miércoles, 8 de febrero de 2012

Perdón

A la mujer que vino de Marte,

El último día del año aterrizó su nave espacial en la calle Fuencarral y comenzó su aventura en La Tierra. Al poner su pie sobre suelo terrícola fijó sus ojos en una pequeña tortuga que atravesaba lenta, pero decididamente la calle. Sonrió y se dijo a sí misma que ella sería tan firme y valiente como ella. Y sintió el deseo irrefrenable de tocar una guitarra.

Al albor de la primavera, el pensador daba patadas al balón en uno de los muchos parques que rodeaban su casa. Cansado se sentó en el césped y bajó la mirada al verde. Una araña, de esas compuestas por una cabeza más pequeña que una lenteja y ocho patas largas como espaguetis, le saludó desde un trébol y dio comienzo a una amistad que se prolongaría muchos años en el tiempo.

La vida es sabia y sabe cómo manejar cada fusión. A veces habla más, otras deja más espacio al silencio. A veces ríe más, otras la seriedad toma mayor protagonismo. A veces se compra más en Pull&Bear y otras en Carrefour. Pero lo que la vida mantiene inalterable de principio a fin es el amor. Bueno, sí que lo transforma, lo acrecienta sin parar. De principio a fin.

La extraterrestre paseaba por Gran Vía, atenta a todo lo que sucedía a su alrededor. Desde lo más profundo de sí misma deseaba preguntar qué eran esos aparatos con ruedas que emitían humos y ruidos, por qué las personas se movían de un lado a otro a toda velocidad, por qué dos chicos jóvenes pegaban sus labios unos contra otros mientras cerraban los ojos y se abrazaban… Cuando pasó delante de un restaurante monárquico se cruzó con un perro cócker negro. Le sonrió.

El que gritaba en voz baja empezó a hacer lo que más solía, pensar. Lo tenía todo. Tras muchos momentos duros, lo consiguió. Sin embargo, todo le parecía poco para la hada. Intentaba superarse día a día, para ser digno de ese maravilloso ser. Se dio de bruces con nuevas situaciones, naturales y cotidianas, pero novedosas para él, y no las supo gestionar como ella se merecía. Lo primero y lo segundo, adornado de esas neuronas intratables hizo el resto. Intenta hacerlo bien, pero no siempre lo logra. Y le vino a la mente una frase de Oriente…

Es imposible. No se puede controlar todo. Que las cosas cambien respecto de cómo eran al principio no significa que vayan a peor. De hecho, es necesario que cambien, que se amolden a cada nueva circunstancia. Él so no lo vio. Lo ve ahora. Ella sí lo atisbó y lo asumió como lo que es, normal. Lo hizo bien y por eso no debe alterar ni un ápice su comportamiento –bueno, quizá algo relacionado con su mesilla, pero nada importante…–.

Tenía unos ojos grandes y brillantes, que irradiaban más luz que los tres soles que George Lucas imaginó para su saga. Oscuros, pero claros. Que hablan más que muchos parlanchines de boquilla. Una imagen vale más que mil palabras, dicen por ahí. Eso es porque no han conocido esas dos perlas. Al contemplarlas puedes conocer su pensamiento casi al dedillo. Su pelo, con un flequillo rebelde y maduro. Como ella. Olor inconfundible y tacto cautivador. Mejillas sabrosas, rojas como los atardeceres gijoneses, y suaves como sus botas. La boca es punto y aparte. Harían falta millones de páginas para describirla fielmente. Basta con decir con que la sensación de esa esquina suave, justo al noreste de su boca, contra mis labios es lo más maravilloso que se puede experimentar en la vida. Los lunares, pellizcos de cielo sobre La Tierra, infinitos, sublimes. Acariciar su piel es como acariciar el mar. Te traslada a una dimensión desconocida. Es pura adicción. Transmite su energía a través de cada uno de sus poros y te acelera los latidos del corazón sin que apenas puedas percatarte de ello.

¡Cómo no vas a exigirte con ella! Pero hacerlo bien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maravilloso, increbíble, sutil, precioso, perfecto... Como siempre. Un verbo en tres tiempos conjugados :)