sábado, 26 de octubre de 2019

La década prodigiosa

A vosotras,

Son las 6:03 de la mañana y los círculos que forman las gotas de la lluvia en los charcos de la pista de despegue de Barajas me tienen hipnotizado. Exactamente igual que en aquel día de marzo de 2009 con destino Valencia. (¡Y lo que nos gusta ahora Mercadona!). Bueno, exactamente, exactamente, no. Ahora con una esposa y una hija.

Cómo me ha(s) cambiado la vida en apenas una década. Aquella sí fue una revolución de sonrisas. La tuya. La única. Y aún siguen los disturbios en mi corazón. Una Juana de Arco que reconquista día tras día las tierras del norte. A la espera de un asentamiento fijo, eso sí. Con las mismas armas con las que empezó la contienda: una sonrisa y un corazón extraordinarios. Desconocidos en el universo y parte de Hvar.

Nunca imaginé que pudiera ser tan feliz. Y se lo debo a esa pequeña gran guerrera del sur. Diez años. Cuántos acontecimientos hemos vivido en este tiempo. Desde la muerte de Bin Laden, aquella madrugada en la que me despertaste para darme la primicia, hasta el cierre de La Más Barata. Siempre echaremos de menos su cuchenedor y su arroz con bogavante.

Hemos visto a Trump llegar a la Casa Blanca, aunque, bueno, eso tampoco tiene mucho mérito porque nosotros también lo hemos hecho, gracias a Greyhound, que todo hay que decirlo.

En deportes, además de aclarar que te has sacado un máster ‘cum laude’ en la materia -con maratones de Juegos Olímpicos, Mundiales, Europeos y hasta campeonatos de baile, de por medio- hemos celebrado los triunfos de Atleti en Las Vistillas y en el salón de Maudes. Y hasta hemos saboreado vía Whatsapp una copa arrebatada a Mou en su propio terreno. Hasta en Chipre son indios.

Y qué decir de nuestros cotilleos anarroseros y salvameínos. Cuántas víctimas de injusticias: Argi, Carlos Lozano, Graciano Palomo, el del gallo de Eurovisión y aquel pobre pasajero del aeropuerto de Roma al que no le dejaban volar por el tamaño de su maleta.

Volar. Lo he hecho mucho desde que estoy contigo. En avión y sin él. Prefiero este último. Volar contigo, sin turbulencias ni esperas. Sin destino conocido. Sin acordarnos en pleno viaje de un destrozo cárnico acaecido en el congelador (o frigorífico). Solos tú y yo. De la mano. Paladeando cada instante de la vida. Como en la playa de San Lorenzo, a los pies de la Torre Eiffel o surcando las aguas del Támesis y del Mar del Norte. Eso sí, teniendo un poco más recato en el Panteón de Roma. Tampoco tenemos prisa, que luego nos quedamos sin imán. Y qué decir del vino verde acompañado de una despedida de soltero. Pocas cosas tan apasionantes. Contigo al lado todo lo es.

Y cuando crees que ya no hay nada más alto escuchas un quejido que no llega al nivel de llanto y descubres lo más maravilloso que has visto nunca. Un amago de lamento por llegar al exterior, tras nueve meses de recogimiento –no exento de patadas y manotazos dignos de la mejor gimnasta–. Intentas describir esas ocho horas y te das cuenta de que aún no existe una palabra que ni siquiera se acerque. Una ensalada de nervios, felicidad e ilusión, combinada con un poco de miedo y mucha manzana.

Un motivo más para admirarte. Nueve meses llenos de tranquilidad y paciencia. Sí, tú y paciencia en la misma frase. Y más paciencia aún en sus primeros meses de vida. Creía imposible que fueras capaz de seguir sorprendiéndome, pero tú a lo imposible te lo llevas de vinos por el barrio de Ibiza y acabas cerrando el Toni 2.

Así eres, mágica. En cualquier momento y en cualquier lugar. En una playa menorquina descubriendo banderas o en un evento dando premios de ocio a diestro a siniestro. El orgullo que me haces sentir cada día por ti es inversamente proporcional a nuestra suerte para aparcar. Supongo que algún día se irá el Polo. Esperemos que antes de que nuestra pequeña gran revolución empiece a ver Disney Channel a pesar de una de sus abus. La otra lo está deseando.

Si es que no teníamos ni cuenta en Twitter cuando empezamos. De hecho, no sé cómo conseguiste sobreponerte a aquella agria polémica con el amigo Guirado. Y lo bien que lo hemos pasado en nuestras labores de investigación. Ni Gloria Serra desentrañando la trama del cruasán low cost. Por cierto, en La Sexta Columna de hoy... ¿hablarán de Franco? No toquemos temas políticos ni religiosos, que aún recuerdo en aquella ascensión de La Vaguada tus deseos irrefrenables de quemar iglesias. Pero mira luego, charlando tan amistosamente con aquel cura en el famoso bautizo donde os iluminé con mis dotes pictóricas.

Si es que también hemos tenido nuestros momentos de compromiso social. A veces un poco por casualidad, eso sí. Pero no se lo diremos a nadie. Y lo bien que se va a la huelga recién comido en La Alpargatería. Que se nos acaba la batería del móvil, al Starbucks, que para eso está. Los cafés, mejor en Mepiachi. Y las tortillas, en El Mercado de la Reina. Dedicado a ti. Pero no volvamos al tema político. Con lo bien que me venía aquí mencionar que hasta hemos vivido una sucesión real...

Hemos vivido grandes momentos, aunque también algún momento angustioso. 2012, agosto, Burriana. No te lo perdonaré jamás, tienda de campaña. Jamás. Por no hablar de dos Champions. O de aquella cuesta en Lastres. Tampoco estuvo mal disfrutar de una gélida tarde de viernes en la sede del PP. El frío se nos pasó rápido a base de carreras.

También hemos sufrido ausencias incalculables. Nos hemos despedido de su presencia, pero no de su alma. Esa siempre está con nosotros. Sentimos su fuerza. Y en el futuro, nos volveremos a encontrar con todos ellos. Y nos reiremos. Siempre están.

Diez años. Que no se nos olvide nada. Bueno ni malo. Vamos a guardar cada momento en una de esas dichosas cajas de plástico de Ikea. Saquemos los jerseyses y metamos nuestros recuerdos. Ahí, junto al termo, que los mantendrá calentitos. Aunque tengamos que subir una docena de escaleras. Nada merecerá más la pena.

Una década y una prodigia. Tenemos en casa a una creadora de sonrisas. Propias y ajenas. Es verdad que las primeras no terminan de convertirse en risas, pero espera dale tiempo a que entienda los chistes de su padre… o a que su madre le cuente cómo un día, en Barajas, su papá quiso coger de un escaparate un croissant (aquí lo pongo en francés para quedarme con un pelín de dignidad) atravesando el cristal. Y es que le hemos cogido gusto a cruzar el material transparente. En Canarias fue tu turno.

Nora, con pedigrí astur. Como esa brisa fresca que te acompaña de la mano al cruzar el Negrón. Aunque en el primer mes y medio parecía más un tifón de grado tres, típico de la temporada estival de tu amado sudeste asiático. Nuevos aires en el sur. Amor infinito. También infinito, pero vertical, en el norte.

Algún día le contaremos nuestras comidas eternas en el Casa Camu o cómo nos doctoramos en robar taxis en festivales de música. Le preguntaremos qué sintió al escuchar cantar un gol del Atleti en el Metropolitano estando dentro de su madre y por qué se negaba a salir en las fotos 4D. Pero, sobre todo, le recordaré que tiene a la mejor mamá del mundo. Y yo, a la mejor persona.

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