domingo, 17 de junio de 2012

Mi botellón

A Kagemasa Kozuki, Yoshinobu Nakama, Hiro Matsuda, y Shokichi Ishihara,

–¿Qué vas a hacer el finde?
–Pues nada en especial.
Estas 10 palabras no solían faltar todos los viernes comprendidos entre el 1994 y 1999. Era la época del instituto, adolescentes con ganas de bailar, beber, ligar, conocer gente… pasarlo bien, en definitiva. Mi concepción de pasarlo bien tenía poco que ver con esas actividades. Ostentaba el récord galáctico del sentido del ridículo, prefería el zumo de tomate al ron con cola, las chicas no eran una prioridad y la soledad no me incomodaba, más al contrario, la llamaba a mis brazos siempre que podía.

Jugar a los videojuegos –quizá debería concretar en el ISS Pro y Winning Eleven (precursores del mítico PES)–, practicar deporte, ver la televisión, escuchar la radio, leer y estar con mi familia y con mis dos grandes amigos. Así solían ser mis findes teenagers. Cuando las hormonas de mis compañeros de clase estaban de San Fermines, las mías estaban de procesión [de Valladolid, para más inri]. Costaleras contentas, sin echar de menos las borracheras y los encierros pamplonicas.

El viernes por la tarde, mientras Los Otros (vaya 6 euros o 500 pesetas de entonces tirados a la basura) hacían botellón frente al centro de salud –qué ironía, por cierto– mis neuronas se centraban en cómo superar a la defensa de Brasil en el Mundial del ISS. Escocia, mi selección, me daba más disgustos que alegrías, pero me lo hacía pasar de fábula (qué expresión más antigua… muy grande Esopo, por cierto; otro día hablaré de él).

El ritual era siempre el mismo –la improvisación y yo nunca nos hemos llevado demasiado bien–: terminaba de comer, solo en casa, escuchando Ser Deportivos. Trasladaba la tele pequeña del cuarto de mis padres a mi habitación, conectaba la Playstation 2 y el tiempo me teletransportaba tres horas adelante mientras Paul Dickov fallaba continuamente delante del portero (mirad un partido de Torres y comprenderéis a lo que me refiero). Todo ello con La Ventana de Gemma Nierga como telón de fondo. Me gustaba esa procesión.

A eso de las 19:30h acompañaba a mi madre a casa de mi abuelo. El trayecto era corto (unos 200 metros), pero a menudo nos deparaba sorpresas inesperadas (redundancia tonta, pero hay que adornar un poco el relato, ¿no? Es la costumbre de escribir palabras inútiles en los exámenes de Derecho para ocupar más hojas…). Que si una niña se cae de los columpios y se hace una brecha, que si un coche se lleva por delante un semáforo, que si un tío se ha tirado por una ventana… Las historias típicas del Gente que tanta alegría nos traía por las tardes Pepa Bueno.

La casa de mi abuelo era la casa de toda mi familia. Era reconfortante llegar allí a cualquier hora y que siempre hubiera algún tío, primo, perro o juguete familiar. Pasábamos en la sede Mata un par de horas poniéndonos al día de las andanzas de cada uno de nosotros, haciendo compañía a una de las personas más fascinantes que he conocido [su vida es digna de un Nobel, un Oscar, un Pulitzer y todos premios del planeta] y leyendo el ABC, –no me seáis prejuiciosos, que en la universidad nos decían que había que leer toda la prensa (y el ABC lo es, aunque a veces no lo parezca)–.

El viaje de vuelta no solía ser tan accidentado. Habitualmente acompañados además de alguna de mis tías con quien continuábamos las brasas de las conversaciones que habíamos iniciado en el Santuario, nos cruzábamos con grupos de jóvenes que calentaban motores de cara al Gran Premio de la noche. En boxes, con las azafatas sujetando las sombrillas –qué retrógrado me parece, por cierto; cuándo se sujetarán los pilotitos esos dichosos paraguas– y llenando al máximo el depósito de combustible.

Llegábamos a casa, cenaba solo mientras escuchaba al grandísimo periodista Carlos Llamas en su programa Hora 25 y me tiraba hasta bien entrada la madrugada viendo los capítulos que había grabado durante la semana de Urgencias. Qué gran serie. Green, Carter, Ross Benthom… siempre quise ponerme enfermo en Chicago para que me ingresaran en el County General y me atendieran esos doctores, con Seguridad Social de por medio, eso sí. Algo de Eurosport y alguna peli también caían. Luego a la cama y a escuchar la radio.

A las 11:30 de los sábados quedábamos los tres mosqueteros en el Barclays Bank para batirnos en un duelo futbolístico o tenístico. Por ello, lo normal era tomar un desayuno rápido con cereales –ahora ya ni rápido no con cereales– mientras mi padre planchaba y mi madre cocinaba escuchando el programa musical Todos los gatos son pardos, de José Ramón Pardo, en Radio España. Luego el turno era para el deporte. Lloviera, nevara o se acabara el mundo, allí estaban los tres mosqueteros dejándose el alma dando patadas o raquetazos. Para reponer fuerzas, a eso de las 14h, una lata de Sprite. Aquello sí que era un rescate y no la línea de [des]crédito de Rajoy. Vuelta a casa, duchita y a comer la ensaladilla más rica la Sierra de Francia.

Recuerdo estar recogiendo la mesa mientras sonaba la voz peculiar de Julio Ruiz en su Disco Grande, sintonizado por el que, unos minutos después, sería mi rival frente a la televisión. De nuevo Sony haciendo de árbitro, de nuevo el Winning Eleven prendiendo la mecha. Solía ganar él, es lo que tienen los maestros. Él lo es de todo. Una horita dándole a los mandos (con perdón) y a casa de uno de los mosqueteros a seguir dándole. Éramos tres. Analizando el partido matutino nos retábamos con el maldito invento japonés. Nos reíamos. A eso de las 21h, y no sin tristeza (salvo el victorioso del día), nos despedíamos hasta la semana siguiente.

A casa. Una bolsa de patatas fritas en los frutos secos y a ver el partido de los sábados de la Liga. Una vez concluido éste, 30 minutos de paz junto a Volga, una perra orgullosa de serlo. Y yo orgulloso de ella. Amiga fantástica. La noche temática nunca faltaba a la cita. La locura, los nazis, los extraterrestres, las drogas… podrían ser los argumentos de la última película de Tarantino, pero no, eran los temas elegidos por este interesante programa (reportajes y películas) que se prolongaba hasta las 03h de la madrugada.

La camita me esperaba con un mucho de cine, en la Ser. Programazo. Inolvidable Teófilo, el Necrófilo, María Guerra, Juan Zavala y compañía. Aprendiendo mucho del séptimo arte, ¡sin verlo! Y después, el gran Ponseti con Ser Aventureros. Viajando por el mundo sin salir de la cama, y partiéndome de risa. Nota: Esta entrada no está patrocinada por la Cadena Ser. ¡Si es que yo era un soso! Atención, sustitución: sale el pretérito imperfecto y entra el presente. Pues eso.

El domingo abría sus puertas nunca antes de las12 del mediodía. Con un poco de suerte había churros y porras para desayunar. Mis compañeros de clase me hablaban de sus tremendas resacas dominicales, que les dejaban KO hasta la tarde. Mentiría como un bellaco (juro que no intento emular a Pérez Reverte y que no sé qué demonios es un bellaco) si dijera que nunca he padecido una de esas. Pero, sinceramente, cada vez le veo menos sentido. Tres horas borracho perdido, sin saber ni dónde estás, para que al día siguiente te dé todo más vueltas que ZP a la palabra crisis y que no puedas ni mirar a la cara a un filete de pollo sin que se te salgan los hígados por la boca. De vez en cuando puede estar bien, pero todos los fines de semana… Me hago mayor, me doy cuenta escribiendo estas cosas dignas de un buen padre de familia –bonita expresión sobrexplotada en la carrera de Derecho–.

En mi caso, las mañanas de domingo eran indoor. No acostumbraba a salir de casa. Leer, limpiar y ver la tele eran mis quehaceres mañaneros. Me gustaba la lectura de la prensa antes de ir a comer. La subía mi padre, a menudo complementada con unos barquillos de chocolate, una bolsa de patatas fritas y pan recién hecho. ¿He dicho prensa? Digamos ABC, dominical y diario AS, para ser más específicos. Los columnistas me atraían más que las informaciones, Juan Manuel de Prada e Ignacio Camacho eran mis preferidos.

Me parece un exceso de vanidad el que algunos compañeros de profesión estigmaticen a una cabecera por determinadas portadas (muchas de ellas escandalosas y vergonzosas para el periodismo) sin ni siquiera haberse leído un ejemplar en toda su integridad. Un periódico es mucho más que una portada. No es la primera vez que en un saco de arena se encuentran varios diamantes. A quien no lee de todo le faltan piezas del puzzle para opinar. Muchas piezas. Hagamos examen de conciencia: ¿Quién alguna vez no ha visto un ejemplar de La Razón o de Público y ha dicho “yo eso ni lo abro”? Pues ahí están las piezas que nos restan para tener un conocimiento completo de la realidad y poder hacer un juicio de valor con argumentos sólidos. Qué trascendente me pongo…

El menú del día era paella. Cada semana le quedaba mejor a la cocinera número 1 del mundo entero. La tarde era coto de Carrusel Deportivo y la jornada de Liga. Se podía aderezar con un poco de letras de libro, de imágenes de la televisión o, incluso, sueños. No iba yo a contradecir a la Biblia: al séptimo día, viendo que su obra era buena, decidió descansar [aunque realmente se refiriera al sábado]. Tras Pepe Domingo y Paco González el siguiente invitado a mi transistor –sí, así de viejo soy– era José Ramón de la Morena.

Y con él llegaba a la 1h de la madrugada, justo antes de interpretar mi único baile del fin de semana: un pasodoble de José Luis del Serranito. Sé que no es nada popular, pero la compañía que me hacía Manolo Molés y Antonio Chenel en el programa Los Toros de la Ser, previo a la vuelta a la realidad valdeluciana, era impagable. No entiendo mucho de toros y tampoco puedo considerarme un aficionado (he ido dos veces a Las Ventas), pero tiene algo especial. Comprendo a los que no les gusta (yo eliminaría el matar al animal). En cualquier caso, ya puestos, aprovecho para hacer una petición a los DJ’s de la noche madrileña: Menos Guetta y más Serranito, joe. Lo siento, pero como Obélix, yo también caí de pequeño en una marmita de un druida.

A las 8h me despertaba y de vuelta al instituto.
–¿Qué tal el finde?
–Bien, como siempre.

De feliz procesión.



Nota a pie de entrada: En verano las cosas eran muy distintas, pero eso será otro día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Igualitos que tus fines de semana ahora eh? Soy una mala influencia para ti! Jajajaja

Fdo: Sure

P.D: un verbo en tres tiempos conjugado :)