viernes, 21 de agosto de 2009

Pensar es perder

Al despertador,

Me pasa demasiado a menudo y empieza a preocuparme. Me asusta pensarlo. Hay rasgos que marcan nuestro carácter desde que nacemos hasta que morimos, otros los adoptamos con el tiempo, evolucionan, cambian o desaparecen. Esto último debería suceder con este.

Desconozco cuando empecé a padecerlo, aunque supongo que eso ya da igual. Lo que me inquieta es que con el paso del tiempo no se detiene y me está costando disgustos.

Hace poco volví a respirar. Es maravilloso notar el aire fresco y divertido recorriendo los pulmones, sentir como se hinchan casi hasta hacerte volar, como si de dos globos se tratara. Recuperar la sensación de que tu corazón bombea vida a mil por hora, de que tus nervios sólo estaban dormitando a la espera de que el temporal escampara, de que las palabras no aciertan a salir de tu boca porque un nudo en la garganta les impide el paso.

Para llegar a comprender un pelín de lo que estoy hablando basta con multiplicar estas emociones por los granos de arena de la playa y elevar el resultado a la eterna potencia.

Aún así, cuando apenas he empezado a saborear el regreso a las Cataratas Paraíso, una tierra perdida en el tiempo; cuando sólo me he llegado a mojar los pies en el mar asturiano polar; cuando Usain Bolt acaba de despegarse de los tacos de salida camino de su planeta extraterrestre; surge de nuevo de entre las tinieblas el maldito simbionte, con su chulesca pose italiana, con su perilla postiza de Sawyer, con sus sobrecogedoras alas de murciélago y con su aliento a cebolla, pimiento y ajo.

Pero esta vez no. Tengo muy frescos los complicados momentos de mi travesía por la laguna Estigia como para volver a repetirlos. Creo que esta vez me quedo en el Sella. Es como si me hubiera despertado, por fin. No sé si fue el estruendo colorista de los fuegos sonrientes en Cimadevilla, o las campanadas amigas de Lizst que sonaron en la última catedral gótica construida en España, o el riego acucuruchado en compañía de dos estrellas, pero el caso es que no soy el mismo. Tengo bien atado al fantasma, y a mí lo de vigilar se me da bastante bien…

Por cierto nazarí, La Alhambra siempre tiene un gran hueco en mi corazón.

Los sellos de plata con años de historia tienen magia.

2 comentarios:

Jonathan dijo...

Como siempre traes a quien te lee un montón de recuerdos propios, son tectos universales los tuyos que hablan de lo que cualquier ser humano del siglo XXI padece.

Anónimo dijo...

Todos los fantasmas terminan cayendo por su propio peso, y por éso, como son fantasmas sólo hay que esperar a que se esfumen porque las personas inteligentes, también necesitan un tiempo para darse cuenta que deben dejar correr como las aguas de un río a éstos fantasmas y cerrar las heridas que ocasionan para recuperarse y estar preparadas para comenzar otra aventura por otro río que podrá ser mejor o peor pero será su elección y lo hará cuando esté preparada.