miércoles, 4 de marzo de 2009

Respuesta de Trivial: Selenitas

A DreamWorks,

He pasado allí horas y horas y, sin embargo, no he estado nunca.

El otro día se celebró en mi casa una reunión familiar, con tíos, primos, hermanos, sobrino,… En el salón, mientras ellos discutían sobre no se qué cuestión, yo pensaba. De repente, Dani me zarandeó de un hombro y me dijo: “Primo, que estamos aquí; baja a la Tierra, anda, que estás en la Luna”. Ojalá.

Corría el 20 de julio de 1989. Eran las 9 de la mañana y un extraño aire fresco invadía lo que estaba siendo un Madrid saharaui en aquel verano. Y allí estaba yo (sí, despierto en vacaciones antes de las 13 horas), sentado en el asiento del copiloto de un Mitsubishi Galant de color blanco con la única compañía de mi abuelo Alfonso; él al volante, por supuesto. Nuestro destino, Arroyomuerto; nuestro equipaje, toda la ilusión del mundo.

Recuerdo observar a mi abuelo santiguarse en el coche poco antes de emprender la marcha. Me extrañó, era la primera vez que veía hacerlo fuera de la Iglesia. No le pregunté el motivo del gesto. Lo supuse y, simplemente, le imité. Él era el jefe, además, ya habría tiempo para hacer preguntas durante el viaje.

Cuando divisábamos las murallas de Ávila, en el magazine matutino que nos amenizaba la marcha en el radiocasete del coche, comenzaron a charlar sobre la conmemoración del 20º aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Una riada de interrogantes sobre aquella hazaña regaba mi cabeza. Se abría la veda para las preguntas. El conductor era la víctima. “¿Cómo llegaron hasta allí?, ¿qué vieron cuando llegaron?, ¿cuánto tiempo tardaron en llegar? -no sé por qué a los niños nos intriga tanto la duración de los viajes, es como si nos fuera la vida en ellos; aunque pensándolo bien, gran parte de nuestra vida se nos va en ellos-, ¿cuántas personas fueron?, ¿por qué no fue ninguna chica?, ¿fue entonces cuando llevaron a Laika?, ¿por qué no se quedaron más tiempo?, ¿dónde estabas tú cuando sucedió?”.

Cualquier otra persona no habría tardado ni dos minutos en pulsar el botón Turbo Boost del salpicadero, con el que se abría la capota del coche y el asiento del copiloto salía propulsado por los aires. Pero no. Mi abuelo era un hombre de pocas palabras y de mucha paciencia. No me acuerdo de ninguna de sus respuestas, pero tengo grabado a fuego en mi memoria la sonrisa que me dedicaba en cada una de ellas.

Mi abuelo Alfonso y la Luna. Seguro que allá donde esté ya se ha dado algún que otro paseo mañanero (de aquellos a los que nos tenía acostumbrados) sobre la superficie del satélite, saboreando, ya sin preocupaciones pulmonares (aunque ciertamente él nunca las tuvo), un paquete de Ducados.

Más o menos por aquella época, recuerdo que en la clase de música del Colegio Breogán (los viernes, creo), mis compañeros y yo formábamos un círculo de micos con la profesora, Amada, en el centro. Entonces, cantábamos juntos: “Al sol le llaman Loren- Lorenzo y a la Luna, Luna Catalina- lina…”. Todo ello aderezado con maracas, triángulos y cajas chinas.

La vida es una continua elección. Sol o Luna. Yo siempre he sido más de Catalina. La Luna tiene un halo misterioso que la hace desesperadamente atractiva. Sé poco de ella, pero ella me conoce casi como si me hubiera parido. Hijo de la Luna que cantaba Mecano. No me extrañaría nada que Chelito fuera su reflejo en el Planeta Azul. Energía sobrehumana, siempre de cara, luz en la oscuridad, guía eterna. Movimiento permanente y reflexión profunda.

Vivo en un segundo piso, a un abismo de “la gran aspirina”. Sin embargo, asomarme a la terraza de la cocina, ya dentro de una noche cerrada, y verla ahí, humilde y altanera a la vez, bailando entre la Torre Picasso y las Torres KIO, es como tenerla a un palmo de distancia.

Decía que ella me conoce muy bien porque siempre ha sido mi primera opción a la hora de las confesiones (con permiso de Volga). Agobios de exámenes, incertidumbres familiares, dudas, pérdidas, esperanzas, desencuentros, miedos,… Quedábamos a una hora en la que el Sol estuviera escondido. Ella, desde la perpendicular sobre algún lugar de la Castellana; yo, asomado a mi terraza. Nos desahogábamos hasta secarnos. Yo a ella siempre la he conocido así. Lo del hielo también es nuevo para mí.

La Luna desprende magia. Mirarla es abstraerse de la realidad y emprender un viaje de fantasía. Muchas veces he pensado lo apasionante, y peligroso a la vez, que sería emigrar durante unos años a nuestra pequeña vecina. Apasionante: descubriendo lo desconocido, sintiendo in situ lo que he deseado sentir a cientos de miles de kilómetros, observando desde su mirador más apuesto la belleza del planeta en el que hemos nacido y en el que moriremos. Peligroso: conociéndome más y mejor a mí mismo, ahogándome en una ansiedad remota, echando en falta a personas y situaciones que aquí me agobian. Pero me encantaría, aunque sólo fuera un breve paseo, arrastrar las zapas por el polvo lunar, sentarme a escribir mientras escucho música en alguna roca del satélite. Debe ser un lugar inmejorable para pensar.

La Luna, a diferencia de nuestra estrella, rara vez se esconde. Alguna que otra vez no puede evitarlo, pero es reconfortante alzar la vista un día de agosto y verla ahí arriba, blanca y brillante como el satén. Era un día de agosto, creo que el 10, del año 2002. El reloj digital marcaba las 7.30 y un grupo de amigos, entre los que yo me encontraba, disfrutábamos de una tarde de vacaciones en Tamames (Salamanca) jugando al frontón. Yo acababa de palmar mi partido (cosa rara, ejem ejem, jeje) y decidí descansar tumbándome boca arriba en el cemento hirviente, fuera de los límites de la pista. Entre la inmensidad del cielo más azul que jamás haya visto se asomaba orgullosa una “c” calcárea. Era como ver un oasis en medio del océano infinito. Ninguna nube, ningún ave, ningún avión, sólo mi amiga (o mitad de ella). El tiempo se detuvo, no oía nada, no sentía nada. Todo paz.

Tiene poderes. Maneja los mares a su antojo, altera a las personas, habla con los animales y mantiene a raya a todo un planeta. Tengo un amigo que no lo está pasando muy bien últimamente. No le conozco desde hace mucho tiempo, pero en los momentos que hemos compartido juntos me ha demostrado que es una buena persona. Un chaval tierno y espontáneo, que rezuma energía por los cuatro costados y que aporta unas dosis de intensidad a todas sus acciones que acaban por arrastrarte como si de un tornado se tratara. Por si esto fuera poco, comprensión le sobra, rebosa inteligencia y tiene la simpatía y el buen humor por condena. Ella te va a echar una mano, amigo.

“You saw me standing alone…”. Siempre me ha gustado “Blue moon”. La verdad es que nunca me ha quedado claro cuándo está en fase Menguante y cuándo en Creciente. El otro día, cuando salía de la facultad de Derecho de la Autónoma acompañado del mejor periodista, mi amiga se nos presentó más cariñosa que nunca. Dibujaba una sonrisa perfecta y estaba coronada con la estrella más luminosa del firmamento. Allí estaba ella, inyectándonos toneladas de optimismo en un momento en el que el serrano y su amigo estaban muy necesitados, haciéndoles ver que no están solos, que pase lo que pase ella estará siempre ahí: lista para escuchar, preparada para consolar.

La Luna une vidas. Te pueden separar cientos y cientos de kilómetros de otra persona, sin embargo, ella nos ve a los dos, y nosotros nos reflejamos en ella. Nuestro espejo, nuestro lazo. En un mismo instante, con ella de nexo, estamos unidos.

Tiene una cara oculta. En eso se parece a nosotros. Cada día nos conocemos un poco más a nosotros mismos, nos descubrimos facetas nuevas totalmente ignoradas hasta ese momento. Pero no sólo ocurre con el conocimiento propio. Nunca nos damos a conocer totalmente a los demás. No sé si voluntaria o involuntariamente, pero siempre nos guardamos algún que otro secreto. También nosotros tenemos nuestro rincón oculto.

Tiene cuatro fases. En eso también se parece a nosotros. Nueva: casi imperceptible, pero vigilante a cualquier movimiento. Pasa desapercibida para el público en general, pero para unos pocos “lunáticos” proyecta la luz más intensa que se pueda imaginar. Creciente o Menguante: el vaso medio lleno o medio vacío. Has superado la asignatura más difícil con un aprobado, pero habías completado un examen para sobresaliente. Una de cal y una de arena. No se sabe qué esperar de ella, totalmente impredecible, capaz de llevarte al Paraíso, capaz de bajarte a los Infiernos. Decepcionante e ilusionante. Llena: pletórica, arrebatadoramente hechicera. Con ella a tu vera no hay lugar para preocupaciones o angustias, la felicidad lo invade todo. Por desgracia, es inexistente, y si existe, es inalcanzable.

Como todos los días, anoche bajé la basura. Eran las 2 de la madrugada. El silencio a esas horas en la calle es ensordecedor. La sensación de caminar bajo las estrellas por el parque que separa mi casa de los cubos grises y amarillos no debe distar mucho de la de hacerlo por el cráter Shackleton. Calma. Eso es todo lo que hay. Ni coches, ni perros, ni siquiera el piar de algún pájaro con insomnio. Tampoco personas (y se agradece). Sólo una bolsa de plástico danzando al son de las ligeras corrientes de viento. Miro al cielo. No hace falta buscarla. Irrumpe poderosa de entre las nubes y me chista. Se me pone la piel de gallina imaginándome allí arriba. Solo, ya me lo dijeron en caló.

Tengo cuatro lunares que atraviesan mi cara.

Algún día cogeré la escalera y subiré con mi caña de pescar. Algún día.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Me avisarás para poder ir contigo? Prometo no molestar...

Pablo dijo...

Tu presencia siempre es agradecida Rose y más aún en la Luna :)