa o más despacio, por un camino u otro, dependiendo de su intensidad.

Reconozco que muchas veces mis oídos han cerrado sus puertas para dejar vía libre a la observación visual. El brillo de la mirada del protagonista del relato, durante la conversación, transmite tanta energía que casi se podría ver a través de sus ojos. La mirada perdida te acompaña en sus experiencias. Luego está la sonrisa. Esa maldita delatora que te ayuda a descubrir algunos de los momentos más especiales vividos por tu conversante. Aparece como por arte de magia, como ese invitado al que nadie esperaba pero que todos se alegran de ver. Y lo mejor de todo es que se contagia al instante y que no te abandona durante toda la velada. Los movimientos de las manos, la cadencia de la voz, la postura del cuerpo,… todo ello forma parte de la obra de teatro a la que asistes encantado.

Una pregunta es una llamada a la puerta de la intimidad de otra persona. Te pueden abrir y enseñarte la casa, puede que no hayan escuchado el timbre, puede que no te quieran abrir, y puede, incluso, que no haya nadie.

Me encanta visitaros.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Life killed the radio dreams

A Marconi y a James Matthew Barrie,

más de quince años pasando juntos todas las noches y aún no sé quién eres. Me cuesta recordar la última vez que me dejaste pasar a solas la madrugada. Tantísimas noches inolvidables, envueltos en sueños, compartiendo ilusiones, dibujando el futuro entre palabras… También hemos vivido oscuras madrugadas, donde la almohada era nuestro único escudo contra los miedos que nos rodeaban y amenazaban abordar nuestro demasiado escandaloso Pikolín.

Llevo escuchando tu voz nocturna desde que iba al Breogán, acompañándome siempre. Mi fiel escudera entre las sombras madrileñas. Y salmantinas, y gijonesas, y segovianas,… porque allá donde yo iba acudías tú. Hablándome, llenando vacíos de soledad. Eran horas y horas, pero a mí se me pasaban en un suspiro. Incluso en esas noches en las que tus palabras chocaban contra los muros de mis pensamientos, cuando oía tu voz pero no la escuchaba, cuando estaba demasiado ocupado estudiando, escribiendo, reflexionando o simplemente soñando, algo dentro de mí se empapaba de tu presencia.

Nos presentó Jorge cuando los hermanos compartían habitación. Fue un flechazo. Te vi, te escuché, y no pude separarme de ti. Conoces mi vida casi mejor que yo (el casi sobra) y sabes que gran parte de lo que soy te lo debo a ti. Tú y yo no compartíamos noches, las vivíamos, las saboreábamos hasta que casi nos cortábamos la lengua con ella. Mi pequeña gran confidente. En los buenos y en los malos momentos, nunca te has ido de mi lado.

Al principio era debajo de la almohada, ¿te acuerdas? Parecía increíble que de un cuerpo tan pequeño pudiera salir tanta energía, tanta vida. Tengo grabado a fuego aquella madrugada, aquel “Would I lie to you” de Charles & Eddie que me dedicaste y con el que me rescataste de la maldita pesadilla. Tantas historias, tantas conversaciones, tantas alegrías, tantos lamentos…

Recurro a ti porque tú eres el principio y creo que me he perdido. Desconozco el punto en el que me desvié de la senda marcada por la ilusión. La vida me está llevando por el lado equivocado y no puedo hacer nada para remediarlo. Nada de lo que tú y yo teníamos planeado. ¿Recuerdas aquellas noches de domingo bailando pasodobles? Nunca imaginamos que nos veríamos en esta.

“Haz lo que debas”. No es el título de la peli de Spike Lee, es lo que me dijiste la noche anterior al examen de selectividad. Un salvavidas en un océano repleto de dudas. No lo cogí y me ahogué. Y ahí sigo, viviendo en el fondo del mar, en otro mundo. En realidad, creo que nunca he llegado a estar en la superficie. He visto cómo las personas de mi alrededor, antes o después, decidían calzarse las aletas, poner rumbo de nado vertical y abrazar la madurez, dejando atrás las estrellas y caballitos de mar para respirar el aire fresco de los adultos.

La vida en mi mundo, junto a los arrecifes subacuáticos, es lenta pero segura. Los segundos se hacen eternos, cada movimiento se mide al milímetro, la gravedad nos abandona pero la presión nos invade. Hay mucho tiempo para pensar. Demasiado tiempo para pensar. La parsimonia es la gran aliada de la reflexión, que acaba por convertirse en paranoia. Mientras, esa lentitud le tiene declarada la guerra incondicional al impulso, a la espontaneidad, al sentimiento original.

Decía que aquí, en el fondo marino de la inmadurez, la vida es más lenta, pero también más segura que ahí afuera. Sabes a qué atenerte (seguridad jurídica, para algo me sirvió Derecho), todo tu alrededor te es conocido, el agua te protege por doquier. Además, al tener tanto tiempo para pensar, se medita cada decisión casi hasta sangrar. Es difícil equivocarte en tu elección. “Pero puede que de tanto pensarla, te decidas demasiado tarde”, decís los de la superficie. No. Aquí abajo, el tiempo se estira como una goma. Aquí nunca es demasiado tarde. Allí arriba casi siempre lo es.

Esta mañana, camino del trabajo, alguien me ha dado una voz justo cuando iba a entrar en el Metro. Me he girado y era Segundo, mi profesor de guardería. Hacía más de cinco años que no sabía nada de él. En apenas diez minutos de conversación nuestros recuerdos se han remontado dos décadas atrás. Ya peina canas, pero su semblante de buena persona y su calidez y cercanía a la hora de hablar los mantiene intactos. Como hace más de 20 años, cuando él y Nines trataban de poner orden en La Locomotora, entre un grupo de canijos incontrolados locos por ver la última peli de Disney.

¡Cuánto odiaba el babi! Creo que era el único de mi clase que no tenía. Yo estaba tan feliz manchándome de tomate frito o de puré de patatas mi chandal Yanlis o mi camiseta de Helechitos, sin usar ningún batín uniformado. Y esos recreos en el parque iniciándonos en el mundillo del balompié… ¡Grande Raymon! esa zurda que aún hoy en día es la mejor del Barrio del Pilar, con diferencia. Aquellas fabulosas esculturas de plastilina, los maravillosos lienzos a base de ceras, las majestuosas edificaciones con las piezas de Lego…

Debe ser curioso para Segundo ver, después de 20 años, a ese chavalín que solía vestir aquella camiseta roja y sus zapatillas Yumas pintarrajeadas con tinta de bolígrafo. Me siento orgulloso de haberle tenido de primer profesor (con los innumerables tostones que he tenido después). Es de esas personas que te dejan huella para toda la vida.

Pero lo cierto es que, dos décadas más tarde, mi ánimo sigue buceando en el fondo del océano. Digo mi ánimo porque mi cuerpo emergió en la superficie hace un tiempo. Empujado un poco por la corriente, otro poco por familiares, amigos, hechos de la vida,… pero eso, empujado.

Arriba se ha impuesto la apología de la responsabilidad. Cualquier error es magnificado hasta límites desconocidos, tiene tintes casi hasta dramáticos. No hay vuelta atrás y puede suponer un punto y aparte en el desarrollo de tu vida. Sin embargo, los éxitos carecen de reconocimiento, se dan por supuestos, pocas veces van acompañados de una mísera muestra de satisfacción.

En las profundidades las cosas son diametralmente opuestas. En primer lugar, como decía antes, las equivocaciones pocas veces se dan (la frontera entre lo bueno y lo malo es casi imperceptible), y cuando efectivamente se producen (y no pueden ser subsanables) la consecuencia no pasa de una necesaria auto-reprobación, de un “vaya, la cagué, tomo nota para la próxima”, una sonrisa y para adelante. Y en el caso de los triunfos sucede tres cuartos de lo mismo. Las palabras de aliento y los aplausos (en ocasiones, hasta inmerecidos, pero que el corazón agradece profundamente) no faltan nunca.

Supongo que acostumbrarse a vivir afuera requiere un tiempo. La pregunta es si quiero acostumbrarme a esa forma de vida. Creo que no. Entonces, ¿puedo vivir permanentemente arriba con una mentalidad de abajo? Creo que tampoco.

“Hay que madurar”, “la vida tiene sus etapas”, “se aprende a vivir a base de golpes”,… son expresiones que he oído muchas veces y todas ellas me parecen equivocadas. Crecer es obligatorio, madurar es una elección, por lo tanto, no hay obligación de alcanzar la madurez. Si escoger el camino más sencillo (y que yo desee) es no madurar, buscadme allí.

La vida no tiene sus etapas. La vida es una etapa continua, sin fases que la dividan. Está claro que el cuerpo y la mente varían a lo largo de los años, pero me niego a aceptar que en un determinado momento todo tu mundo se transforma y quedas impedido de hacer o decir ciertas cosas. Creo que puede haber personas de edad avanzada que tengan un espíritu de chavales, y críos que se sientan como verdaderos dinosaurios. La vida no está marcada por patrones.

¿El aprendizaje sólo se adquiere a través de malas experiencias? Sinceramente, no estoy de acuerdo. Observando, analizando, dialogando,… así se puede crecer, sin necesidad de atravesar sufrimientos o disgustos. De hecho, el haber sufrido desdichas o cometido errores no es garantía de no volverlos a sufrir o cometer. Esa maldita piedra en la que tropezamos una, dos, tres, y no sé cuántas veces más, es testigo directo de ello.

No sé, quizá mañana piense todo lo contrario. Esto es bastante infantil ¿no? Pues eso.

… y esta noche, a escucharte, como siempre.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

En el nombre de Ángel Juan

A quien fue, es y será parte de mí,

te echo de menos. Hace más de un año que tus maltratados pulmones decidieron que ya era suficiente. Estoy seguro que incluso ellos, a los que citabas día a día con el señor Marlboro (casi hora a hora), están orgullosos de haber escoltado, durante más de medio siglo, al corazón más grande que ha conocido jamás el planeta Tierra, y parte del barrio de Carabanchel.

Porque ese era tu barrio. Allí naciste, allí hiciste tus primeros amigos (de los miles que conquistarías), allí traveseaste de cani, allí jugaste tus primeros partidos como profesional, allí conociste a mum,… Siempre he creído que todos llevamos en nuestra forma de ser las raíces del lugar en el que nos hemos criado. Seguramente, todos esos falsos cosmopolitas que reniegan abiertamente de su origen no hagan con esa actitud sino reafirmar la personalidad propia de su ciudad o barrio de la infancia.

Carabanchel huele a desparpajo. Popular, bullicioso, ajetreado, descontrolado, impulsivo, racial…Así veo a tu barrio. Así te veo a ti. Paseo por Vía Carpetana y te veo jugando a las cartas con los gitanos; llego hasta el Campo de La Mina y se me ponen los pelos de punta recordando tus tardes de central en el Cara; me paso por los alrededores de Vistalegre y me invitas a unos churros en aquella chocolatería que llevaba tu amigo valenciano…

Eras tierno. Desde Jorge, pasando por Vanesa, Alfon, Inés y María. Tu cara al verles expresaba una emoción poco común. Te mezclabas con nosotros. Volvías a tu niñez por unos momentos y te unías a nuestro grupo como uno más. Desvivirse. Eras capaz de eso y mucho más por cualquiera de nosotros. Te has ido vacío de cariño. Lo has dado todo y no sé si hemos sido capaces de devolvértelo. Un corazón tan grande es difícil de llenar pero a fe que lo hemos intentado con todas nuestras fuerzas.

¿Te acuerdas de aquella mañana de otoño en la Ciudad Deportiva? Llegamos tarde, como casi siempre, pero con unas energías que rayaban el éxtasis. Jugué y me cogieron. ¡En el máximo rival del equipo de tus amores! Y allí estabas tú, el más feliz del mundo. Seguramente, ni aunque mis pies hubieran ido a dar con el Manzanares aquel día tu sonrisa habría sido tan sincera y radiante. Durante más de 25 años, tú has sido el único hincha atlético que se entristecía cuando el Madrid palmaba. “No pasa nada, Pablo, piensa que nosotros estamos peor”. Jajaja, ese era tu consuelo. Siempre sacando la cara por los demás.

Y todas aquellas tardes llevándome al Pardo a entrenar. Bajando a vernos a Las Eras en aquellos veranos de fantasía en tu añorado Arroyomuerto. Enseñándonos a nadar en la recién estrenada piscina del huerto de la calle. A montar en bici, a conducir, a jugar al ping-pong, a querer. Porque verte era ver comprensión, sosiego, consejo, cariño, pasión, alegría. Eso sí, eras poco de medias tintas. Nervio, raza e intensidad dulcificados con un poco de paciencia (sólo un poco) daban como resultado una persona inflada de temperamento y también de bondad.

Las sobremesas viendo el Tour, o tus somníferos preferidos, los Documentales de La 2. Los churros y las porras para desayunar los fines de semana (en los últimos años eran casi más para comer…), tu barita mágica en la cocina…Nunca ha habido, ni habrá una tortilla de patatas tan sabrosa, deliciosa y absolutamente genial como la tuya. Esos boquerones en vinagre, esas ensaladas aliñadas para piratas (así ha salido Flor, jeje)…Siempre con la radio, y con la sonrisa. Echo tanto de menos esa sonrisa…Malditos dientes…

Una voz inconfundible (aunque Jorge y yo hayamos tratado de igualarla, sin éxito, por supuesto), y un bigote que se fue haciendo madridista te acompañarán siempre. La de horas que te tiraste esperándonos a Flor y a mí en la escuela de música…No te imaginas el gozo que sentía al verte los días que tenías reunión con el tutor en el cole. Eras el primero en confiar en mí. Siempre creíste más en mí que yo mismo.

Mirar hacia atrás en situaciones difíciles era verte siempre. Tu mano sobre mi hombro y un gesto de asentimiento eran suficientes para que los miedos desaparecieran. En aquellas horribles tardes de dentista, en la operación, en las dudas universitarias, en las crisis familiares, en los problemas de amores,…por allí siempre pasaba Ángel Juan o Juan Ángel, tanto monta, monta tanto. Era un alivio tenerte cerca. ¿Seguridad? Absoluta, a tu lado.

Maldigo la mala suerte que te acompañó en los últimos años. Un cruel sufrimiento inmerecido que tú, enfrentándote con tu inseparable valentía, combatiste día a día pero que, a la postre, fue haciendo herida en tu alma. Hasta el hombre más virtuoso del mundo era retado por el destino. La enfermendad, la presión, el exceso,…demasiados enemigos unidos al mismo tiempo. Aún así, acabaste con todos. Una victoria digna de tu Atleti en la Champions o de tu Cara en Tercera. Un triunfo a base de tesón, de no tirar nunca la toalla, de luchar hasta la extenuación. Tu victoria.

“Eres igualito que tu padre”. Otra de las frases que más he escuchado en mi vida. Y nada que me haga más orgulloso. Las similitudes se quedan, en su mayoría, en el casco. Por desgracia para mí, el puesto de mandos no es tan parecido. Jorge, Flor y María. Seréis ansiosos. ¡Qué poco me habéis dejado! Me queda tu recuerdo y el orgullo de ser hijo de aquel carabanchelero alegre, inquieto y con un corazón de oro que lo fue empeñando poco a poco por todos nosotros. Por todos.

Da besos de mi parte por allí arriba a todas las personas que se han ido, llevándose consigo un pedacito de mi vida. No pasa un día en el que no me acuerde de vosotros (Chelo, Patro, Tomás, Alfonso, Paco, Volga…y tantos otros).

Tan parecidos y tan distintos…ojalá fuera "igualito" que tú.

Te quiero.