martes, 7 de abril de 2009

Abono transportes

Al demente autobusero,

Había recorrido más de un cuarto de la ruta planificada. Un trayecto anhelado pero desconocido. Un destino cierto.

Los asientos delanteros estaban ocupados por dos niños, espontáneos e ingenuos, que a ratos se divertían y enfadaban por caprichos absurdos. Eran sólo dos críos, pero armaban tanto escándalo que sus gritos eran perceptibles desde cualquier punto del autobús.

Fueron ellos los primeros en subirse al 29, y fueron ellos quienes le guiaron durante los kilómetros iniciales del viaje. Quizá durante más tiempo del deseable. Luego decidieron irse al fondo del autobús. Callaron y durmieron. Un sueño que duró días, meses y algún año que otro. Un firme bacheado les devolvió del Reino de Morfeo y retornaron a la cabina. Se adueñaron de nuevo del volante y pusieron su rumbo deseado.

En la segunda parada del autobús esperaba apoyado en la marquesina un adolescente. Inconsciente, nihilista, orgulloso y confiado. Entró con paso firme, chulo y soberbio. Los niños se asustaron y corrieron a esconderse tras los últimos bancos del bus. Era el chaval quien tomaba los mandos. Eligió un camino con curvas. Miró por el retrovisor y vio que le seguía un tropel de autobuses como el suyo. Se sintió más seguro. Un peaje detuvo en seco a aquel ansioso acné. Era la primera vez que el joven se encontraba con un obstáculo y tuvo miedo. Paró el motor y se fue a sentar atrás.

Subieron entonces un par de adultos veinteañeros o veinteañeros adultos. Tranquilizaron a los ocupantes del vehículo, pagaron la tarifa y emprendieron nuevamente la marcha. Fue una etapa del viaje sin sobresaltos, controlada, pero sin descuidar los placeres del momento. Parecía que habían encontrado la carretera adecuada, el recorrido correcto. De repente, el reventón de una rueda truncó la paz de la travesía. Bajaron los cinco a sustituirla por la de repuesto, pero no había de repuesto. Debían continuar con un neumático pinchado. Los veinteañeros reflexionaron: les sería imposible llegar al destino con el vehículo en ese estado. Consideraban una pérdida de tiempo reemprender el viaje con una rueda inservible que les dejaría tirados en cualquier momento. Desistieron.

Los niños, soñadores e inocentes, asumieron de nuevo la capitanía de la nave. El adolescente y los adultos se rieron. Pero en el fondo, sabían que aquellos dos críos acabarían dirigiéndoles por el camino deseado. Y así fue. La carretera se pintó de verde y la sonrisa inundó el 29. Sortearon decenas de baches, e incluso un socavón profundo hasta el corazón y doloroso. Aquel autobús no tenía freno…

Hasta que lo tuvo.

Alguien pulsó el botón de parada solicitada. Alguien quería bajar. Alguien quería subir.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y cuál de todos los ocupantes quería bajar? ¿Y por qué echaron el freno?

Pablo dijo...

Fue uno de los dos adultos quien decidió bajar. Ya había cumplido su misión. Y se vieron obligados a frenar porque algo se cruzó en su camino :)

Anónimo dijo...

¿Qué se cruzó?

Unknown dijo...

Eres un crack. Te amo

Pablo dijo...

Un huracán en la carretera y un duende en el arcén.
Los viajeros detuvieron el autobús, y discutieron si subían al nuevo inquilino o no. Todos querían admitirlo, menos los dos adultos. Ellos divagaban, pensaban, reflexionaban,... Pasaron días. Pasaron otros autobuses y el duende desapareció.
El huracán engulló el vehículo, que dio vueltas y vueltas en un locuro caos. La tormenta pasó y el autobús regresó a la ruta. Aún hoy se siente el viento chocar contra los cristales.