martes, 20 de octubre de 2009

La caja mágica

A Christiaan Barnard,

Le pillé a media tarde, tumbado en su cama mientras escuchaba la radio. Parecía relajado, algo poco habitual en él en los últimos meses. Tenía muchos frentes abiertos en su corazón y en su cerebro. Precisamente por eso quedé con ambos órganos para charlar un rato en un lugar neutral, en el hígado.

Tarareaba It’s, oh, so quiet, de Bjork y aproveché para colarme por su boca rumbo al lugar acordado. Dejando atrás unas anginas sufridoras, unos pulmones revolucionarios y un estómago diminuto y castigado, arribé al “hepatos”, donde ya me estaban esperando los dos capitanes generales de nuestro anfitrión.

Al verme, la mente se adelantó cuatro pasos y me estrechó la mano con fuerza, como si quisiera hacerme ver que estaba más segura de sí misma que nunca. Tras el saludo protocolario me dirigí hacia el “cardio”, que no había movido un pie, y al que vi enrojecido como no le había visto antes. También parecía confuso, precavido, y algo más recuperado desde nuestro último encuentro –allá por el mes de mayo-.

Tenía muchas ganas de hablar con los dos. En las últimas semanas había observado ciertas actitudes y ciertos comportamientos de nuestro protagonista que me habían desconcertado. Lógicamente, nada en aquel cuerpo era casual, sino que era fruto, directa o indirectamente, de una orden dictada por alguno (o los dos) de mis contertulios.

Nos sentamos sobre el suave y tibio tejido del hígado y comenzamos a divagar sobre cuestiones de lo más trivial. El último disco de The Spinto Band, la bendita añoranza de los dibujos de la Hormiga Atómica y la extraña rebaja en el precio del bocadillo cantábrico fueron algunos de los temas que surgieron.

El cerebro hacía gala de una verborrea ficticia. Parloteaba sin parar y en un tono elevado, como para reafirmar sus argumentos, pero eso no hacía más que desnudarle cada vez más y descubrir una fragilidad mayúscula, un mar de dudas, un cuerpo gris sin un rumbo fijo. Por el contrario, el corazón apenas abría la boca, y cuando lo hacía era para apoyar, con tartamudeos, eso sí, las tesis del gris.

Mientras tanto, encima del palestino, nuestro casero empezaba a dar cabezadas tras una rápida lectura a la primera página de El Guardián entre el centeno. Además, su gata inquieta ya había hecho de su abdomen el lecho más cómodo, de tal forma que se produjo un pequeño terremoto en la parte inferior del aparato digestivo que también afectó ligeramente al hígado.

Yo ya estaba cansado de tanta palabra vacía. Necesitaba respuestas, así que mirando fíjamente a los ojos de la razón y cortándole en una de sus disertaciones intranscendentes le pregunté: –¿Qué narices le pasa a este chico cuando está con ella?

Antes de que la mente pudiera pronunciar una palabra, Arcón –así se llamaba el “cardio”, Cor Arcón–, se levantó enfurecido, como el bote de una pelota de tenis después de un smash, y dijo: -¡Venga idiota!, cuéntaselo, a ver si a él sí que eres capaz de explicárselo.

El corazón estaba fuera de sí, como si durante todo este tiempo de conversación insulsa hubiera ido acumulando rabia para arrojarla con violencia en el momento decisivo. La mente pasó del gris al blanco en un santiamén. Transcurrieron 10 segundos y no fue capaz de articular una palabra. Arcón se volvió a sentar y dijo: –¿De verdad quieres que te cuente lo que le pasa al chaval? La culpa es de éste. Yo sé lo que soy cuando estoy con ella, sé en lo que me convierto cuando estoy con ella, sé que me acelero cuando estoy con ella, sé que me hincho cuando estoy con ella, sé que me seco cuando estoy con ella, sé que me vacío cuando estoy con ella, sé que me río cuando estoy con ella, sé que vivo cuando estoy con ella. Pero él no me deja –señalando con su índice izquierdo al cerebro–.

El músculo rojo se incorporó de nuevo, ya más calmado, pero tan lúcido y locuaz como el corazón de un fallecido cantante de Seattle. –¿Sabes lo que es tener que decir guapa cuando es lo más precioso que has visto jamás? ¿Sabes lo que es tener que decir simpática cuando es lo más maravilloso que has conocido nunca? ¿Sabes lo que es tener que decir especial cuando no hay una persona más extraordinaria en la Tierra? ¿Sabes lo que es tener que decir 5 cuando es infinito? Él no me deja.

Mientras hablaba, el corazón daba cinco pasos en una dirección, se giraba en redondo y volvía por donde había venido. Por su parte, la mente se hacía cada vez más pequeña y guardaba un silencio que atronaba golpeando las entrañas del joven. –No sé si me estoy explicando. La echo de menos antes de despedirme de ella, antes de colgarle el teléfono o antes de cerrar una conversación. Mientras este gigante duerme se nos cuela como por arte de magia en los sueños y se apodera de ellos como si de una pescadora francesa se tratara. Los ojos se me van a un dulce bote rosa, a un trozo de cartón pintado, a un ciervo navideño ruidoso, a un cómic arácnido,… y sólo puedo decir que me encanta hablar con ella. Porque él no me deja.

Supongo –continuó– que si te digo que hablar de ella me pone la piel de gallina, o que al pensar en ella se me dibuja una sonrisa en la cara, o que recordar casi al milímetro cada paso, cada palabra y cada gesto que da, dice y hace no me resulta el menor problema de memoria te podrás hacer una idea de lo que hablo.

Cuando ella está triste estoy destrozado, cuando ella está feliz estoy exultante –prosiguió el rojo–. Ella es así, capaz de multiplicar las emociones hasta convertirlas en broches de fantasía. Si ella pasa a tu vera, amigo, ríndete a la muerte más dulce que existe, no querrás volver a separarte de su magia. Te aconsejo –me dijo sin pestañear– que si una noche de otoño vas en tu Cari a 80 kilómetros por hora, en dirección Córdoba, mires de vez en cuando a la derecha, porque como esa sonrisa decida asomarse desde el asiento del copiloto, no la podrás borrar de tu alma nunca, y, créeme, serás feliz.

Vi que se le trababa la voz y no pude evitar preguntarle: –Pero, ella ya lo sabe, ¿verdad? –Sí, claro que lo sabe –dijo el cerebro raudo y veloz, con los ojos clavados en el suelo y con una voz de documental–.

Arcón resopló de mero hastío. –Sí, lo sabe, como lo sabía hace un año, ¿verdad, listillo? Mira –me requirió–, sólo te digo que hace 11 meses dejé de latir por hacer caso a éste idiota grisáceo. Me congelé. Por mí no corría ni la gota de sangre más pequeña que te puedas imaginar. Hace tres meses me desperté... Ahora estoy genial, lo que pueda pasar mañana no me preocupa porque estoy seguro de que será para bien.

La mente movía la cabeza en señal de desacuerdo, pero no se atrevió a seguir con la conversación y la zanjó mascullando un “lo siento, me equivoqué y sufrimos. No me volverá a pasar”.

Imaginé que no se pondrían de acuerdo así que recordé a un tercero en discordia: –¿Y qué opina el alma?

–Lo mismo que hace 11 meses pero multiplicado por infinito –dijeron ambos al unísono–.

El chico se despertó de la siesta con una expresión de felicidad eterna y la llamó por teléfono.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Poesá en prosa. Bravo por la mejor pluma del barrio del Pilar.

Unknown dijo...

Eres un crack... con C mayúscula...

Do dijo...

Joder... voy a estar un mes con el vello erizado.

Anónimo dijo...

Cuando quieres una cosa todo el universo conspira para conseguirla y la posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante, te deseo de todo corazon que consigas el tuyo.

Anónimo dijo...

Felicidades no sólo por sentirte así, sino por saber cómo contarlo...